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Borrascosa sesión en la Asamblea francesa para reformar la jornada laboral

Lluís Bassets

La Asamblea Nacional francesa terminó ayer su última sesión de 1986, en un clima de tormenta política y de fuertes tensiones entre la mayoría y la oposición, con la aprobación de la ley que reajusta las jornadas laborales, después de que el presidente de la República se negara a estampar su firma en la reforma cuando le fue presentada en forma de decreto ley.

La votación se produjo ayer a las nueve de la mañana, después de una sesión nocturna en la que socialistas y comunistas intentaron por todos los medios obstaculizar la votación mediante la presentación de mociones previas, discusiones de procedimiento y agotamiento de los tiempos de intervención.Su objetivo era llegar ayer a la terminación de la sesión de la Asamblea, ante lo cual el Gobierno no tenía más alternativa que solicitar la convocatoria de una sesión extraordinaria en enero o posponer la reforma de los horarios laborales hasta abril.

La convocatoria de una sesión extraordinaria había sido excluida públicamente por Jacques Chirac, tras el anuncio de la pausa gubernamental en las reformas de la sociedad, posterior a la retirada de la ley de reforma de universidades. Pero la posibilidad de aplazar la reforma de los horarios de trabajo hasta abril encolerizaba a todos los grupos de la mayoría y principalmente al ministro de Trabajo, Philippe Seguin, tras la negativa de Mitterrand a firmar el decreto-ley.

El truco de Chirac

El Gobierno decidió, cuando faltaban 24 horas para el cierre de la Asamblea Nacional, presentar los 21 artículos del decreto-ley rechazado por Mitterrand en forma de enmienda a una ley cajón de sastre, que trataba sobre varias medidas de orden social, que se encontraba el jueves en la comisión mixta de la Asamblea Nacional-Senado, pendiente ya de su aprobación por el Pleno de los diputados. En esta fase de la tramitación de una ley sólo el Gobierno puede presentar enmiendas, por lo que la oposición se ve limitada en su acción de obstaculización.Éste fue el truco que el primer ministro, Jacques Chirac, puso en marcha para conseguir la aprobación del decreto rechazado sin verse obligado a esperar hasta abril, cuando la Asamblea Nacional abra de nuevo sus puertas.

La ley pasó ayer al Senado, donde será aprobada inmediatamente, y sólo un dictamen contrario del Consejo Constitucional, al que van a recurrir los socialistas, podrá impedir su entrada en vigor. Con su maniobra, Chirac habrá demostrado ante su mayoría que está dispuesto a luchar con todos los medios ante los obstáculos impuestos por la cohabitación.

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La reforma de los horarios de trabajo, colada de rondón a última hora y aprobada con nocturnidad, con buena parte de la Cámara esquiando ya en los Alpes, era, según el presidente François Mitterrand, un tema que debía ser debatido en el Parlamento por tratarse de una reforma que afectaba al progreso social.

La mayoría asegura que se ha hecho lo que quería el presidente Mitterrand, como garante de la cohesión nacional, que en sus últimas declaraciones significa también cohesión social, y afirma que la aprobación como enmienda no le afecta, por cuanto es un tema exclusivo de las relaciones entre el Gobierno y el Parlamento. Los sindicatos y la oposición, en cambio, amenazan al Gobierno con movilizaciones.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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