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Entrevista:

Puente Ojea cree que la principal preocupacion del Papa respecto a España es combatir el agnosticismo

El embajador ante la Santa Sede elogia la maquinaria administrativa del Vaticano

Juan Arias

El pasado 16 de noviembre se cumplió un año desde que Gonzalo Puente Ojea, embajador de España ante la Santa Sede, presentó credenciales al papa Juan Pablo II. Había llegado con fama de "ateo". La derecha católica hasta había pensado que el Vaticano podía rechazar el nombramiento. Pero a los pocos días de estancia en Roma, el nuevo embajador, que no se considera ateo, sino simplemente "agnóstico", pudo percibir que los exacerbados católicos suelen ser mas papistas que el Papa. Lo cierto es que Gonzalo Puente gustó en seguida al Vaticano por tres motivos: por su franqueza, por su preparación teológica y porque gozaba de todo el apoyo de su Gobierno.

Gonzalo Puente nació en Cienfuegos (Cuba) hace 62 años e ingresó en la Escuela Diplomática en 1949. Ha estado destinado en Marsella, París y Mendoza (Argentina), así como en diversos cargos en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Ha publicado los libros Ideología e historia: la formación del cristianismo (1974), Problemática del catolicismo actual (1955) y un amplio estudio titulado El fenómeno estoico en la sociedad antigua. Formó parte de los llamados Jóvenes Propagandistas Católicos, entre los que figuraban Federico Silva Muñoz, José María Ruiz Gallardón y Abelardo Algora.Tras este año de experiencia vaticana del primer embajador español no creyente -también se considera "marxólogo" más que marxista-, Gonzalo Puente concede esta entrevista en su residencia solemne y añeja de plaza de España, la embajada más antigua de Roma.

Pregunta. ¿Cuál ha sido su primer impacto con el mundo vaticano y lo que le ha resultado más difícil en este su primer año de experiencia como embajador ante la Santa Sede?

Respuesta. La Iglesia Romana constituye, no sólo como realidad espiritual, sino como organización jurídico-política, un factor de primer orden en el mundo de hoy. Sería caer en el tópico insistir en este hecho manifiesto. Pero eso no implica que el primer contacto de un diplomático con la Santa Sede no revista una importancia extraordinaria y una experiencia inolvidable. Y esta experiencia ha sido para mí muy grata, y mucho más fácil de lo que imaginaba.

Capacidad de trabajo

P. ¿Qué es lo que más le ha llamado la atención en su primer año de embajador de ese mundo tan complejo y a veces impenetrable, visto por uno que, como usted, está en la otra orilla?R. Respecto del Vaticano, lo que llama la atención de cual quier servidor del Estado con muchos años de experiencia es la capacidad que tiene un reducido número de personas para despachar tan ingente cantidad de asuntos de todo orden y volumen.

La máquina espiritual y administrativa de la Santa Sede, pilotada por un número relativamente exiguo de servidores, desarrolla una actividad incesante y, en términos generales, muy eficaz.

P. ¿Qué es lo que, a su parecer, más les interesa y preocupa de España en este momento al Papa y a sus más íntimos colaboradores?

R. La mayor preocupación de la Santa Sede, y en especial del Sumo Pontífice, respecto de nuestra patria, entiendo yo que es su legítimo empeño en extender y, al mismo tiempo, depurar la acción evangelizadora, contrarrestando los factores que puedan impulsar a la difusión de la increencia o el agnosticismo.

Mi misión, y a su servicio pongo todos mis esfuerzos, es concordar y conciliar los legítimos intereses tanto de la Iglesia española como de mi Gobierno, en el marco constitucional que nos rige.

P. ¿En este año el Vaticano ha intentado convertirle, amansarle o hacerle amigo?

R. En la Santa Sede nadie ha mostrado, en ningún momento, el menor propósito, creo yo, ni explícito ni tácito, de convertirme. El trato de sus hombres conmigo ha sido exquisito, y también mi sinceridad con esas autoridades.

