Sobre culturas y espacios obreros
Un riesgo frecuente en toda síntesis es la desmedida simplificación, y esto es lo que ocurre, según creemos, con el artículo de Santos Juliá Culturas obreras y patrimonios sindicales (EL PAIS, 3 de octubre de 1986). En modo alguno se trata de que su contenido no se corresponda con la realidad histórica, no. Sino sencillamente que el' autor, movido por su deseo de clarificar el complejo tema del patrimonio sindical, tiende a identificár valores como la capacidad de organización o la inquietud intelectual con la posesión de aquellos espacios -privilegiados en la sociabilidad y la convivencia obrera.Resultaría así que frente al socialismo ugetista el cenetismo, poco previsor en cuestiones relacionadas con la sociedad que tendía a destruir, carecería -o al menos no los tendría en la misma proporción dichos valores.
Pero ello, con ser sorprendente, lo es más cuando se trata de mostrar tal desdén por el orden y la ilustración como fruto de una tradición cultural que, previsiblemente, debía ser la recreada por los obreros españoles en torno a Asociación Internacional de los Trabajadores.
Y aquí es precisamente donde hay que ver nuestras objeciones. Porque, efectivamente, esta cultura legada por nuestro primer sindicalismo esperaba, ya entonces, la llegada de la sociedad futura "para el fin de semana próximo" y como producto de la liquidación de la existente. Y también participaba de toda una serie de manifestaciones sociales de carácter informal en la calle, el taller, o la taberna. -Pero, evidentemente, tampoco le era ajena la cultura formalizada, ritualizada en reuniones y encuentros en ateneos y centros obreros, en los que no faltarían anexos destinados a escuelás y bibliotecas.
Lugar de encuentro
Concebidos como lugares de encuentro y discusión, en ellos los trabajadores abordarían las duras condiciones de vida y trabajo, pasarían el tiempo de ocio, celebrarían mítines y asambleas -cerradas pacífica y ordenadamente con fraternales tés- o discutirían los teinas propios de la organización: admisión de socios, marcha de la Sociedad, pago de cuotas, etc. Ahí están los testimonios aportados por la sistematización de la correspondencia y comunicaciones interiorres; por las actas de los consejos y co -Misión federal; por las de los distintos congresos y conferencias celebrados entre 1870 y 1887; o el complejo entramado orgánico formado por secciones y uniones de oficios, federaciones locales o federación símiles.
No faltará tampoco en este primer sindicalismo una decidida vocación por la instrucción y la enseñanza de los obreros, una fe ciega en la razón y la ciencia. Son suficientementeconocidos los dictámenes y resoluciones de congresos como el de Zaragoza, de 1872, con su programa de enseñanza intergral, o el de Sevilla, de 1882; la organización de certámenes filosóficos como los de Reus y Barcelona, en los que se analizarán temas tan variados y, en algunos ca,sos precursores, como la misión de la mujer "en la sociedad del porvenir", los fundamentos "científicos" del colectivismo, o la capacidad revolucionaria de la clase obrera. Pero, además, no podemos olvidar el encomiable papel desempeñado por la Prensa internacionalista -o anarquistacomo instrumento de propaganda y medio de difusión cultural.
Aportación escrita
En ella los obreros podían encontrar, junto a las noticias propias de la organización, artículos y ensayos doctrinales, fragmentos y reseñas de obras literarias y un amplio sinrin de temas que daban constancia de la especificidad cultural del primer sindicalismo, como han puesto de manifiesto J. Álvarez Junco, o L. Litvak más recientemente. En definitiva, una aportación, nada desdeñable, al patrimonio cultural de nuestra clase obrera, que sería heredado, o al menos susceptible de serlo, por los cenetistas en su posterior evolución histórica.
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