Gaiga quien caiga
"Empezaron dos o tres hace siete meses, y se fueron extendiendo por el boca a boca; ahora son imparables", dice del grupo de Madres Unidas contra la Droga un miembro de la Coordinadora de Barrios.Algunas exhibían ayer todavía en las manos cacerolas y tapaderas, quizás piezas que quedaron en buen estado después de la estruendosa cacerolada con que obsequiaron a los funcionarios de la comisaria de Entrevías el 12 de marzo pasado durante varias horas. Todas llevaban puesto, en diferente lugar de su cuerpo, un pañuelo blanco con un dibujo: una jeringuilla rota violentamente por la mitad, uno de sus sueños. La vivencia diaria, y en su propia carne, de la miseria de la marginación, y los ecos, distantes pero cercanos, de las Madres de la Plaza de Mayo argentinas, han lanzado a un número creciente de mujeres a una lucha en las que puede faltarles casi todo menos motivaciones.
Muchas de ellas oscilaban ayer, en el curso de la manifestación, entre el drama personal que pugnaba por salir a cada momento -"no estamos todos, faltan los muertos"- y la actividad frenética que las llevaba de la cabeza a la cola de la marcha con los megáfonos, las primeras en los gritos, en las consignas. "Estamos hartas de muertes", decía ayer una voz quebrada desde el altavoz de un coche, "contra los centros de exterminio que son las cárceles para los toxicómanos, a los funcionarios no los registra ni Dios". "Pedimos ayuda al pueblo madrileño", decían otras mujeres, repartidas estratégicamente en la marcha para que la tensión no decayera.
Eran las más furiosas, las más convencidas, pero también las que más bailaban y tocaban palmas. Las que, se notaba de lejos, más razones tenían. Ellas saben mejor que nadie que la eliminación del tráfico de droga va para largo, pero ya han anunciado que piensan seguir, caiga quien caiga.
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