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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una santa mujer

Vicente Molina Foix

Agotado el filón de los compositores románticos y los pintores románticos, escasas las santas y los santos con romance en sus vidas, se avecina la racha de la biografía romántica del líder. Hace un tiempo ya vimos en la pequeña pantalla la canonización del presidente Kennedy, en una serie que no omitía, sin embargo, perfiles críticos y esa constante del temperamento liberal norteamericano de hostigar moderadamente a sus instituciones. Una mujer llamada Golda, cuyo primer capítulo se emitió el lunes a las 21.35, es más ñoña.Ingrid Bergman, en la última interpretación de su vida, aparece en las primeras imágenes de la serie formidablemente caracterizada, temible, como lo era en realidad aquella Golda Meir, de mostacho y pelo de bruja, tan vigorosa, tan fulminante.

Los ojos de Ingrid

La primera ministra israelí tenia una gran voz -crisol histórico de acentos: ruso, hebreo, inglés-americano-, y nos cuentan las crónicas que Ingrid Bergman trabajó con esmero, como hacen los grandes actores por ahí fuera, donde esas cosas se aprecian, para evocar esos tonos y esas inflexiones que en sí mismas traducen el largo mestizaje de la cultura judía.Aquí, claro, sólo vemos a Ingrid, sin oírla, pero sus ojos, que hicieron pecar a Rosellini y, a través de su cámara, a millones de inocentes, tienen intacta la vieja fuerza cautivadora. En el primer capítulo, además, se la ve poco, interpretada la Golda joven por una actriz, Judy Davis, competente pero incomparable.

Esta serie, norteamericana, ha tardado más de cuatro años en llegar a nuestras pantallas, y se entiende. No es nada buena. La situación de base del guión -la ya anciana Golda, de visita en su antiguo colegio americano, rememora su vida pasada- está viciada por una piadosa cursilería: rollizos niños de varias razas le van haciendo preguntas a la estadista, quien, ante esa audiencia propia de una estampa del Domund, se lanza al estilo edificante. Abundan las anécdotas del tipo memorable (el fonógrafo en el kibutz; Golda, intrépida, arreglando una peligrosa cañería), pero el tufo siempre resulta ejemplarizantes y ni siquiera la ambientación, el fuerte de estas series, es cosa de otro mundo.

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