_
_
_
_
_

Una anciana sobrevive de vender jeringuillas, cucharas y limón a los heroinómanos

Amelia Castilla

María Gorri, de 70 años, a la que los yonquis vallecanos conocen como doña Mari, sobrevive desde hace cuatro años gracias a los pocos duros de ganancia que le supone la venta de jeringuillas, cucharas y limón. La anciana sabe lo que hacen con su mercancía los heroinómanos, pero prefiero dárselas yo a que las cojan del suelo y se infecten", dice. Se confiesa muy católica, y explica que si no reza no duerme. Esta mujer asegura que si fuera más joven se enamoraría de Enrique de Castro, portavoz de la Coordinadora de Barrios, grupo vecinal que ha denunciado la pasividad policial ante la venta de droga.

Vive en una calle de casas bajas, donde se conoce todo el mundo. En ese seudopueblo, situado en Vallecas, hay vecinos que no le hablan porque se trata con los drogadictos. La anemia la tiene en los huesos, anda un poco desmemoriada, se pierde por las calles y siempre tiene una lágrima prendida de sus pálidas mejillas. Lleva el pelo cortado a lo chico y viste una falda a cuadros y un jersei azul clarito con un chaleco. Calza zapatillas y calcetines hasta las rodillas.Desde que murió su marido, hace cuatro años, vive con las 18.000 pesetas que le quedaron de pensión y las ganancias que le reporta la venta de jeringas. "Los chutas venían a casa a pedirme limón y una cucharilla, y ellos me dieron la idea. Yo las compro en la farmacia a 12 duros y gano ocho más con la venta, si es que las vendo, porque muchas veces les tengo que dar yo para el metro", dice, al tiempo que se pregunta: "¿Qué le vamos a hacer si la vida viene así?".

Las reglas del juego

La clientela llega sobre todo por la noche, cuando las farmacias están cerradas. Y los días fuertes de venta son los fines de semana. Los yonquis saben que doña Mari se acuesta a las 23.30, y ellos y ella respetan las reglas del juego.Nació en Garachico (Tenerife), hace "60 años y 10 más". Conoció a su marido en Melilla, y vive desde hace más de 20 años en Madrid. Es devota de la Virgen de la Candelaria, pero no quiere volver a su tierra, aunque aquí esté sola". María tiene miedo a caerse o marearse en su casa y que nadie se entere. Su vivienda está tan limpia como su dueña. El mobiliario del salón lo componen una mesa camilla, dos estufas, jaulas para sus dos pájaros, que aparecen cubiertas con trapos porque los animales están dormidos, y un pequeño mueble en el que se apoya la tele y guarda lo que queda de una vajilla. Las paredes están decoradas con calendarios y un cartel del Atlético de Madrid ("Mi equipo, aunque también me gusta el Real Madrid").

El pasado viernes, mientras doña Mari veía la televisión, dos hombres de paisano y tres de uniforme irrumpieron en la vivienda e hicieron un registro "Se llevaron las agujas, me revolvieron todo y me han denunciado en el juzgado", asegura asustada. "Yo las compro en la farmacia y las vendo luego, pero eso no es malo, ¿verdad?".

Un día después, dos hombres aparecieron con un ramo de flores y seis jeringuillas. "Dijeron que me lo regalaba Enrique de Castro y me hicieron fotos con las chutas, pero era mentira, me engañaron. No se qué querían", asegura.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

A causa de esa mentira, pudo conocer a De Castro: "Me gustó mucho como persona. Soy una vieja desdentada y analfabeta, pero si fuera joven me enamoraría de él".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_