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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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Los errores de la derecha

Desde junio de 1977 en que se celebraron las primeras elecciones libres, todos los partidos políticos significativos de la democracia española -con excepción de Convergencia Democrática de, Cataluña- han padecido crisis graves, aunque de naturaleza y efecto diversos. Algunos la han superado, al menos en apariencia; otros han desaparecido por su impotencia para remontarla y otros se han escindido en dos o más grupos, dando a luz nuevos partidos con vocación de continuidad. Hoy, todavía, Alianza Popular, encarnación de la derecha tradicional, se enfrenta a un proceso sucesorio de conclusión incierta. En lo que podríamos denominar espacio no socialista, el vacío dejado por la extinción de UCD ha sido llenado -valga el eufemismo- por la fragmentación política. Fenómeno similar, aunque no idéntico, ha ocurrido en el ámbito situado a la izquierda del PSOE. La división del PCE en tres formaciones políticas se ha intentado paliar -se intenta aún- por la vía de la alianza electoral institucionalizada o estable, a la manera experimentada hasta las pasadas elecciones generales por la Coalición Popular.Hay quienes estiman que una de las causas de tan irregular panorama radica en la ley electoral. El mecanismo de las listas cerradas y bloqueadas que la norma impone al elector confiere a los órganos de dirección de los partidos un excesivo poder de disposición sobre la constitución de las candidaturas, que se traduce a la postre en la oligarquización del grupo dirigente, rigidez disciplinaria formal, subordinación incondicional insincera del militante, ausencia de debate real, desconexión de la sociedad y encuadramiento en última instancia inapto para encauzar las corrientes de opinión que de manera inevitable confluyen en todo partido político.

De ahí se sigue su incapacidad estructural para embridar las coyunturas críticas que también de manera inexorable se presentan en el periplo vital de las organizaciones partidarias. Sin dejar de reconocer lo que de verdad hay en esta lectura del problema, me parece que el diagnóstico de los efectos es más riguroso que el de su causa. La sociología electoral pone de relieve que poco más del 10% de los votantes hacen uso de la posibilidad de modificar la lista del partido al que han decidido otorgar su apoyo. En la crisis actual de AP subyacen, a mi juicio, aquellos defectos. Pero sería inexacto singularizarla por ellos. Deficiencias de esta o parecida índole son predicables en mayor o menor medida de todas las organizaciones políticas españolas en las que, hasta el presente al menos, la eficacia electoral, es decir, la concepción de maquinaria de partido como instrumento de acceso rápido y de conservación del poder, ha prevalecido sobre cualquier otra consideración. Esta premisa que refleja con fidelidad nuestra realidad no alcanza, sin embargo, a dar cuenta satisfactoria de la inestabilidad crónica del sistema de partidos en el espacio no socialista; inestabilidad que hoy encuentra un nuevo ejemplo en la frágil contextura de AP.

Puede afirmarse, en principio, que una organización política entra en crisis cuando, estando en el Gobierno, pierde en todo o en parte los apoyos sociales que componen la base de su poder y cuando, estando en la oposición, no obstante autodefinirse como la única alternativa posible al partido gobernante, se muestra con reiteración incapaz de ganar las elecciones que ponen al poder gubernamental en sus manos. El drama de AP, al.día de hoy, ha sido no tanto su derrota electoral como su carencia de imagen y credibilidad de fórmula ganadora, es decir, de ser la opción de recambio del partido socialista. Es probable que ahí resida la explicación última de que lo que formalmente es sólo un problema de sucesión en el liderazgo, desde luego siempre espinoso, aparezca, sin embargo, con sombríos tintes de crisis existencial. A su vez, la impotencia de AP, para convertirse frente a la izquierda en partido de gobierno -verdadera raíz de sus presentes apuros-, ha de ponerse en relación, para su cabal entendimiento, con el proceso democrático español y su circunstancia y con ciertos rasgos, diríase que idiosincrásicos, que se observan en las actitudes y comportamientos de las derechas. Todo ello configura un cuadro de causas interrelacionadas que algo esclarecen la delicada situación de la primera minoría de la oposición. Podrían ser las siguientes:

