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El espejo y los espejismos

Al levantamos, y muchas veces todavía con reminiscencias del sueño, reconforta mirarnos en el espejo, pues, respiramos tranquilos reconociéndonos el que éramos ayer. Esta diaria ruptura en la continuidad de la existencia desesperaba a Proust, y Sartre comenta: "Se pregunta siempre cómo su yo puede pasar de un instante a otro, y cómo encuentra después de la nada de su sueño su yo de la víspera". Sin duda alguna, tenía un espejo al alcance de su mano que le devolvía su identidad perdida. Mirarse, remirarse se ha convertido en una costumbre moderna, a la que prestamos va poca atención, quizá porque estarnos rodeados de tantos espejos en los que, sin quererlo, nos vemos reflejados. Un viajero alemán cuenta que al llegar a París le sorprendió los espejos colocados en los muros laterales de los escaparates, que permiten ver a derecha e izquierda las mercancías y dan a esos locales una dimensión desproporcionada. Walter Benjamin llama a París "la ciudad de los espejos". En los cafés, el hombre que allí entra, antes de mirar se ve reflejado en estos cristales luminosos. Aturdido por las múltiples imágenes de sí mismo, pasa un cierto tiempo antes de volver a verse tal como es. También los ojos de los paseantes son espejos silenciosos, pero comunicativos, pues en ellos se, reflejan los distintos rostros que ven. Así, los espejismos, reflejos falsos o verdaderos del espejarse, se convierten en realidad sólida de nuestra vida cotidiana. El Cabinet des Mirages, del Museo Grevin, consagra el triunfo de los espejismos. Walter Benjamin afirma que "Mallarmé es el genio del espejo". ¿Qué es la Siesta del fauno más que un juego de espejismos?La estética símbolista de mirarse en el espejo es también una ética egocéntrica. Place miramos para encontrar lo que somos, átomos aislados, dispersos, de una sociedad. En este sentido, dice un cronista mundano: "Egoístas somos todos los que vivimos en una gran ciudad, porque no podemos dar un paso sin contemplar el adorado Yo, espejo en el espejo". En los cafés, en los salones, en las grandes tiendas, en las peluquerías, en todas partes vivimos rodeados de espejos que nos ofrecen invariablemente nuestra imagen. El Yo, así se sitúa en el mundo, objetivándose, pero su enigma sigue dejándonos perplejos, porque lo que devuelven los espejos no es la verdad del ser que somos. Sin embargo, Freud, en su obra Introducción al narcisismo, reveló que nuestra imagen puede convertirse en objeto del deseo, ya que el autoerotismo nace de la contemplación ante el espejo del cuerpo propio.

Mirarse en el espejo es adentrarse en el misterio de nuestro ser, y abre las puertas del conocimiento íntimo. Por ello es tan necesario, según Lacan, "el estadio del espejo", pues desarrolla el dinamismo afectivo por el que el sujeto se identifica primordialmente cor, la figura visual de su cuerpo y, al mismo tiempo, el yo aparece como otro. Es el espejismo que origina, para Hegel, la alienación de identificarse corno otro y sentirse él mismo. Esta dualidad íntima la expresa poéticamente César Vallejo: "A lo mejor, soy otro: andando al alba / otro que marcha en torno a un disco largo...". El espejo, al reflejarnos obliga a la reflexión, a sumergirnos en lo más oscuro de nuestro ser para descubrir un centro decisivo donde ensimismarnos. Incita a pasear por las avenidas de nuestros espacios interiores con la ociosidad soñadora de un viandante, recordando imágenes que arroja la memoria. Has

ta que se llega a descubrir el yo como único, excepcional, desli gado de todos los espejismos y universalidades genéricas. Es lo que Theodor Adorno denomina "la función reflexiva del espejo".

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Ahora bien, no siempre el espejo dice la verdad. El niño, por, ejemplo, mira extrañado su imagen y no se reconoce. Suele ocurrir, cuando se empaña el cristal, que desdibuja el natural perfil del rostro. También pode mos huir de contemplamos en el espejo por temor a descubrir nos a plena luz, o ver reflejados en los rasgos dolores y herida sufridos en las guerras del amor y el odio. Igualmente, cuando se llega a cierta edad, como la actriz francesa Mistinguette, retirar todos los espejos de su casa para no ver en su cara el paso devastador del tiempo.

Los filósofos antiespeculativos, o contra el speculum, como Juan D. García Bacea, denun cian las visiones que devuelve el espejo por considerarlas reflejos evanescentes, irreales, origi nando espejismos sin dar nunca la realidad del ser que somos Solamente podemos vernos de verdad cara a cara, es decir, en el rostro de otro, del próximo, del amigo, y hasta del enemigo que combatimos ásperamente Lo cierto es que siempre esta mos viéndonos reflejados-en las palabras sonoras, en los gesto y actitudes de los que nos acom pañan en el camino de la vida Es, pues, al convivir, que nos espejarnos unos a otros, lo queramos o no. Y de aquí nace el nosotros, esa riqueza de los espejos corporales que ensancha el espacio más allá de la visión refleja y puede ayudarnos a orientar nuestra existencia. Pero también las múltiples imágenes que asoman y desaparecen súbitamente en estos espejos humanos nos sumergen en la estupefácción. "Estas miradas recíprocas en el espejo de la Nada" (Walter Benjamin) provienen del relampagueo fugaz de los ojos, que al mirar las cosas y los seres sin tiempo para reflejarlos se pierden en el horizonte de espejos sucesivos.

No es extraño que de estos espejismos surjan las ilusiones sobre el Yo, que se multiplica como los heterónomos del poeta, Fernando Pessoa, hasta conducir directamente al nirvana o el vacío de la identidad. Espejarse en espejo ajeno lleva a la alienación del sentir, al no ver reflejados los sentimientos que se experimentan realmente. Así, creemos amar iluminados por el falso espejismo que el objeto de nuestro amor es el espejo, el eco de nuestro ser. Pero bien pronto, al vivir, se revela la diferiencia que escinde, y estalla el conflicto. Se ha roto en añicos el espejo. Nadie puede reconstruirlo.

Cabe una solución esperanzadora: si "el cuerpo es como un caleidoscopio" (Bergson), que refleja todas las realidades, esta riqueza de posibilidades permite abandonar la búsqueda de sí mismo en un único espejo y abrirse a todos los cuerpos espejados en el mundo, hasta encontrar en uno de ellos la unidad mística, perfecta, que enciende la llama de un fuego profundo. Pero, al despertar a la luz clarísima del espejo del amanecer se vuelven a reconocer distintos, para gozar la diferencia en la identidad. En consecuencia, los que se miran en el espejo de sí mismos no podrán sentirse jamás satisfechos con su imagen, pues la desazón aumenta con la visión cristalina, y se acrecienta la inquietud hasta constituirse en tensión permamente, ilimitada.

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