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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ríé, payasa

Vicente Molina Foix

Debe de ser una tragedia tener que hacer reír a toda costa, caiga quien caiga. Rosa María Sardá vuelve a caer estrepitosamente en sus intentos de ser graciosa en Ahí te quiero ver, ahora, si cabe, aún más desvaído, soso y repetitivo que en su primera comparecencia televisiva (celebrada por el gran público, todo hay que decirlo).Rosa María Sardá es una gran actriz. Más aún: es una comedianta de fuste, la mujer de vis cómica que demuestra después en el espacio de la tragedia tener también el sentido del pathos. Mujer que hace reír y que hace llorar. ¿Por qué este programa sólo da pena? Me atrevo a insinuar dos causas: la primera es la poca altura y el estrecho cauce de las historietas que le escriben sus guionistas, o las que ella elige; la segunda, que ahora, a la vista de los cuatro primeros programas emitidos en esta segunda tan da, parece que la actriz está más apresada aún que antes por el prurito cómico. Como en la conocida ópera, haya pena o alegría, el papel de los payasos e! provocar las risas. "Ridi, pagliaccio", y el público reirá.

La vena histriónica es el componente más sólido de la gran tradición cómica nacional. Si se pasa una somera revista mental al programa de despedida del fin de año, una vez amansadas las histerias persecutorias de algunos, comprobaremos que lo mejor y lo más consistente fueron las partes humorísticas donde se imitaba, no las que se decía. El talento para la mimesis del cómico español es, yo creo, incomparable, y lo que más falta, en líneas generales, es la elaboración literaria del entretenimiento.

El programa de la Sardá no escapa a la regla. Cuando Rosa María baja una escalera entre contorsiones o cuando imita el seny chinchoso de su estupenda vieja catalana, la actriz nos hace reir irresistiblemente. Cuando interpreta, en compañía de otros actores, las distintas viñetas cómicas, nos hace abrir la boca en un bostezo. Sólo ha habido, en mi opinión, un sketch de verdadera gracia y originalidad: el del pasado martes enla guillotina, con la figura del impasible tricoteur.

Lo que irrita más del programa, sin embargo, es la falsilla astracanada que Sardá quiere imponer en el vacío, y a veces contra natura. Salen a cantar al plató (y el decorado del cielo raso y los dos cuerpos de escalera es muy bonito) Angela Molina y Moustaki, con la mejor seriedad existencialista del chansonnier francés, y la Sardá se ve obligada a hacer el indio patafísico, ante la evidente vergüenza de sus invitados. Llega el alcalde de Barcelona a contar sus sueños en el Olimpo, y el pobre señor es sometido a un tercer grado de chascarrillos y cuchufletas capaz de aniquilar al más duro atleta. Ni siquiera teniendo una encomiable falta de sentido del ridículo se comprende cómo artistas de talla se prestan a hacer de papanatas ante las cámaras.

Ahí querríamos ver a la Sardá: haciendo un programa de humor de la categoría que se le reconoce como actriz y eligiendo sus textos con el buen gusto que siempre ha demostrado en la elección de sus funciones teatrales.

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