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Las dificultades que derivan de la creación de nueva planta de un sistema de partidos hacia el último cuarto del siglo XX en un país de escasa tradición democrática. La cuestión básica, aún irresuelta, no es otra que la de dilucidar en qué clave ideológica (predominante, no exclusiva) se configura el espacio no socialista: liberal, democristiana, radical, socialdemócrata o conservadora. UCD supuso el intento de organización mediante una cierta síntesis. 1 La transformación de la coalición electoral en partido se impuso en virtud de tres factores: de un lado, la aproximación real de las formulaciones ideológico-programáticas de derecha, centro e izquierda en tomo al reformismo de tenor socialdemócrata entonces dominante en Europa; de otra parte, el hecho de que, desde el término de la II Guerra Mundial hasta finales de la década de los setenta, los países europeos habían sido gobernados por coaliciones diversas, plurales e indistintas o alternativas de liberales, democristianos y socialdemócratas y, por último, el rechazo oficial y expreso que en España proclamaba el PSOE de los principios socialdemócratas como coartada del capitalismo y la asunción, asimismo expresa y oficial, de un socialismo marxista de proyección revolucionaria. La destrucción de UCD, desde dentro y desde fuera, dio paso a la primacía de AP, que procedió a autocalificarse deopartido conservador sin los "bobos complejos" del centrismo. Nadie explicó el alcance político de una designación que sólo en Gran Bretaña, por tener connotaciones históricas, trasciende el significado literal del vocablo. Apesar de las tentativas de ampliación por la vía de la alianza política, los resultados electorales recientes confieren vigencia a un interrogante: ¿es, en la España de los ochenta, el conservadurismo vínculo ideológico suficiente e imagen apta para vertebrar una fuerza política hegemónica que sea alternativa al socialismo? Haberlo pretendido sin conseguirlo es una de las razones de lo que parece ser algo más que un problema sucesorio. Plantear el debate como confrontación entre conservadurismo y socialismo es el primer error que subyace en la crisis de la derecha.

En segundo lugar, la salida de un régimen autoritario de derechas, de 40 años de duración, conlleva obstáculos adicionales para la articulación eficaz de la representación política de la derecha en las instituciones democráticas. La identificación consciente o inconsciente entre derecha y dictadura Implica para aquélla ausencia de credibilidad, en especial en la defensa de las libertades, y limita sus posibilidades reales de acceso al poder.

CENTRISMO POLÍTICO

Es aquí imprescindible un inciso: la división derecha-izquierda, válida y de imposible sustitución a efectos dialécticos o expositivos, es analíticamente insostenible en sociedades desarrolladas, de compleja estratificación social, en las que hay que buscar con lupa tanto a los que quieren conservar con fe dogmática el orden establecido (derecha) como a los que pretenden erradicarlo y sustituirlo por otro (izquierda). La aceptación del sistema capitalista, corregido por la intervención de los poderes públicos, es abrumadoramente mayoritaria. Durante casi tres décadas, el reformismo socialdemócrata fue en la Europa democrática el eje común de los programas de los principales partidos de derecha, centro e izquierda, como lo es hoy, después de la crisis energética, el reformismo neoliberal, aunque las motivaciones y matices finales sean diversos, que no antagónicos, en unos y otros.

La salida del franquismo, con gran inteligencia política y éxito notable, se hizo por el centro, sin caer en la trampa que tiende la polémica entre la derecha y la izquierda. La impugnación del centrismo político para propiciar la dialéctica derecha-izquierda supone no sólo prescindir de la influencia del inmediato pasado histórico español en el comportamiento electoral, o identificarse de manera equívoca y difusa con ese pasado, sino también cercenar aún más las posibilidades de alcanzar el Gobierno. La confrontación en términos de derecha-izquierda favorece a esta última, sobre todo cuando la izquierda ha dejado de ser de izquierdas., mientras que la derecha parece empenarse en continuar siendo de derechas. Tal es el segundo error que subyace en la crisis del partido que representa a la derecha.

