_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La ciencia explica la cultura

La ciencia es un modelo de la realidad. Sólo que de la realidad sencilla. La realidad compleja es para el arte, la poesía. El conocimiento es cualquier imagen inevitablemente finita de una verdad presuntamente infinita. Y seamos sinceros: en lo más hondo, lo único que nos interesa de cualquier conocimiento es su relación con ciertas partes de este mundo, los hombres. Y si forzamos aún más nuestra sinceridad, incluso estaremos dispuestos a admitir, con el corazón en la mano, que lo que cada uno busca en todo conocimiento es un indicio de sí mismo. Gozar el arte es creer haber encontrado uno. Y si la ciencia no se goza es porque, en principio y por principio, la ciencia margina al hombre. Llegar al hombre a través de la ciencia significa dar un rodeo que enerva al más paciente. El arte, en cambio, es un atajo irresistible. Las grandes revoluciones científicas nos llenan de orgullo, pero todas suelen traer consigo una pequeña mala noticia sobre la posición del hombre en el mundo. Copérnico desvela la armonía del movimiento de los planetas, pero da al traste con una antigua ilusión: el planeta que habitamos dista una enormidad del centro del universo. Newton dicta leyes que determinan toda la historia, pasada y futura, de un cuerpo, siempre que éste sea simple. Pero el hombre es complejo. Einstein inventa para los cuerpos veloces. Pero el hombre es lento. Heisenberg, Planck, Schrödinger, Bohr y Born inventan para los cuerpos pequeños. Pero el hombre es grande. No hay lugar para el hombre en el mundo que describe la física. Darwin habla con una lógica demoledora, casi tautológica, sobre la evolución de las especies. Y se hace la luz, pero adiós a otra querida ilusión: el pedigrí del hombre no se salva de parientes irracionales. Freud no está menos genial. Nadie había dado tanta importancia al inconsciente. Y ahora se explican muchas cosas. Pero ya no hay razón para estar tan orgullosos de nuestro (controlado) consciente. ¡Es tan pequeño! En fin, en el mundo, entendido como un gran drama escrito por la ciencia, no se prevé ningún papel de rnérito para el hombre. El hombre se luce, en todo caso, como dramaturgo como creador de la ciencia. Ésta es, precisamente, la tarea que el hombre realiza con aparente exclusiva mundial y protagonismo: la creación de conocimiento susceptible de ser transmitido por vía no genética, la cultura.La cultura es, para la humanidad, una condición necesaria -todo ser humano exhibe alguna forma de cultura, arte o ciencia, canta o cocina- y también es condición suficiente -lo imposible no es tanto que un chimpancé hable, sino que éste, a su vez, enseñe a hablar a su prole. La cultura es íntimamente humana. De ahí nuestra debilidad por todo lo que a ella se refiera. Nos interesa, por ejemplo, su evolución en el tiempo, cómo se acumula, cómo cambia y, si progresa, cómo progresa. ¿Existen leyes para describir el devenir cultural? La cultura es, después de todo, un fenómeno natural; pertenece a la naturaleza con el mismo derecho que la etología más primitiva. Y ¿no es la ciencia nuestra mejor colección de leyes y modelos sobre la naturaleza? Otra vez la dichosa tentación científica. Recurrir al método científico (o inspirarse en los resultados de la ciencia) para tratar el fenómeno cultural es una tentación audaz y viciosa porque, ya lo hemos señalado, la cultura es una creación humana y la ciencia es esa parte de la cultura que empieza por desterrar al creador del dominio de sus objetos. Pero seamos audaces y viciosos e intentemos (a ver qué pasa) un ligero ejercicio científico sobre la cultura. Para empezar, dividamos el mundo en dos partes: una merecedora de nuestro interés (el sistema) y el resto del universo (su entorno). El sistema se comunica con su entorno a través de la mutua frontera, y la naturaleza de ésta (su permeabilidad) de termina en qué medida se realizan los intercambios. Un ente vivo, por ejemplo, intercambia esencialmente tres cosas con el exterior: materia, energía e información. Pues bien, está claro que, de todos los sistemas que podrían ser, nos interesan muy en especial aquellos que son. Y sean los sistemas que son (los que han accedido a la realidad) aquellos que podemos observar, es decir, sistemas dotados de cierta estabilidad, un con cepto matemáticamente bien definido. Un sistema estable se estremece por una perturbación de su entorno, pero recupera su estado inicial si la perturbación desaparece. Tales sistemas tienen la propiedad de adaptarse a los cambios del entorno, esto es, responden al cambio externo con la búsqueda y captura de un nuevo estado compatible con las nuevas condiciones (reajustan su estructura interna para disfrutar de una renovada estabilidad). Si el binomio sistema/entorno no logra encontrar una situación de mutua y pacífica estabilidad, entonces sobre viene la crisis, la bifurcación o la catástrofe. Ya no hay adapta ción, sino revolución. Inestabilidad significa que el sistema res ponde a la menor variación del entorno con un viaje sin retorno, o con un salto brusco de su estado. Por este procedimiento de rebelión frente al mundo, el sistema puede derivar hacia una lejana y eventual nueva estabilidad (se convierte en un nuevo e imprevisible sistema) o hacia el infinito (desaparece). La física sabe describir estos comportamientos para sistemas no demasiado complejos.

