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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El adiós de Fraga

LA ANUNCIADA dimisión de Manuel Fraga como presidente de Alianza Popular presagia algo más que el cambio en la cabeza de un partido. La desaparición de este veterano líder de la escena pública española representaría el fin de una época. Sea como sea, esta caída, junto a los cambios desencadenados con las elecciones generales y autonómicas de este año, configuran el diseño de una nueva realidad política que nada tiene que ver con los años de la transición.Durante más de cuatro lustros, Fraga ha ocupado un lugar protagonista en la política de este país. Su vigor personal, sus pedregosos discursos, su vehemencia, le convirtieron en un personaje indisociable del paisaje político de los españoles. Víctima de un temple autoritario y rígido, fue el hombre de los intentos de apertura desde el franquismo, del reformismo centrista antes de la transición y de la derecha ciclópea durante ésta. Empecinado en la llamada a la mayoría natural, no supo ver que esta mayoría había acabado dando sus preferencias a los socialistas. Hoy, con su dimisión, rubrica el entendimiento de algo que hasta ahora no parecía dispuesto a aceptar: el techo de sus propuestas, cargadas de conservadurismo, y el de su forma personal de ejercer el poder.

Casi extraparlamentario en los albores de la transición, Fraga supo recoger la llama de la derecha tras la desarticulación de UCD y nuclear una coalición conservadora capaz de integrar en el sistema democrático a muchos viejos franquistas y a amplios sectores tentados por la nostalgia o el golpismo. Ésta es una deuda que tiene con él la democracia española. Pero esa misma apertura a lo más reaccionario de la sociedad, si por un lado dio estabilidad a la democracia, por otro le impidió el diseño de un modelo político acorde con las necesidades de una derecha moderna.

Bastó que el escrutinio del 22 de junio hiciera aparecer la evidencia de un techo político para Coalición Popular para que el grupo comenzara a quebrarse. Óscar Alzaga huyó con la prestada cosecha de 22 congresistas al Grupo Mixto. La derrota electoral se vio acompañada además por una quiebra económica de AP. Y los problemas internos no habían hecho más que empezar: a la vuelta del verano, el propio delfín de Fraga, Jorge Verstrynge, le abandonó entre confusas y ridículas protestas sobre sus personales convicciones socialdemócratas. Le quedaban a Fraga como socios un patético partido sedicentemente liberal, sin prestigio, pasado ni futuro, en la política española; un grupo de leales cansados, y otro de cansados también, pero de esperar su turno. En Galicia, la estructura del partido se levantaba contra el hombre de Fraga en la comunidad autónoma, y en el cuartel general de AP se hacían quinielas y propuestas de sucesión.

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Al final, el único qué parece guardar un mínimo de dignidad y coherencia política en todo este barullo es el propio Fraga. Es de desear que su dimisión al frente del partido no suponga su alejamiento del Parlamento y de la vida pública. No nos parece el tipo de hombre que gobernaría adecuadamente este país, pero sí del que ninguna corriente política puede permitirse el lujo de prescindir. La derecha española no está sobrada de líderes, y sí, en cambio, plagada de mequetrefes. Lo único que, evidentemente, no es Manuel Fraga.

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