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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Contra la homosexualidad

LA CONDENA del Vaticano a la homosexualidad, hecha pública en un documento de la Congregación para la Defensa de la Fe (lo que fue el Santo Oficio, la antigua Inquisición), con la firma del cardenal Ratzinger y la aprobación del Papa, está dentro de la tradicional posición de la Iglesia católica: según la misma, la práctica de la sexualidad sólo es permisible entre hombre y mujer casados y orientada a la procreación.Pero presenta el nuevo texto dos características particulares: una es la forma enormemente dura, sin siquiera un lenguaje caritativo (que aparecía en documentos anteriores: el de 1975, sobre Algunas cuestiones de ética sexual). La otra es la continua proscripción no sólo de las actividades, sino de las tendencias, descritas como perturbadoras de la organización social. "La inclinación misma", dice literalmente, "debe ser considerada como objetivamente desordenada". He aquí una exhibición de omnisciencia sobre el concepto de orden.

El hecho de ser homosexual -hombre o mujer- aparece retratado así como elemento de desorden, capaz de producir irracionalidad y violencia, ejemplo de la ceguera en que cae la humanidad, idolatría, principio de toda clase de excesos, amenaza para la vida y el bienestar de gran número de personas... Es decir, que, aparte de su condición de pecador excluido del pueblo de Dios, constituye un peligro para todos los demás. Nada menos comprobado, menos científico o menos humano. La dureza del texto tiende a atacar formas de indulgencia o intentos de cohonestar la homosexualidad con el catolicismo, como se está haciendo en algunos países del norte de Europa y en sectores progresistas católicos de Estados Unidos. Por otro lado, el documento va más allá de las definiciones de la Iglesia para sus fieles, si se considera que incide en la sociedad civil y es coherente con un vasto movimiento conservador de tipo político.

La doctrina de Reagan y la nueva jurisprudencia del Supremo en Estados Unidos -que condena con penas materiales las prácticas sexuales no convencionales, aun entre adultos y en privado-, o las instrucciones del Gobierno británico para que la educación sexual en las escuelas se haga en el sentido de la creación de familias, parecen ir en una dirección que por otros caminos converge con la del Vaticano. En el Reino Unido como en Francia, con la decisión de primar el nacimiento de un tercer hijo con fondos públicos, hay una intención pro natalista.

La idea de reducir la conducta sexual a sólo las prácticas heterosexuales de talante procreador es una sinrazón civil. Los intentos actuales no sólo se contraponen al sentido de la historia moral, sino que se enfrentan a un comportamiento colectivo que ha hecho variar las legislaciones. Se está creando una pugna entre la sociedad real, que ha conseguido desvanecer tabúes que promovían la condena social y torturaban las conciencias, y una dirección conservadora que cultiva una mítica de valores eternos o intenta recuperar un orden entre amenazas de condenación.

Es dudoso que en esta prueba de fuerza vaya a ganar el nuevo intento de dirección estatal o religiosa sobre la sexualidad. Los brazos seculares del castigo ya no tienen ni pueden tener la fuerza de antaño, a pesar de las leyes resucitadas. Las alusiones bíblicas que hace el documento del Vaticano son muestras de que no nos hallamos ante una cuestión específica del mundo moderno, y de que ni el fuego ni todo el resto del material con que se han castigado en la historia los pecados nefandos han conseguido detener la elección sexual del individuo y su conquista de un ámbito de pluralídad y tolerancia. El miedo al placer no lo comparten ya muchos católicos. Cualquiera es muy dueño de elegir sus obediencias; pero el progreso humano se define por la posibilidad de elegir las libertades.

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