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Tribuna:LA ACTITUD PÚBLICA DEL GOBIERNO
Tribuna
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La lógica arrogancia socialista

Ahora que empieza a remitir el mundillo opinable sobre el debate del estado de la nación, voy a echar mi cuarto a espadas -después de algunos años sin usar de mi viejo y querido oficio de periodista- sobre lo más traído y llevado en la gestión del Gobierno socialista. En estos días se han puesto en candelero, con más rigor que en otras ocasiones, la prepotencia; el triunfalismo, la intolerancia y el mal uso de la infalibilidad atosigante con que se adornan muchas actitudes de nuestros gobernantes.Rompo este silencio conmigo mismo porque puedo aportar datos esclarecedores, y en cierto modo exculpatorios, sobre la repetida soberbia de los socialistas en el poder. Y porque he llegado al convencimiento de que el silencío suele ser compañéro de viaje del encubrimiento, más que exponente de una prudencia casi siempre poco agradecida y, lo que es más peligroso, mal interpretada por los que piensan que todo silencio tiene un precio.

Un detalle conviene resaltar, al margen de toda la parafernalia de las intervenciones en el Parlamento: en la calle, esta intolerancia prepotente que antes se generalizaba con el nombre de rodillo socialista ahora empieza a recaer sobre nombres propios, entre los que figura el del presidente del Gobierno. Es significativo cómo desde las esferas del poder, a cualquiera de sus niveles, pasaron desapercibidos, e incluso intentó justificarse, los gestos del presidente González en el primer día del debate en el Parlamento. Sólo la repetición del buen hacer de las cámaras de televisión y la crítica de todos los medios de comunicación, a excepción de Radio Nacional, produjo el convencimiento de muchas personas cercanas o simpatizantes del poder socialista en el sentido de que aquella manera de gesticular y de actuar no sólo no obedecía a los modos de la cortesía parlamentaria, sino que eran poco apropiados para la altura del comportamiento cívico a que el presidente del Gobierno nos tiene acostumbrados. Y prueba de ello fue su copernicana rectificación el segundo día del debate, en el que la sensatez y buenas formas de Felipe González volvieron a brillar. Es en este desliz de las formas del presidente González donde ha residido la desagradable sorpresa de la gente llana. Hasta ahora se había soportado, y hasta festejado con la indulgencia que impone la costumbre, los dislates verbales de algún miembro del Gobierno, pero el presidente siempre se mantuvo en una reposada zona de calma que decía mucho en favor de su temple. Precisamente lo excepcional de una actitud que rozaba el menosprecio, como la sostenida por el presidente, es lo que ha producido la confirmación en un buen número de los españoles de a pie de que la intolerancia del Gobierno socialista no es cuestión de personas aisladas, sino que forma parte de algo que parece enquistado en el quehacer político del Gabinete. Una vez más MacLuhan se ha llevado el gato al agua: esta vez las imágenes no sólo valieron mil palabras, sino que produjeron el rechazo de un gran número de españolles, sin que muchos de ellos estuvieran predispuestos al rechazo, como se ha dicho desde la propaganda gubernamental. Quien hoy lamenta esta situación por escrito lo hace como hombre de la calle, después de haber detectado un desconcierto casi clamoroso a todos los niveles y en las más diferentes situaciones. Y lo hace desde la amistad y el afecto -y bien que lo sabe el criticado-, porque no hay mejor cuña que la de la propia madera.

¿Por qué se produce esta arrogancia en el socialismo renovado? Cada hombre -y con mucho más motivo las instituciones que ellos encarnan- es hijo de sus obras, pero también producto de sus logros. En este sentido -hay que reconocer que el partido en el poder, lo que ya puede llamarse el gonzalismo, o versión muy remota del viejo socialismo de Iglesias y Largo Caballero que ahora alcanza fórmulas socialdemócratas -Solchaga dixit- como instrumentos útiles de gobierno, ha sido un movimiento de fortuna, mimado por la reciente historia y recompensado excepcionalmente por el azar. Si a esto se une la fortuna de un líder carismático como es Felipe González, comprenderemos cómo, esta legión de hombres que detentan el poder han podido llegar al encumbramíento no sólo por las recientes razones históricas, éxitos electorales incluidos, que avalan el reconocimiento de su triunfo, sino por sus inmediatas conquístas en algunos terrenos de la economía, lo que les ha hecho encaramarse a la hornacina de la santidad y la perfección con la consiguiente autosuficiencia de un niño Vicente nada cómodo.

Tentáculos

Es lógico pensar que la mayoría de los miembros del Gobierno y algunos -no tantos- de sus tentáculos autonómicos no desean esta fama de contumaces instrumentos de la arrogancia. ¿Por qué, pues, en este tira y afloja del puedo pero no quiero caen una y otra vez en el pecado consentido de la intolerancia como si se tratara de una inevitable gula del poder? La respuesta creo que se encuentra en los propios éxitos del gonzalismo, en su falta de rodaje en la adversidad y la renunciación; lo que han hecho del socialismo renovado que nos gobierna un niño mimado, con vicios de forma en los comportamientos de un partido que ha llegado a intoxicarse de sus triunfos.

No hay más que echar una ojeada al pasado reciente pqra comprender la falta de humildad del gonzalismo como producto de su propia historia: 1) Afortunado golpe de Suresne, con la caída de una carcasa histórica que obstaculizaba la promoción de los jóvenes. 2) Reconocimiento de la Internacional Socialista como el único socialismo representativo de España y feliz padrinazgo de Willy Brandt, con el consiguiente caudal die marcos alemanes que permitió montar una infraestructura electoral decente y lejos de balbuceos chapuceros. 3) Rotundo y autoritario protagonismo del socialismo renovado en el proceso de unidad de los socialismos españoles: primer éxito que les hace pensar en la utilidad política de Ia prepotencia. 4) Fortuna de estar en la oposición frente a un partido de descomposíción, lo que les hace aparecer no sólo más brillantes, sino foguearse en el foro parlamentario con un sparring de cartón y sin responsabilidades de Gobierno. 5) Triunfo electoral en dos ocasiones con mayoría absoluta, lo que les permite gobernar y legislar con comodidad, sin estrecheces de voto, y con una oposición generalmente en desconcierto. 6) Las pequeñas crisis internas del partido han llegado cuando ya gobernaban, y el poder siempre facilita la unidad, porque la solídaridad de todos supone el mantenimiento del cargo de cada uno. 7) Bajada del petróleo, desaparición de las pertinentes sequías desde que suben al poder y producción agraria en las cuatro últimas cosechas como no se había conocido en los últimos años, mientras que la UCD padeció el mayor encarecimiento de los crudos, cuatro pedriscos y heladas e inundaciones en distintas zonas de la agricultura española que importaron cuantiosas cantidades de indemnización.

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La Virgen de Fátima

Ane este panorama, ¿cómo no in a sentirse los socialistas predestinados y poseedores de la razón? Lo extraño es que sigan sin creer en la Virgen de Fátima. Es lógico que un partido tan reciente (se entiende que el gonzalismo socialismo renovado no tiene ida que ver con el partido de Pablo Iglesias, tal vez para suerte este país), que apenas sabe que es digerir una derrota, se sienta arrogante en las victorias que le llueven de uno y otro lado, sin que quiera darle tres cuartos pregonero de sus debilidades. En comprender esta actitud debe estribar el mayor ejercicio de paciencia de la oposición y del griterío callejero. Porque la humildad se aprende con las urnas, y las siguen prefiriendo la arrogancia a la humildad.

Antonio Guerra es periodista. Fue director del semanario El Socialista.

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