Carmen Rossi y Alfonso de Borbón
no parecen tener muy buen concepto el uno del otro, según se desprende de los testimomos que ambos han realizado durante el proceso de anulación de su matrimonio. Para Alfonso de Borbón, su ex mujer era una cabecita loca que se pasaba el día ordenando cajones: "Era una esposa poco madura, irreflexiva, ligera, maniática en el orden y en muchos detalles...". Y también: "La educación recibida la convirtió en un ser caprichoso, irresponsable e inmaduro". Pese a ello, en otro momento del proceso admite que Carmen es "buena persona, simpática y agradable" La esposa tampoco se muerde la lengua a la hora de calificar a su ex cónyuge, y dice que su carácter es "introvertido, pesimista triste, amargado y entre una mezcla de inseguridad y pretensión". La suegra del duque de Cádiz, Carmen Franco, confirmó en su testimonio todas estas cualidades de su yerno, al que le añadiría otra: también es "dominante". Carmen Rossi insinúa en otro apartado: "Vio en mí la esposa ideal para su vida, y aunque él lo haya negado, siempre he pensado que no es que sea un oportunista ni mucho menos, pero sí experimentó una cierta ilusión y ambición dentro del gran fracaso que ha sido su vida familiar". En determinado momento sufre un curioso lapsus en el lenguaje, al declarar haberse casado con Alfonso de Borbón, entre otras cosas, por los impedimentos que puso su padre, Cristóbal Martínéz Bordiú, cuando ella salía, anteriormente, "con un chico normal". En resumidas cuentas, ambos están de acuerdo en que el matrimonio estaba condenado al fracaso; el noviazgo sólo duró cinco meses, y durante ese tiempo no se vieron más de cuatro veces. Tanto el novio como la novia acudieron al altar para huir de sus problemas personales, según han relatado, y sin conocerse el uno al otro. Carmen Rossi ha resumido la que fue considerada como la gran boda del franquismo en una sola frase, tajante y cruel: "Para mí, mi marido no cuenta nada, como no ha contado a lo largo de nuestra vida conyugal".
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