En tercer lugar, la derecha española, que se ha integrado con sinceridad en el juego democrático, no se ha adaptado, sin embargo, a sus exigencias más convencionales. Diríase que no sabe con exactitud en qué consite estar situado en la derecha en un sistema de democracia representativa. Parece a veces ignorar que vivimos en un régimen de opinión pública en el que la mayoría se logra compaginando en una síntesis convincente aquello a lo que mayoritariamente aspira, en forma diluida, la sociedad en un momento determinado con lo que se le ofrece, a través de personas, mensajes simplificados e imágenes, como programa o referencia ideológica. No ha aprendido, en suma, a distinguir entre lo que le gusta y lo que le interesa. Se manifiesta renuente a admitir que lo que le interesa no puede coincidir habitualmente con sus intereses concretos más inmediatos y particulares. Su aspiración no puede ser otra que la de estar presente, defender sus posiciones e influir en la definición del marco global en que debe desenvolverse la vida política, económica, social y cultural del país. Porque en democracia no es posible imponerse, hay que convencer. La incomprensión de este postulado ha generado otra equivocación de más graves consecuencias en el terreno de la estrategia electoral. Desde la derecha -con los resultados conocidos- se ha pretendido liderar (lo que en política significa a menudo integrar, absorber o eliminar) a todas las fuerzas que actúan en el escenario no socialista. La presunción de que quien no es socialista en el fondo es de derechas; la suposición de que el centro es inútil o simplemente no existe y la categórica afirmación de que la "derecha centrada" es la auténtica alternativa, hicieron en su día fortuna y sirvieron de premisas para la liquidación de UCD. Pero sólo la victoria electoral suministra la prueba irrefutable de que la "derecha centrada" es la alternativa, lo que a su vez exige captar el voto centrista desde posiciones de derecha. Y, una de dos, o AP no es aún la derecha centrada o la derecha centrada no es -no lo ha sido hasta el momento- opción de suficiente amplitud para batir al socialismo. En realidad, la derecha centrada como pretensión de Gobierno alternante no pasa de ser un pío deseo, un deseo inalcanzable en la circunstancia histórica española. La experiencia revela que entre nosotros sólo en el centro y desde el centro se ganan las elecciones. Quien logra ocupar el centro obtiene la victoria. El dato espacial, y por tanto de colocación y de imagen, prima en el comportamiento electoral sobre el meramente pragmático e ideológico. El tercer error de nuestra derecha, génesis también de sus dificultades, habría sido, por tanto, pensar que podría imponer de manera incondicional su hegemonía en el ámbito no socialista y, sin pérdida de su identidad derechista, alzarse con el triunfo electoral.

TÚNEL DEL TIEMPO

En cuarto lugar, como derivación natural de cuanto antecede, la derecha, en la España democrática, no ha sabido definir un proyecto político atractivo o habiéndolo formulado -es cuestión de opiniones- no ha sabido transmitirlo al cuerpo de votantes con garra bastante para arrastrar respaldo mayoritario. El perfil que trasada a la sociedad, a una sociedad predominantemente joven, es el de una fuerza política avejentada, con planteamientos a veces anacrónicos que, de hacerse con el Gobierno, sumiría al país en el oscuro túnel del tiempo. El conservadurismo cultural -hablo de cultura en sentido genérico- halla difícil encaje en un pueblo cuyas dos terceras partes tienen menos de 45 años. Por otro lado, la derecha política aparece vinculada en exceso al mundo empresarial y financiero. La figura de partido nacional, defensor del interés general, resulta dañada por las frecuentes declaraciones públicas que hacen significados dirigentes económicos, como si fueran los propietarios de la organización, para determinar u orientar sus -propuestas y criterios políticos. De este modo se le empuja a hacer figura de abanderado de situaciones, sin duda legítimas, pero de carácter privado. Valgan como botón de muestra las intervenciones sobre el liderazgo de Fraga o la noticia de su inminente dimisión hace apenas unos días por haber sido suprimida o recortada la ayuda financiera a AP. La imagen de, amparar intereses egoístas más que comunitarios explica, por ejemplo, la derrota ante la opinión pública sufrida en, la batalla contra la LODE. ¿Se defendía, en verdad, la libertad de enseñanza o la garantía de unas subvenciones presupuestarias, cuanto menos controladas mejor, para los centros escolares privados? Tampoco ha sido capaz AP de desvanecer los recelos que en sectores importantes del electorado provoca su concepción del Estado de derecho, del Estado social y del Estado de las autonomías. Hay mucha ignorancia y no pocos prejuicios sobre la orientación que la derecha imprimiría a la solución de los problemas que se generan en torno a esos ejes fundamentales. Pero en política, las cosas no son como son en realidad, sino como parecen ser. El cuarto error, que subyace en la crisis de AP, radica en haberse dejado revestir de la imagen de un partido ligado a la protección de intereses particulares en lugar de afirmarse como formación política integradora de los intereses generales del país, con fuste para sustraerse a la presión que aquéllos puedan ejercer.

