Obispos
Monseñor Lefebvre le ha rechazado una prelatura al Papa, a quien cualquier día piensa llevar a los tribunales eclesiásticos. El vidente Clemente, ciego y todo, ha hecho el milagro de ver el mar desde Santillana que sólo lo tiene en el nombre. Monseñor Delicado Baeza, arzobispo de Valladolid, nos advierte sobre/contra la educación sexual y Rocío Jurado ha dicho que le gusta cantar el Evangelio. Me parece que la Iglesia, desalentada de salvar el mundo, empieza a salvarse a sí misma. Este mes de febrero se enlutece y solemniza con una conferencia episcopal que, ajuzgar por las filtraciones celestiales, va a endurecer lo duro. La línea Lefebvre llega hasta monseñor Suquía, pasando por el vidente Clemente. San Ignacio se lo dijo a los suyos, a esa aristocracia de la Iglesia que han sido siempre los jesuitas: "En tiempos de perturbación, no hacer mudanzas". Pero los obispos se habían metido en mudanzas, con curas cantautores y párrocos rojos, como mi querido Llanos. Y como los tiempos son de perturbación y heavy metal, la Iglesia no se sabe dónde iba a parar. La Iglesia es como la fiesta nacional: cada vez que se la toca es para peor. No hay más católicos ni más toreros que los antiguos. El resto es turismo a lo divino, asomado a los balconcillos altos del cielo. La fiesta es como es, antigua, y hay que hacer creer a los curiosos que siempre ha sido así, porque de otro modo se les desconcierta mucho y piensan que han llegado tarde a misa. Acabo de leer un libro de Robles Piquer que recoge artículos suyos desde los tiempos de Signo y la Acción Católica, apostolares años cuarenta, hasta ahora mismo, pasando por La Codorniz.
He aquí un varón coherente. Escribe hoy, en la España europeizada y socialista, con elmismo temple eucarístico de Signo. Ni a la Iglesia ni a los toros ni a Robles Piquer hay que tocarles. Son así y están inventados de una vez para siempre. Poner la misa en castellano o ponerles peto a los caballos son reformas que se pagan. La gente quiere ver al toro descornarse contra el triperío en vivo del noble bruto, y quiere descornarse ella misma contra las divinas palabras del latín. La religión, como los toros, es un ritual en torno de la muerte, y los obispos han decidido volver a vestirse de luces. En los toros, como en la religión, hay un cadáver previo, que es el toro o el torero. Antoñete va siendo ya una especie de monseñor Tarancón de la tauromaquia. Entre los obispos, entre los gitanos y entre los toreros, quienes opinan son los viejos. Los cosos mudéjares y las catedrales góticas son los anillos de esta vieja dama que es España. Para qué más. Hay quesalvar la fiesta y salvar el rito. Sólo que Antoñete y monseñor Lefebvre creen en la salvación por insistencia, y no por innovación. Razón que les sobra. El gótico nos vino del Norte y congeló en piedra media España. De eso vivimos. El mudéjar vino del Sur y cuajó en ladrillo la otra media. Del calor de las plazas al frío de las catedrales, y vuelta. Así hemos vivido varios siglos. Con plazas cuadradas y catedrales como la Almudena, ya no seríamos la reserva espiritual del Mercado Común. La España decisiva tiene catedrales hondas y frescas para pasar el verano, los ardores de la fe y la Inquisición, y tiene plazas redondas para encerrarse en sí misma, como aquella tarde del 98. El rito no se toca, porque se cae. Consiste en sí mismo. Para eso se hace ahora la Obispada o Conferencia Episcopal. Los prelados saldrán de ella muy puestos, como espás.
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