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Crítica:EL CINE EN LA PEQUEÑA PANTALLA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La araña y la mosca

Howard Hawks, un monarca del cine, genio de su oficio, cineasta de fortísima personalidad y estilo distinguible a primera mirada, autor absoluto de sus obras, como Welles, Stroheim, Dreyer o Buñuel, amaba, paradójicamente, las películas de género, aquellas en que su originalidad, tan intensa que le salía de dentro con la facilidad de un suspiro, se diluía en las fórmulas estereotipadas donde se refugian los cineastas apersonales, más traductores que creadores de imágenes.Es así como Hawks derramó su singularidad en decenas de filmes de fórmula. Hizo thrillers, westerns, dramas al uso, películas de aventuras, musicales, comedias. En éstas, sin salirse de las reglas del género, hizo prodigios de originalidad, como Bola de fuego, Luna nueva, Los caballeros las prefieren rubias, La novia era él, Su juego favorito y Me siento rejuvenecer.

Otra comedia, La fiera de mi niña, realizada en 1938, no era santo de la devoción de su autor. Hawks la repudió, al menos parcialmente, años después. La consideraba exagerada, abstracta y esquemática. Se quejaba de sí mismo por no haber introducido en su frenética sucesión de singularidades un contrapunto de normalidad, algo de cordura entre el torbellino de locuras sobre los que la comedia discurre.

Es éste un error perdonable en su autor, pero imperdonable en estudiosos tan inteligentes de su obra como Robin Wood, que aplica a su análisis el mismo argumento que Hawks, sin pararse a pensar que la queja de éste tenía fundamento sólo desde sí mismo, pero no desde el resultado objetivo de su obra, que él no supo valorar sino con el exceso de subjetividad del padre que se resiste a ver al hijo como es, sobreponiendo una imagen de cómo le hubiera gustado que fuese.

Le gustara o no a su creador, La fiera de mi niña es la comedia, tal vez no más perfecta, pero sí la más difícil de sostener de cuantas hizo Hawks. Se trata de un delirio en la cuerda floja atestado de dificultades, una locura ordenada por un aliento de humor mágico, heredera incomparable de las tradiciones de la comedia loca de la época muda y mantenida sobre un ritmo endiablado que sólo actores de genio podían soportar sin amenaza de ridículo. Estos intérpretes fueron Cary Grant y Katharine Hepburn, que alcanzan a bordar uno de los dúos más asombrosos de la historia de Hollywood.

Con más cordura dentro es posible que La fiera de mi niña hubiera complacido las ambiciones de su autor, pero en estas ambiciones hay que sospechar la existencia no confesada de algo que difícilmente soporta la vanidad de un cineasta: no poder impedir que sus actores le roben la autoría del filme y que éste sea mucho más suyo que de su divino urdidor.

El juego que trenzan entre sí Grant y Hepburn es tan glorioso que los escrúpulos formales de Hawks parecen junto a él una rijosa reacción de pura envidia, pues el desequilibrio interior del filme, que lo tiene, fue neutralizado por el inmenso equilibrio que los actores crearon sobre esa deficiencia. La racionalidad de la locura del filme está, con energía invasora, en la electricidad mutua generada por Grant y Hepburn. Ellos resolvieron el filme e hicieron de él un capítulo esencial de la historia de la comedia. El genio de dos actores superó con creces a su genial director.

Grant lleva hasta lo inimaginable su capacidad para extraer gracia de la desgracia, para conservar la dignidad en la indignidad, para hacer de la caída un salto y, sobre todo, para ese alarde de orgullo humilde que es saber interpretar con y para su antípoda, en este caso Hepburn. Y ésta, en el milagro de su tú a tú en contrapunto con Grant, conjuga con tal precisión su carácter de antípoda -extraer desgracia de la gracia, indignidad de la dignidad, caída del salto- que no hay manera de imaginar más poder de fascinación y satisfacción que el que lleva dentro esta obra que no fascinaba y que dejaba insatisfecho a su autor. Lo cierto es que en La fiera de mi niña el inmenso talento de Hawks no pasó de ser un simple soporte del mucho mayor talento de quienes estaban a sus órdenes y le sacaron las castañas del fuego.

Ver y volver a ver la lucha -una complejísima simplificación- que Grant-mosca y Hepburn-araña entablan en La fiera de mi niña es uno de los espectáculos más gratificantes que ha dado nunca el cine.

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