Vivir en la calle
Dar los primeros pasos en la existencia causa cierto temor. Es como asomarse a un abismo en el que no vemos el fondo. Sin embargo, poco a poco perdemos el originario pavor existencial, atraídos por las sugerencias y posibilidades que ofrece el mundo, e intuimos que vivir es estar presente en él. La calle, para el español, es el punto de partida, el espacio de sus vivencias, mientras el inglés se clausura en casa, dulce hogar, fortaleza íntima y baluarte severo del egoísmo privado. Caben distintas actitudes de vivir en la calle: el que desparrama su mirada sobre cuanto le rodea, distraído, olvidado de sí; la del abstraído, meditador de sus graves o dolorosos problemas, que apenas advierte por donde pasa; el que, agobiado por su tristeza, anda y anda hasta que su figura se pierde en la lejanía brumosa de la noche; la del curioso, ávido de captar todo lo que desfila ante sus ojos.También los encuentros en la calle suscitan los sentimientos más intensos y opuestos, como temor, angustia, pesar, alegría, dolor, ansiedad, exaltación y hasta la melancolía más biliosa. En su obra Historia de los cafés literarios de París, Francis Carco dice que, desde el segundo imperio, la vida parisiense transcurre en las calles y cafés, habiendo desaparecido los famosos salones literarios del siglo XVIII. También en una curiosa guía de Londres de 1899 cuenta el autor que una calle céntrica, Regent Street, está llena de una muchedumbre que pasea su ociosidad curiosa contemplando las tiendas de lujo, símbolos de un naciente e inalcanzable paraíso burgués.
Juan Ramón Jiménez se interrogaba malignamente cómo podía José Bergamín escribir sus libros, cuando vivía todo el día en la calle, saltando del café Pombo al de Platerías y de éste al Regina, para recalar, a última hora de la noche, en La Granja del Henar. "He perdido mi vida en la calle", me decía un escritor amigo, sin darse cuenta que de ese turbulento mundo exterior había creado su propio mundo literario. Igualmente, los sueños diurnos que nacen de pasear por la calle crean utopías sociales y esperanzas de futuro, mientras las fantasías oníricas sobre sucesos del pasado nacen en habitaciones cerradas y oscuras.
Pero ¿qué es realmente vivir? Estar presentes en el mundo en contacto con los seres y las cosas, deambular por las callejuelas y aventurarse en el mar ignoto de las avenidas de las grandes ciudades es co-vivencia, dice el psicólogo soviético Jacobson. Hay que partir, pues, de la historia cotidiana, de los hechos simples que, al reunir formas de ser diversas, al interrelacionarse, constituyen la fuente de nuestras experiencias más profundas.
Ahora bien, como la vida cotidiana es monótona, gris y aburrida, "el espacio homogéneo" que describía Bergson con pesadumbre suele creerse que se vive pocas veces, excepcionalmente en días privilegiados. Si algunos mueren jóvenes y se dice que no han vivido nada, otros gozan de una vida rica de avatares extendida en el tiempo. Pese a las diferentes intensidades del vivir, "yo lo siento: toda se vive", afirmaba Rilke. Por ello, no debemos establecer diferencias entre los que son y los que viven, ya que somos en plenitud al vivir. No cabe, pues, separación entre ser y vida cotidiana, como hace la filosofía existencial, que escinde el ser de los seres, lo ontológico de lo óntico, las criaturas auténticas que son verdaderamente (nobles, superiores) de las inauténticas que no son (innobles, inferiores).
Esta jerarquización, que abre un abismo entre hombres vivos y muertos vivientes, unos reales y otros irreales, es radicalmente falsa, porque su ser es devenir, y ello exige muchos espacios de vida, hacernos lenta, pausadamente, dándole tiempo al tiempo. Muchas veces creemos haber llegado a buen puerto, pero es puro espejismo, ya que estamos siendo continuamente. Como no podemos saber a ciencia cierta cuando se es, tenemos que vivir, luchar afanosamente, lo que significa un viaje sin desmayos mediante una conciencia reflexiva de todo lo que vivimos. A la pregunta ¿qué es vivir? respondió Unamuno: "Vivir es solamente, vida mía, saber que se ha vivido. / Es morirse a sabiendas, / dando gracias a Dios de haber nacido". Fijémonos en las palabras saber y a sabiendas. Saber es captar, apercibirse de lo que ocurre en el mundo, y a sabiendas es enterarse cabalmente de los aconteceres íntimos que vivimos. Por ello es necesario pensar para despejar las sombras del vivir cotidiano.
El pensamiento que nace del trabajo, de la manuabilidad operacional, como ha demostrado la psicología cognoscitiva de Piaget, no sólo no nos separa de la vida, sino que esta "actividad subjetiva", como decía Hegel, nos abre el camino para producir obras bien hechas que nacen del pensar aplicado que es el trabajo. Todos los hombres que trabajan piensan, y al vivir saben lo que viven, pues piensan lo que sienten y sienten cuanto piensan. Existe, pues, una unidad real entre el vivir y la sabiduría que emana de su fluir desesperado. Aprendamos a vivir sabiendo a cada instante todo lo que sentimos y experimentamos.
"Pensar", decía Antonio Machado, "es deambular de calle en calleja, de calleja en callejón, hasta dar en callejón sin salida. Llegados a este callejón, pensamos que la gracia estaría en salir de él. Y entonces es cuando se busca la puerta al canipo". Para salir de nuestra finitud o limitación, el ideal sería sentarse en el café de la Paix y disfrutar del espectáculo de los rostros más dispares de las figuras humanas y de las situaciones más insólitas, sumergiéndonos en la rica infinitud del inundo, es decir, vivir en la calle.
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