Todos estos errores, que lo son sólo en la medida en que AP, como partido de derecha clásica, ha tratado de establecer su liderazgo exclusivo y absorbente en el espacio no socialista y de adquirir en régimen de cuasi monopolio el gobierno de la nación, proceden de la inadmisión de las siguientes, proposiciones contrastadas por vía experimental 1. Que los españoles se autoubican en su gran mayoría en el centro, en una línea que va desde el centro-derecha hasta el centro izquierda. 2. Que sólo en tomo al 10% de los votantes admite ser de derechas. 3. Que los partidos políticos que. ganan las elecciones son los que aciertan a captar el voto centrista. 4. Que el Gobierno más a la derecha a que en España pueda aspirar la derecha en el medio plazo es el que proporcionó UCD, es decir, un tipo de Gobierno con dosis considerables de progresismo y reformismo; de la misma manera que el Gobierno más a la izquierda es el que suministra el moderantismo de Felipe González, es decir, un Gobierno con altas dosis de conservadurismo real.

Quedarían incompletas estas reflexiones si no aludiera a una faceta del problema, anecdótica en apariencia, pero de gran trascendencia en la vida práctica de los partidos que se insertan en el espacio no socialista. Me refiero a ciertas actitudes y comportamientos individuales que agudizaron el descrédito y aceleraron la muerte de UCD y que se perciben también en el desencadenamiento y prolongación de la crisis de AP. Se habla en ocasiones de la tradicional incapacidad organizativa de la derecha -la crítica se extiende también al centro- para poner de relieve en términos eufemísticos estos rasgos: exceso de personalismo; incompatibilidad entre el yo y el partido cuando el partido no promociona el yo; ineptitud para conjugar los puntos de vista u opiniones personales con las posiciones del partido, lo que se traduce en rechazo de la decisión mayoritaria adoptada en contra del propio criterio; apelación a la conciencia como coartada de la indisciplina; escasa propensión al trabajo desinteresado; intensa inclinación hacia la conspiración palaciega, extremadamente dañina; impulso irrefrenable de figuración pública; inhabilidad para plantear y conducir la inevitable lucha por el poder en el seno del partido sin franquear los límites que conducen a su autodestrucción, y, por último, en el caso de algunos líderes y dirigentes, una concepción patrimonialista del partido como si éste fuera de su propiedad privada.

En una democracia moderna, en un país desarrollado y sin conflictos traumáticos o inasimilables, el problema de la derecha, como el de la izquierda si lo hubiera, presenta importancia relativa. Es más relevante para la buena gobernación la articulación de un sistema de partidos estable, con virtualidad para segregar alternativas de gobierno creíbles que se sucedan en el poder. Es lo que caracteriza a las democracias de la Europa comunitaria en las que casi nadie se reconoce como derecha y en las que, por supuesto, hay diferencias según ostente las riendas del ejecutivo uno u otro lado del espectro político, pero son más de matiz o de grado que de esencia. El socialismo español ya ha verificado su mutación. UCD fue, en el campo que va desde el centro hacia la derecha, una oportunidad de organizarse con eficacia, hoy perdida porque fue tolerada más que voluntariamente aceptada por las fuerzas reales de la derecha. No se trataría ahora de volver por los antiguos fueros, pero sí de que la derecha recoja lo que enseña la experiencia de las dos últimas elecciones generales.

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