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Parricida

Rosa Montero

La hemos visto en Informe semanal, entre las rejas. Tiene 36 años, la cara regordeta y apariencia de esforzada ama de casa, de una de esas mujeres que ya tienen bastante con afanarse para sacar adelante a los críos, vadear los desencantos cotidianos y encontrar las acelgas más baratas del mercado. Pero María Ascensión, la parricida de Ondara, sufría además otras desdichas.En The Times del miércoles pasado aparece un caso semejante. Valerie Hood, de 38 años apuñaló a su marido hasta la muerte. Antes, durante largos años, Valerie había sido sistemáticamente apaleada por su esposo, herida a hachazos, quemada con candentes cigarrillos. Hasta que un día la víctima arrebató el machete a su agresor. Le acuchilló seis veces. Como María Ascensión. Ya lo cuentan las tonadas populares, que saben mucho de dolores extremos: en situaciones como éstas, las mujeres matan con redundancia, apuñalan ciegamente y en exceso. Es la violenta explosión de un sufrimiento acumulado. Pero e s sobre todo el miedo: miedo a que él se levante y las castigue. Porque eso, el paroxismo carnicero, suele ser la primera rebelión que se han permitido ante el marido.

La hemos visto en Informe semanal explicando que ella ha sido educada en el convencimiento de que lo más importante es respetar al padre; y que así crió a sus hijos, en la obediencia ciega a ese Principio Máximo. De respetar a la madre no dijo nada. Se ve que nadie le habló nunca de que existiera eso.

La inglesa Valerie, cuenta The Times, amó a su hombre hasta el final. También María Ascensión aseguró que ella quería a su Alejandro. ¿Cómo podría suceder de otro modo? La razón de ser de las esposas estriba en el amor a los maridos. Es un precepto bíblico.

El magistrado inglés que ha juzgado a Valerle parece haber comprendido bien quién es la víctima, y ha dejado a la mujer en libertad; condicional, eso sí, durante los dos primeros años. Cualquier otra sentencia más severa no sería más que la consumación social de un matricidio.

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