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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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Hungría, la abolición de un sueño

Hace 30 años, en las primeras horas de la lloviznosa mañana del 4 de noviembre, un hombre de mediana edad, desaliñadamente vestido, sentado en una habitación vacía del Parlamento de Budapest, procedía a escribir una declaración, en nombre del pueblo húngaro y dirigida a ese mismo pueblo. Para subrayar el mensaje de la proclama, mientras él la estaba escribiendo, las tropas soviéticas ocupaban el edificio. Pero la derrota de la causa que ese hombre defendía no borra la grandeza del momento.En la historia de Hungría, sólo ha sucedido tres veces que un hombre de Estado que se dirigía a la nación húngara tuviera también el derecho de hablar en nombre de ésta; porque Bibó hablaba como miembro de un Gobierno que expresaba la manifiesta voluntad popular y estaba investido de soberanía. István Bibó, el solitario del edificio del Parlamento que estaba siendo ocupado por tropas extranjeras, era ministro de Asuntos Exteriores del Gabinete presidido por Imre Nagy; del Gabinete que fundaba su legitimidad en una revolución democrática. Bibó no se encontraba allí por casualidad: era la única figura pública húngara, y escritor, que, justo desde el comienzo de su tortuosa carrera, había tenido una visión y una inquebrantable actitud democráticas.

Era un demócrata sin democracia. La revolución de 1956 pareció ser la realización de su sueño, la corroboración de su visión. Produjo lo que él había creído era el verdadero curso de la historia húngara; fue más que el autoengaño de una figura obstinada y solitaria; fue el anhelo inconsciente del pueblo que, de repente, afloró a la conciencia y tradujo el sueño al lenguaje de la acción, una vez que se presentó la oportunidad.

La vida y la obra de István Bibó deben ser entendidas contra el telón de fondo de ese momento de plenitud. Todo lo que había sucedido e iba a suceder después en su vida era una cadena ininterrumpida de frustración, sufrimiento e infortunio. Figura pública entre 1945-1948, fue marginado, y casi olvidado, hasta su resurrección política, en 1956. Después de la derrota de la revolución, esbozó un programa de compromiso para la solución de la cuestión húngara, así como un memorándum dirigido a todos los pueblos del mundo. Cuando el memorándum llegó a su destino ya había sido encarcelado. Declarado culpable, pasó primero seis años en prisión. Después de ser liberado, vivió el resto de su existencia en la oscuridad.

Vivió y murió dignamente porque tuvo un título que muy pocas personas pueden tener: nunca pronunció en público una palabra que él supiera que era falsa. Algunas de sus valoraciones y predicciones han resultado ser erróneas, como le ocurre a todo el mundo, pero lo que decía era algo de lo que siempre estaba plenamente convencido. Creía que una política democrática debe basarse en principios, y que esos principios tienen que tener también un contenido moral. Aunque no rechazó algunas consideraciones meramente pragmáticas, aunque distó mucho de ser un romántico político, aunque no sintió sino desprecio por las políticas redentoras, creía, sin embargo, que los gestos valen la pena. Y sostenía que el gesto que, sobre todo en política, vale la pena es la honestidad.

ACTITUD DEMOCRÁTICA

La inquebrantable creencia de Bibó en el gesto de la honestidad constituyó la columna vertebral de su racionalismo. Fue el suyo un racionalismo de procedencia kantiana. La democracia no era para él simplemente una institución, sino también una actitud. Mientras que el pueblo no desarrolle una actitud democrática, las instituciones democráticas no pueden constituirse o, si ya están constituidas, no pueden mantenerse vivas. Para Bibó, la actitud democrática comienza con un pensamiento independiente. Además, él suscribía totalmente la idea kantiana de que si los principios de los políticos no pueden hacerse públicos sin poner en peligro su éxito, esos principios son, por definición, erróneos.

La narrativa de Bibó es rica y compleja. Estudia la miseria de las naciones y de los grupos étnicos de la Europa central y oriental, arraigada en la especificidad de la servidumbre europeo-oriental, en su desarrollo burgués tan retardado, en su particular versión del nacionalismo. La actual deformación del carácter húngaro comenzó en 1867, cuando se aclamó como una solución beneficiosa el deshonroso compromiso con el imperio de los Habsburgo.

Cuando se completó la deformación del carácter húngaro, el pueblo llegó a ser incapaz de pensar sobre lo que en realidad estaba haciendo. El famoso y verdaderamente clásico ensayo de Bibó La cuestión judía en Hungría tiene también que ser entendido sobre ese telón de fondo.

