Sixtina
Cuando Gianfranco Colalucci, jefe de los restauradores de la capilla Sixtina, supo que Andy Warhol había firmado horas antes de su muerte un manifiesto dirigido al Papa contra la limpieza de los frescos de Miguel Ángel, exclamó furibundo: "Aquí no pinta nada el pop". Desgraciadamente, esas figuras sixtinas que con tanto esmero lava el profesor Colalucci se empeñan en llevarle la contraria. Detrás de la elegante mugre de siglos emergen unos chillones, provocadores y sentimentales colores que recuerdan demasiado a la primitiva era del pop.Warhol murió apoyando la sabia cochambre del tiempo, el primado de lo artificial, la decadencia de la originalidad, sin darse cuenta de que Miguel Ángel, desde lo alto del andamio, en otro de sus geniales ramalazos, intuyó y plagió el futuro technicolor comercial del pop. Wojtyla y Colalucci, por la parte contraria, defienden el cromatismo original de los frescos contra la bastarda opinión de los artistas modernos, sin comprender que esos primitivos colores de la Sixtina, después del fregoteo restaurador, resultan perturbadoramente vanguardistas para los muy conservadores y opacos vientos que soplan por los pasillos vaticanos. Tendría que haber un tango arrastrado que se titulara La vida es una paradoja. O un bolero sabrosón.
Es lógico que si el Papa apoya la originalidad de los frescos de la capilla Sixtina arremeta contra la artificialidad en la capilla conyugal. Ese documento que fulmina la fecundación in vitro, los bancos de semen y el esperma helado no es más que otra versión de la misma polémica. El eterno duelo entre lo natural y lo artificial. Ahora bien, peligra la continuidad de la raza católica después de la pasada bioética de Wojtyla. Les prohíben usar gomas contra el virus asesino y les impiden reproducirse en los tubos de ensayo. Peligran cuando lo hacen con naturalidad y pecan si es artificialmente. Sólo les queda, ay, el provocador consejo de Warhol: "Lo más excitante es no hacerlo". Les está quedando un Vaticano muy pop.
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