Una 'papelina' en el delantal
Las mujeres acusadas de vender droga en su casa suelen ser madres de toxicómanos
Viven en chabolas de los barrios de la periferia madrileña; reciben a los clientes en zapatillas y guardan la mercancía en el delantal. Todas son al menos cincuentonas; todas han sido acusadas en alguna ocasión de tráfico de estupefacientes; todas tienen hijos enganchados al caballo. Ninguna ha conseguido hacerse millonaria. En sus casas puede faltar la luz o el agua, pero no el vídeo. La Nati, cuyo domicilio apareció en un programa de televisión mientras los adictos se acercaban a comprar heroína, tiene siete hijos yonquis y asegura que también ella es una madre que sufre por la droga.
La avenida de Entrevías, en los primeros números, bordea un grupo de chabolas ubicadas en un alto. Las casas, pintadas de morado y verde, son como un pegote añadido al paisaje. Parece como si las excavadoras se hubieran olvidado de ellas.La Nati, de 48 años, vestida de luto, en zapatillas y sin medias, abre la puerta de hojalata. Empieza a gritar, cuando identifica a los visitantes como periodistas, que es un crimen lo que han hecho con ella. "Mi problema también es la droga", dice;
¡Ojalá quemaran hasta la tierra en la que nace la droga! De mis diez hijos, siete están enganchados. En lugar de denunciarme como traficante deberían ayudarme a salir adelante".
En un cuartucho, cuatro de sus hijos están arrebujados en mantas y colchones. Una estufa de gas calienta la estancia, atravesada por una cuerda en la que se tiende la ropa. En dos muebles-bar se apilan infinidad de estatuillas y un vídeo, comprado "con la pensión de la abuiela". En una placa de madera se lee: "Dios bendiga esta casa".
La Nati abandonó Badajoz cuando estaba recién casada. Su marido, también heroinómano, murió atropellado por uno de los trenes que cruzan el barrio de Entrevías. Tiene 10 hijos, de edades comprendidas entre los 30 y los 6 años. Los tres pequeños están al cuidado de una asistente social del Ayuntamiento. Los siete restantes son todos yonquis. Sus brazos parecen coladores y están llenos de cicatrices producidas por los mismos pinchazos.
Paco, el hijo mayor, saca la cabeza de entre las mantas y enseña una jeringuilla nueva que tiene preparada para el próximo pico. A la informadora le marca los pinchazos en el abdomen y se baja los calzoncillos para el fotógrafo: "Tengo pinchazos hasta en la punta de la polla", dice. Otro de los hermanos, tumbado junto a Paco, muestra sus brazos llenos de bultos. Su cara, amarilla denuncia una hepatitis evidente "Estoy mu malito...".
La abuela, cuyo aspecto recuerda a las imágenes de los prisioneros en campos de concentración nazis, está tirada en el suelo junto a la puerta. En la sala hay un fuerte hedor a orines. "La abuela está fiambre", bromea uno de los nietos. Nati explica que, "como no hay water", a su madre la tienen que poner en la sala a hacer sus necesidades.
La madre de Nati es el único miembro de la casa con ingresos fijos. La abuela percibe una pensión de 14.000 pesetas, que a la familia no le llega ni para empezar, dado el grado de adicción de los hijos. Las ganancias del trapicheo se les van por las venas. Para darles de comer la Nati tiene que hacer virguerías.
"Lo mismo vendo lotería que pido por las calles", asegura Nati. "Me parece muy bien que las madres luchen contra la droga, pero lo mío sí que es una desgracia. Con lo guapos que son todos y ahí los tengo destrozaos. Cuando salen de la cárcel, salen que da gusto verlos".
La llegada de compradores es casi constante. La familia desmiente, sin embargo, que se dediquen el tráfico. "Los que vienen son amigos nuestros", dice el hijo mayor; "cuando nosotros tenemos droga les invitamos, y cuando tienen ellos nos invitan a nosotros. Es lógico, ¿no?".
La chabola está muy próxima a la iglesia de San Carlos, cuartel general de la Coordinadora de Barrios, agrupación que ha denunciado cientos de puntos de venta de droga. "Conozco de sobra al cura (Enrique de Castro), y más de una vez he ido a pedirle caridad y no me ha ayudado nunca. ¿Por qué no denuncian a los grandes traficantes? Ellos sí que son los auténticos responsables de lo que pasa, y no nosotros, que somos las víctimas", explica Nati.
A unos 500 metros del domiellio de Natí, vive la familia Saavedra. Agustina, la Abuela, como la conocen en el barrio, y tres de sus hijos fueron detenidos el pasado año por su supuesta implicación en la muerte a golpes de dos prostitutas.
Un año después de cometarse el doble homicidio, una heroinómana adolescente, Enriqueta Silva, firmó una declaración en la que aseguró que las dos jóvenes muertas habían estado en la casa de los Saavedra en la madrugada del crimen.
Enriqueta murió mes y medio después de firmar la declaración en la que implicaba a los Saavedra. La posibilidad de que la muerte de la joven fuese precipitada por una dosis de heroína contaminada no ha sido descartada por la policía.
La quinta de la Nati
Otras mujeres de edades parecidas también han sido acusadas de tráfico de heroína. Son Dolores Olivares, la Chata, de 55 años, internada en Yeserías y que ha visto morir a dos de sus hijos por sobredosis; Esperanza Castrejón, de 71 años, también apodada la Chata, acusada de tráfico de drogas; Evarista Giménez, la Gitana, acusada de vender la papelina que causó la muerte de una joven.Sus domicilios están en las listas de puntos de venta de estupefacientes que facilitó la Coordinadora de Barrios al Congreso de los Diputados. Conocen bien a Enrique de Castro, dirigente de este movimiento, y no le guardan rencor. Como dice Esperanza Castrejón: "No le vamos a hacer nada, porque encima lo convertiríamos en un héroe".
Todas son de la. quinta de la Nati; capaces de identificar a un pasma (policía) en bañador; habituales de los juzgados; amantes de sus hijos y amas de casa que siempre vuelven a su chabola a ponerse el delantal.
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