La revolución de 1956 constituyó la realización del sueño de Bibó por muchas razones. La última de ellas no fue su convicción y su experiencia de que, al hacer su revolución, el pueblo de Hungría había realmente reformado su propio carácter. En aquella misma madrugada en que lloviznaba, solo en el edificio del Parlamento, cuando István Bibó se dirigía a su pueblo en nombre de ese pueblo, este estricto moralista político pudo escribir con orgullo: "La humanidad y la sabiduría del pueblo en rebelión era admirable y conmovedora".

Fue el 9 de noviembre cuando Bibó redactó su Programa para una solución de compromiso del problema húngaro. El programa estaba pensado como un compromiso entre la Unión Soviética y el pueblo húngaro. Bibó, que había aprendido la lección de 1867, sostenía que un compromiso tiene que ser tan honesto como una resistencia no comprometida. Por consiguiente, hay que dejar claro en primer lugar cuáles puntos del programa están pensados como una concesión y cuáles no. No puede hacerse concesión alguna sobre la cuestión de la soberanía popular. El único Gobierno legítimo de Hungría es el presidido por Imre Nagy, el Gobierno que fundaba su legitimidad en la revolución de octubre de 1956, y no cualquier otro Gobierno que la fundara en la Constitución (estalinista) de 1949, impuesta a la nación.

Sin embargo, se pueden hacer concesiones sobre la extensión de la soberanía nacional. En este espíritu, el programa garantiza (toma el compromiso de) que Hungría, o bien permanece en el organismo consultivo (aunque no en el militar) del Pacto de Varsovia, o bien, de forma alternativa, firmaría un acuerdo bilateral con la Unión Soviética. Además, el programa garantiza explícitamente una amnistía política para los crímenes perpetrados bajo el régimen estalinista.

Esas sugerencias son, pues, compromisos propiamente dichos. Sin embargo, Bibó llega incluso más lejos y recomienda que, antes de que vayan a celebrarse unas elecciones generales, tienen que haber sido dictados como leyes constitucionales algunos fundamentos sustantivos de la democracia húngara. Estos fundamentos son los siguientes: una forma republicana de Estado, una democracia parlamentaria (representativa) con plenas garantías de todos los derechos humanos como las formas de Gobierno sugeridas, y el socialismo (en el sentido de prohibición de la explotación) como la forma del acuerdo social. Además, la última cláusula se define en el sentido del mantenimiento de la reforma agraria de 1945 y de la nacionalización de los bancos, la industria pesada y las minas; así como la propiedad comunal-colectiva de todas las fábricas, y, finalmente, la libertad para la empresa privada, a menos que implique explotación.

Este pasaje, que impone muy severas limitaciones sustantivas a la libre deliberación y a la toma de decisiones, ¿constituye una parte del compromiso, o no? Resulta bastante evidente que contiene algunos elementos de compromiso, aunque tanto los objetivos como el vocabulario del programa recuerdan mucho las declaraciones de los consejos revolucionarios de trabajadores, bastante más que el lenguaje de la derrocada burocracia estalinista. Sin embargo, incluso las concesiones genuinas tenían una procedencia que no era ajena a la original visión de la democracia de Bibó. Porque su visión siempre había incluido determinados elementos sustantivos.

TRAGICA ENTONACIÓN

Bibó, lo mismo que Hannah Arendt, tenía una fe casi religiosa en los nuevos comienzos. La trágica entonación de su principal estudio, La crisis de la democracia húngara, expresa su alarma a la vista de una oportunidad histórica perdida. Existe ahora, después de la guerra y el hundimiento de una vieja y anticuada Hungría, la posibilidad de un nuevo comienzo absoluto, pero estamos en camino de perderla, renunciamos a ella, titubeamos, fracasamos. Bibó toca el timbre de alarma: el peligro está aquí, y bien a la vista, pero todavía puede no ser demasiado tarde para emprender la tarea de un nuevo comienzo. En 1956 vuelve a aflorar la misma idea con un énfasis diferente.