P. ¿Qué puede decir del estado actual de las relaciones entre el Gobierno español y la Santa Sede?

R. No es una fórmula simplemente cómoda afirmar que las relaciones entre la Santa Sede y el Gobierno español son correctas y satisfactorias. Al menos así lo entiendo yo, y creo que también mis superiores. No obstante, debe quedar claro que el Estado y su Administración pública nada pueden hacer, de un modo directo, y como tales, en el terreno de una reevangelización de los españoles. No sólo por su naturaleza aconfesional, sino también porque el respeto al pluralismo de todas las ideas y creencias les viene impuesto por la Constitución del Reino.

Lo que le cabe hacer al Estado, y lo está haciendo con espíritu generoso y sin cicaterías -pese a algunas injustificadas críticas-, es otorgar a la Iglesia los medios materiales y financieros para que pueda realizar sus tareas espirituales.

El destino del catolicismo en España se juega en el plano pastoral, donde los jóvenes deben ser atraídos hacia la fe y la práctica religiosas. Descargar sobre el Estado una parte de responsabilidades que le son ajenas me recuerda lo que el filósofo Whitehead denominaba a fallapy of misplaced correctness, es decir, la tentación de caer en un análisis causal abstracto y falaz, deslizándose por la pendiente de una concepción de la vida civil acorde con el fenecido modelo del régimen de cristianidad. Estoy convencido de que está en el genuino interés de la Iglesia mantener su total independencia frente a las instancias políticas temporales.

P. ¿No piensa usted que el concepto de la mayoría sociológica de los católicos españoles exige del Estado una acción concreta en favor del catolicismo?

R. Celebro que me formule esta pregunta, que puede ser causa de confusión. Nuestro país vive en régimen de democracia parlamentaria construida sobre el sufragio universal, y por consiguiente los Gobiernos están obligados a ser fieles a las mayorías electorales. Y siempre, bien entendido, dentro del respeto de los interses legítimos de las minorías, y de la garantía de un minimun ético asentado sobre los derechos humanos reconocidos hoy universalmente.

La conclusión es clara: cuando un grupo, extenso o reducido, de ciudadanos desea imponer, en los límites de lo legítimo, su voluntad política, necesita estar en condiciones de lograr una mayoría parlamentaria.

Si los católicos españoles se consideran una mayoría sociológica suficiente para obtener un triunfo electoral, sin duda conseguirán orientar la política de los Gobiernos de modo hegemónico y en su favor, dentro del marco constitucional pero con todas las consecuencias que eso entraña.Considero que un buen número de católicos parece satisfecho con la política del actual Gobierno respecto de la Iglesia, a la vista de la orientación partidaria de sus votos. De lo contrario, lo habrían reivindicado en las elecciones, a no ser que se partiera de la hipótesis de que esa mayoría sociológica es más nominal que real.

Creencias personales

P. ¿Le han hecho pesar en algún instante, con alguna discriminación, su condición de embajador no confesional?R. Nadie en la Santa Sede me ha preguntado por mis creencias, pero creo percibir que algún interrogante a este respecto pasa a veces pcir la mente de mis interlocutores eclesiásticos.

Como tuve el gusto de decirle al sustituto de la secretaría de Estado, con quien tengo una deuda de gratitud por la amistad y afecto con que me honra, en mi primera visita, la vida es un camino sin estación de término aún conocida, y mientras transitamos puede suceder de todo.

Además, la frontera entre la creencia y la increencia es tan sutil y misteriosa que las afirmaciones categóricas en esta materia son generalmente inconvenientes. Mi agnosticismo se basa sobre todo en una experiencia personal, no siempre grata, que no me es posible desandar.

Como ser humano con alguna madurez, me considero siempre disponible ante cualquier ráfaga del espíritu. El agnóstico se limita a suspender el juicio sobre el objeto de su agnosticismo; pero, por definición, no se siente llamado a pontificar.

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