El moro amigo
No descubro nada, ciertamente, al decir que Granada es una ciudad única e incomparable. Ninguna otra reúne, junto al legado histórico de dos grandes civilizaciones, la extraordinaria belleza de su situación, entre las nieves perpetuas del Mulhacén y los cultivos subtropicales de las huertas del Darro. Este contraste, esta dualidad profunda del alma de la ciudad, lo sienten los buenos granadinos, a la vez, como un privilegio y un reto: el de salvar el pasado de su ciudad sin renunciar a su porvenir, noble actitud no siempre acompañada por la fortuna.,"-Y vuesa merced, ¿dónde camina?- preguntó Don Quijote.
-Yo, señor -respondió el caballero-, voy a Granada, que es rni patria.
-¡Y buena patria! -replicó Don Quijote".
No tuve ya la suerte de nacer en tanta maravilla, pero he tenido la compensación de contar entre mis amigos a muy valiosos granadinos. Me he vuelto a encontrar estos días con uno de ellos, Melchor Fernández Almagro, al caer en mis manos una edición primorosa que ha hecho Antonio Gallego Morell, con amor y competencia, del Epistolario (1918-1940) que mantuvieron su ilustre padre, Antonio Gallego Burín, y el historiador de la Restauración.
En mal trance veo yo a los futuros biógrafos de los grandes personajes de tiempos como éstos, en que las gentes no se relacionan ya mediante la correspondencia escrita. La carta, la tarjeta postal, el mensaje o el telegrama, que tan bien defendió Pedro Salinas, han dejado de ser utilizados por políticos, intelectuales, amigos o enamorados. El teléfono, la televisión o el vídeo vienen a sustituirlos, y si con ellos se gana -lo que no es despreciable- la conservación de la voz y de la imagen, se pierde, en cambio -lo que resulta lamentable-, aquella intimidad, meditación y sinceridad, tan imprescIndibles al biógrafo, que proporcionaba el género epistolar.
Amigos que se veían a díario, en dos tertulias a falta de una, la del Rinconcillo en el café Alameda y la del café Imperial, en la acera del Casino, Almagro y Gallego se sieriten desamparados cuando Melchor se traslada a Madrid en 1918. "Para mí", escribe Melchor desde su diáspora madrileña, "es día perdido aquel en que no cruzo con un amigo una carta o una conversación". Sentimiento que corrobora Antonio al decir que más perdido es para él "si ese amigo es como tú, tan grato a mi espíritu, que desde que nos separamos, y ¡quién sabe si por mucho tiempo!, no encontré otro con quien hablar de corazón". Si Melchor le cuenta todo lo que él va conociendo de la Villa y Corte, con su doble talante de periodista e historiador, necesita, a su vez, que Antonio le mantenga en contacto seguido con lo que pasa en su ciudad.
De la Redacción de El Noticiero Granadino, donde le sustituye Gallego, Melchor pasa a la de La Época, el diario del marqués de Valdeiglesias, y poco después a La Voz. Colabora también en El Sol; A bc; La Vanguardia, de Barcelona, y La Nación, de Buenos Aires, entonces en su máximo prestigio. Gallego, nombrado asimismo corresponsal de El Sol en Granada, hace su propio periódico, Renovación -primero, decenal; luego, semanal-cuya Redacción está en su propia casa, y que acoge con entusiasmo las ideas regeneracionistas de Cambó, por el que siente verdadera fascinación. Pabón ha contado la retirada de Canibó, seguido de todos los diputados catalanistas, del salón de sesiones el 12 de diciembre de 1918: "Una voz liberal in-crepó a los diputados catalanes que salían los últimos: '¡Separatistas!', y uno de aquéllos, deteniendo el paso un momento, le contestó: '¡Separadores!'. En sus confidencias a Gallego, Melchor le dice: "Ya conoces mi manera de pensar: la autonomía implica sobre todo una cuestión de capacidad..., que falta por completo en nuestra bella. Andalucía..., y pretender dificultar la concesión de la autonomía a Cataluña pidiéndola en igual grado para, toda España... es hacer el juego a los patrioteros y a los centralistas. ¡Como si esas regiones, comidas de cacíques y roídas de miserias, pudieran aspirar, hoy por hoy, a regirse por si!". Reconoce que Cambó, "antipático y atrayente como Lucifer, está tocado de cierto poder demoniaco". Y, sin embargo, como él mismo dirá en su futura Historia del reinado de Alfonso XIII, Cambó pudo haber sido la solución para evitar la dictadura militar, solución malograda por el cáncer de garganta que aquejó en hora importuna al líder de la Lliga.Uno y otro son trabajadores infatigables. Se mandan sus trabajos -y se los critican con la, mayor sinceridad- y comentan la dificultad de galvanizar a sus paisanos a una vida cultural mejor. Allí está. Federico García Lorca, que ya despunta, como grandísimo