Un observador escéptico, un hombre de mundo, ciertamente sonreirá con menosprecio ante una tal ingenuidad. Todo aquel que tenga una mente sana y una mínima cantidad de información podía haber sabido que no había ninguna posibilidad para un nuevo comienzo democrático en 1945 ni la hubo en 1956. Desde el momento en que Hungría cayó dentro de la esfera de influencia soviética, su destino había sido sellado antes de que Bibó pusiera la pluma sobre el papel. Mirada desde este ángulo, la obra de Bibó parecería desatinada, no porque defendiera una causa perdida, sin porque no renunciaba a la esperanza. Nadie, por supuesto, estaba más familiarizado con este tipo de argumentos que el propio István Bibó. Pero lo rechazaba resueltamente como la seudosabiduría de la denominada realpolitik, ese cementerio de la imaginación política de Europa central. La palabra realpolitik suena bien, puede incluso lograr algunos beneficios marginales -argumenta Bibó-, puede mejorar unas posiciones estratégicas, pero alargo plazo resulta destructiva porque mata la verdadera promesa de un futuro: el potencial democrático y la imaginación del agente. La política del nuevo comienzo, la esperanza puesta en argumentos desesperanzados, la disposición para la acción y el juicio democráticos en la situación menos prometedora, imputando motivaciones honestas a compañeros pactantes políticamente deshonstos en lugar de simplemente obedecer o, astutamente, ser más listos que ellos, esta clase de ingenuidad, pensaba Bibó, es mucho más realista que cualquier realpolitik pueda ser nunca. A largo plazo, ésta es la única política realista, la única vía que puede ser rentable.

La visión que Bibó tenía de la democracia fue desde el comienzo una visión de la tercera vía. La propia idea de que Hungría tiene que ir hacia la modernidad por una tercera vía no había sido concebida por Bibó. Era una divisa ampliamente aceptada en algunos círculos populistas. El significado del término tercera era bastante vago. Aludía a la especial situación de la Europa central, entre Oriente y Occidente, entre individualismo y colectivismo, entre acuerdos sociales contractuales y orgánicos, etcétera. Sin embargo, en la obra de Bibó, la opción de la tercera vía estaba meticulosamente concretada como un acuerdo social y político situado entre el socialismo oriental y el capitalismo occidental. Era la solución de la cuestión social lo que, en el pensamiento de Bibó, constituía toda la diferencia entre el modelo occidental y la tercera vía.

PROGRAMA DE COMPROMISO

Qué significa entonces abrir una tercera vía entre esos dos sistemas? Bibó hizo determinadas sugerencias, algunas de las cuales son bastante significativas. Se trataba de la posesión o la gestión de las fábricas por los propios trabajadores; e:Kistiría capitalismo en el exterior, pero socialismo en el interior; competencia fuera, pero solidaridad dentro. Una nueva organización de esta naturaleza no podía llevarse a cabo por un Gobierno representativo solo. Movimientos comunitarios rurales, la constante actividad de toda la ciudadanía, instituciones fuertes de democracia local-nitinicipal son, y tienen que seguir siendo, las principales fuerzas movilizadoras que abran esta tercera vía y hagan funcionar el sistema. No se trataba en absoluto de una concesión por parte de Bibó para imponer determinadas limitaciones sustantivas a una constitución democrática de Hungría. Todo ello pertenecía al verdadero núcleo de su ideología de la tercera vía.

Como dijo de una pequeña nación, István Bibó creía que las naciones pequeñas tienen una misión. En su Memorándum sobre la situación de Hungría y el estado del mundo, escrito inmediatamente después de la derrota de la revolución, Bibó se dirige a la opinión pública ya la conciencia del mundo con este espíritu. "La situación de Hungría se convirtió en el escándalo del mundo entero", se lee en la primera frase del memorándum. Es el escándalo del mundo occidental, que se volvió atrás,de todas sus promesas. Es el escándalo del bloque comunista, que, con el aplastamiento de la revolución húngara, condenó sus propios esfuerzos de desestalinización. Es el eseándalo de las potencias situadas entre los dos bloques, porque, en su renuencia a prestar a la causa húngara un apoyo, político y moral, volvieron a confirmar la división del mundo en dos campos y frustraron sus propias aspiraciones.

Bibó escribió su Memorándum con la débil esperanza de que todavía podían salvarse algunos resultados de la revolución. Todos sabemos que esa esperanza se desvaneció en seguida. Otros dos nuevos intentos en la dirección de una tercera vía han fracasado en Europa central desde entonces. Pero si de todo esto extrajéramos la conclusión de que las naciones pequeñas no tienen ninguna misión en absoluto, de que la revolución húngara no debería haberse intentado en primer lugar, caeríamos desde el realismo profundo, racionalista de Bibó en un simple nivel de realpolitik.

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