Salir de la democracia reducida
Desde distintos ángulos, pero con la misma intención crítica, se multiplica un diagnóstico político: la proyectada democracia avanzada, inserta con optimismo constituyente en el preámbulo de la Constitución, se está deslizando gradualmente hacia una democracia reducida. Sería exagerado, e injusto, volver al "no es esto" orteguiano: los años treinta, por fortuna, tienen poco que ver sociológicamente con los actuales ochenta. Pero, sin embargo, los síntomas del disfuncionamiento institucional -especialmente del Parlamento y de sus posibilidades de control e iniciativa- se hacen cada día más patentes: falta de información, infravaloración parlamentaria, autocomplacencia del poder, frustración de la oposición. La opinión pública ha ido pasando del entusiasmo al desencanto, del desencanto a la reducción.La cuestión es así mucho más amplia y global que la de conformar y lograr que los partidos sean "el instrumento fundamental para la participación política". La globalidad remite a la naturaleza y operatividad del régimen democrático-parlamentario, a sus instituciones y a sus hábitos. Nuestro sistema político, enmarcado ideológicamente como Estado social y democrático de derecho, se define como "monarquía parlamentaria". Es decir, salvo que desnaturalicemos nuestro sistema, no estamos ante un caudillismo autoritario ni anteuna monarquía corporativa, ni tampoco ante un presidencialismo bicéfalo. El régimen parlamentario -que es el que nos define-, para que funcione bien, necesita la máxima potenciación del Parlamento, de las instituciones que lo animan (normativa electoral, partidos, grupos parlame,ntarios) y también de hábitos que conviertan la vida política en democracia fluida, ni dramatizadora ni prepotente. La vida parlamentaria -en un régimen parlamentario- debe basarse primordialmente en cotidianidad. creadora, de crítica, información y control, y no sólo en grandes debates nacionales.
Reducciones conservadoras
Reducir el Parlamento es reducir, a medio y largo plazo, la democracia. Reducir, en este caso, es frustrar posibilidades, es fomentar la idea de que la democracia se convierta en una maquinaria de consumidores satisfechos; en definitiva, es erradicar de la acción política todo lo que lleve imaginación y cambio. Enalgunos sectores se insiste que esto no es otra cosa que un fenómeno de personaliz ación autoritaria del poder. Yo creo que la cuestión es más compleja y, sobre todo, más objetiva; es decir, que se deriva de nuestras instituciones actuales y de ciertos hábitos pasados y no bien superados: probablemente, otros partidos harían lo mismo si tuviesen mayoría absoluta parlamentaria y los controles que se derivarían de esta mayoría. Al menos, podrían hacerlo. En otras palabras: la Útual reducción es un resultado de los mecanismos que definen nuestro régimen parlamentario y de ciertos hábitos que fácilmente se acomodan a la autogratificación triunfalista, a la ausencia de autocrítica y al elogio de los correducidos interesados.
Salir de la actual reducción exige una crítica, del poder y de la oposición, per poder, y entrar en las causas que están originando esta mentalidad reductiva y frustrante. Las reducciones, en política, como observó Tierno Galván, son siempre conservadoras: niegan, explícita o implícitamente, los cambios, porque se basan en la repetición y en la manipulación de la repetición. Para salir de nuestra vida en reductos se impone no una retó.rica revolucionaria, sino una práctica reformista. En nuestra disfuncionalidad parlamentaria -como en otros campos, se empieza ya una concienciación contestatariatres reformas son ineludibles: la reforma electoral, la reforma reglamentaria de las Cortes, la reforma de la vida interna de los partidos.
La vigente ley electoral fue pensada para víabilizar la transición política. Sus cautelas y reaseguros fueron normales en todo proceso excepcional de cambio: largos años sin partidos, identificación de fraccionamiento partidista en caos político-social, querencia del canovismo bipartidista. Después- de 10 años, su envejecimiento es patente: se ha frustrado el bipartidismo, no ha facilitado opciones claras o firmes, ha proyectado confusionismo y decepción. Una mayor proporcionalidad actuaría de revulsivo antirreductivo y de mayor participación social en los asuntos públicos. Ahora no se cuestiona ya la estabilidad, que está garantizada, sino la reducción, que es amenazante. Penalizar o reducir a las minorías es excluir, y las exclusiones no son buenas para la democracia. No existiendo riesgos de inestabilidad, el correctivo contra la reducción es ampliar la participación. Y esto, obviamente, exige un nuevo mecanismo normativo electoral.
La actual reglamentación parlamentaria ahonda, todavía más, en la reducción de la democracia. Por reacción a la inexistencia de grupos parlamentarios ideológicos, durante el franquismo se innovó sin calcular las consecuencias reductivas: en efecto, los reglamentos republicanos (1931-1934) no daban tanto poder al grupo. En ellos, el grupo era para el diputado, no el diputado para el grupo. Nuestra actual reglamentación reduce la función del diputado, superpotencian la disciplina grupal, discriminan su actividad, casi caricaturizan su labor: el forzado aumento del Grupo Mixto en el Congreso es un antimodelo de funcionalidad parlamentaria, así como la heroica lucha de grupos, subgrupos y de diputados.por unos segundos en televisión. Más aún: solapadamente, el viejo mandato imperativo de los procuradores medievales vuelve a reencarnarse con la actual' normativa. El partidogrupo ha sustituido a la ciudadvilla. El ciudadano, reducido a votar una lista cerrada y bloqueada, no vota ya a un dipuiado, sino a unas siglas (los alemanes, al menos, diversifican).
El partido (y en el Parlamento el grupo) subsume la representación popular y, por consiguiente, el poder. La reducción del diputado es inevitable y, con ello, su función. Racionalizar la vida parlamentaria exige una revisión a fondo ¿e los reglamentos: mayor flexibilidad y más libertad.
Identidad ideológica
Por último, salir de la reducción implica tener unos partidos con clara identidad ideológica, firmemente consolidados, financiados por el Estado con control y, sobre todo, con democracia interna. Esta cláusula, que en la etapa constituyente Tierno y yo logramos introducirla, se vio suspicazmente (eventual pretexto para ilegalizar ciertos partidos) o como una declaración retórica. Al menos nuestra intención iba más allá: configurar los partidos como instituciones públicas que no sólo sean cauce participativo, sino también que, dentro de sí, fomenten la racionalidad demo crática. Los partidos, evidente mente, tienen que tener como ob jetivo conseguir el poder, pero no reducir su ideología a una estrategia para la simple posesión, sino que, al mismo tiempo, crear, extender y reforzar los hábitos democráticos. Salir de la reducción es, así, luchar contra la oligarquización de los partidos y el temor mágico a los aparatos.
La actual democracia parlamentaria, en España, no está en, crisis, pero puede llegar a estarlo y, sobre todo, está bloqueada. Las manifestaciones estudiantiles deben llevar a la reflexión, es decir, entenderla como una protesta contra la reducción. En el fondo, se trata de encontrar estímulos y correctivos que, legal y políticamente, y con imaginación (que no hay mucha), reconviertan la actual democracia reducida y bloqueada en una democracia más dialogante y avanzada.
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