poeta. Melchor le cuenta su primera intervención en la Residencia de Estudiantes de Madrid, en carta del 26 de mayo de 1919: "Cuantas personas han tenido ocasión de conocer sus versos, los han celebrado con sincero y caluroso entusiasmo. La noche en que leyó en la Residencia fuimos unos cuantos amigos, que, entremezclados con la Comunidad, constituimos un coro devotísimo. Los residentes se mostraron realmente encantados, y muy a gusto hubieran retenido al poeta toda la. noche, para continuar embelesados y conmovidos. Pero ningún residente descompuso su actitud con desmesurado entusiasmo: ya sabes que el entusiasmo, como todas las emociones desmedidas, están prohibidas en la Casa". Era el primer viaje largo del poeta a Madrid, que don Fernando de los Ríos había aconsejado a sus padres, según nos aclara en una de sus atinadas notas el compílador de este libro. Buen crítico literario, en esa misma carta Melchor añade a su amigo Antonlo esta predicción: "Desde noviembre acá, Federico ha progresado enormemente ... Tengo la evidencia de que llegará a representar en nuestra lírica contemporánea algo muy personal, encumbrado y decisivo. Hablando con él he pasado ratos deliciosos, recordándoos a vosotros... pasando de unos temas a otros, con la viveza e impaciencia de quienes pronto han de separarse y temen que algo se quede sin decir".
A los intentos de ampliación cultural que plantean con ilusión Gallego Burín y otros no responde la gente de Granada. Un Ortega y un Baroja en su plenitud son invitados en 1924 a dar unas conferencias, y les recibe un gran vacío: "Ni un profesor universitario, excepto Palanco", escribe Gallego a Melchor, "han ido a saludar a Ortega. Se le hizo un agasajo pobre, ridículo, abochornante, al que fuimos unos 20. Con razón habrá tenido para Granada las frases más duras". Melchor protesta sobre "ese espíritu rural" de Granada. "No se trata precisamente de Ortega, sino del fuero de la inteligencia ahí vejado". Y tanto él como García Lorca envían sendas cartas a El Defensor de Granada manifestando su repulsa a aquella actitud. El maestro Falla también había fracasado con un primer Concurso del Cante Jondo organizado con fervor.
Melchor ha publicado su pnimer libro: Vida y obra de Angel Ganivet, en 1925. Dos años antes habían concedido a su original el Premio Charro-Hidalgo, del Ateneo de Madrid, por un jurado que componían Gómez
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Viene de la página anteriorde Baquero, Maeztu, Díez-Canedo, Azorín y Pérez de Ayala. (¿Se podría reunir hoy un jura do de este rango?) Ganivet había sido gran amante de su ciudad -recuérdese su libro Granada la bella-, pero también le entristecen sus habitantes: "Contra un pueblo", dice aludiendo al abovedado del Darro," que hace o deja hacer tales desmanes y que además renuncia a ver el agua que corre a sus pies no queda más recurso que echarse a llorar". Y aunque Almagro le censure a Ganivet el creer en lo típico, "que es la añagaza que nos tiende el pasado, a fin de conmovernos con la emoción de ideas, sentimientos, costumbres y aun objetos materiales, felizmente superados", también Ganivet, como lo recuerda Emilio García Gómez -otro granadino de adopción- en su Silla del Moro, arremeta contra las interpretaciones tradicionales de Granada al decir: "Todavía hay quien al visitar la Alhambra cree sentir los halagos y arrullos de la sensualidad, y no siente la profunda tristeza que emana de un palacio desierto, abandonado de sus moradores, aprisionado en los hilos impalpables que teje el espíritu de la destrucción, esa araña invisible cuyas patas son sueños".
Melchor no dejará de escribir hasta su último día (un día de 1966), editoriales, artículos, libros, y de charlar, en conferencias, tertulias y distendidas conversaciones con los amigos. Yo fui uno de éstos, además de reeditor suyo. Le llamábamos el moro amigo por su tez tostada, su habla atropellada, su bondad, y por ser de Granada. Sus obras mayores son, sin duda, la biografia de su paisano Cánovas y los varios volúmenes de la Historia política de la España contemporánea (1869-1902), que se continuó en su Alfonso XIII ya citado. ¡Historia puramente política! No sé qué grado de estimación merecerán esas obras a los jóvenes historiadores, más atentos a la historia social y económica. A mi entender, lo prudente es combinar ambas perspectivas, porque siempre seguirá siendo importante, por ejemplo, cuál fuera el carácter, o la inteligencia, de los que mandaron en cada momento, y decisiva la influencia del azar en el curso de la historia. Recuérdese lo de Cambó .
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