Pero no nos dejemos atemorizar por la complejidad y consideremos, sin más, el fenómeno de la cultura. En este caso, el intercambio de información es de una trascendencia claramente superior a la de los intercambios de materia y energía. Centremos pues nuestra atención en esta magnitud (hasta cierto punto bien definida matemáticamente) y sea un sistema que se adapta en determinadas condiciones ambientales. La estabilidad conquistada corresponderá a cierta estructura del sistema (y de su entorno), y tal estado de mutuo compromiso se sitúa entre dos casos extremos: o permite el intercambio de mucha información, o permite el intercambio de muy poca. Cuando la estabilidad exige una gran comunicación entre sistema y entorno, la estructura del sistema tiende a parecerse a la de su entorno, el sistema tiende a confundirse con su vecindad. Es el mimetismo. Da la impresión como si el sistema quisiera esconderse o, al menos, no ser distinto. El sistema acepta, de algún modo, el destino de su entorno. Los naturalistas conocen perfectamente el fenómeno: es la cripsis. En el caso opuesto, cuando la estabilidad requiere incomunicación, la estructura del sistema tiende a ser independiente del resto del mundo, el sistema tiende a diferenciarse. El sistema, se diría, desea destacar, hacerse notar, ser distinto y original. Es la aposemasis. Aposemasis o cripsis son tácticas con distintas posibilidades para la estrategia de la vida. Las dos posturas, contestar el entorno o apuntarse a él, pueden tener su interés. La presa críptica (igual distribución de colores, inmovilidad, etcétera) se defiende no despertando

Pasa a la página siguiente

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Viene de la página anterior

reacción alguna en el depredador. La presa aposemática debe compensar su vistosidad provocando reacciones negativas en sus enemigos (repugnancias innatas, jugarretas tóxicas, etcétera). La aposemasis interesa para la atracción sexual a distancia, la cripsis menos.

Pero volvamos a la cultura para proponer unas definiciones. ¿Qué es sistema y qué es entorno en cultura? La cultura tiene un claro elemento unidad, es el creador individual, el ser humano individuo. Es el sistema. ¿Cuál es su entorno? El creador de cultura se enfrenta (de adapta o se rebela, se estabiliza o desestabiliza) a un doble entorno.

Existe, por un lado, el conjunto de los objetos culturales que definen, en realidad, cada disciplina cultural: la naturaleza para el científico, la sociedad para el sociólogo, el paisaje para el paisajista, emociones y sensaciones para ciertos poetas y artistas, las herraduras para el herrero, los hombres en general para el creador en particular. Es el entorno cultural objeto. Pero también existe el entorno cultural sujeto, es decir, el conjunto de los elementos, métodos y de más creadores que pertenecen a la misma disciplina que un particular creador: para un físico son sus colegas, los instrumentos de observación, las teorías vigentes; para un pintor, el resto de los pintores, los materiales, las técnicas, la historia de la pintura. Con estos pocos conceptos podemos esbozar ya cuatro fenómenos del devenir cultural.

1. Una modernidad cae en la modernez y una vanguardia amarillea, cuando el creador se estabiliza crípticamente con el entorno cultural sujeto y aposemáticamente con el entorno cultural objeto, esto es, cuando se comunica bien con el movimiento a que pertenece y mal con el momento y lugar que le ha tocado vivir. Es también la ciencia académica y de prestigio que empieza a no explicar demasiadas observaciones.

2. Una modernidad se mantiene tensa, una vanguardia vigente o una ciencia aplicable si lo que acontece es una estabilidad doblemente críptica. El conocimiento no se ha agotado, todavía. Es la fase de explotación y aprovechamiento de ciertas ideas.

3. La estabilidad doblemente aposemática representa la patética incomunicación con ambos entornos culturales. Su trascendencia suele ser inestable, pero de una inestabilidad sin esperanza; no conduce a nuevas estabilidades. Su característica esencial es la fugacidad. El sistema destaca y sorprende en el dominio de su propia cultura y en el entorno que le toca vivir, ya sea por tibias nostalgias o por errores visionarios. Son, reconozcámoslas, las falsas vanguardias, la modernidad manufacturada, el fracaso científico.

4. Cuando el sistema es aposemático con el entorno cultural sujeto y críptico con el entorno cultural objeto, entonces, ¡ah!, entonces estamos delante del genio. El creador puede romper con sus colegas, métodos, técnicas o conocimientos previos, pero capta con fuerza el mundo de los objetos de su momento y lugar. En este sentido, el genio no se adelanta a su tiempo, sino que es el primero en llegar. Una vanguardia no se adelanta 10 o 30 años, sino que 10 o 30 años es el tiempo necesario para vencer la pereza o el recelo de su íntimo entorno cultural, es el tiempo durante el que se completa la doble cripsis.

Fin del ejercicio. Se pueden ensayar otros. Considérese, por ejemplo, la política. Defínase el sistema y sus entornos. Y procédase con el mismo discurso.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_