Aquino pierde una batalla
EL GOBIERNO de la presidenta filipina, Corazón Aquino, formado tras la caída del dictador Marcos, fue el resultado de una coalición de intereses en el fondo contrapuestos. Es sólo parcialmente cierto que la acción de las masas interponiéndose en el camino de los tanques de la dictadura hiciera caer al déspota. La retirada del apoyo de Estados Unidos a Marcos ante la evidente desintegración de su capacidad de gobierno resultó tanto o más importante, pero sobre todo fue la defección de gran parte del Ejército lo que acabó por inclinar la balanza a favor de Aquino.En esa situación, la presidenta formó un Gobierno en el que dio una parte del poder a los representantes n-Witares, y muy especialmente a Juan Ponce Enrile, al que reconoció, diríase que en propiedad, la cartera de Defensa. En un primer momento se pudo pensar que Aquino recompensaba los servicios prestados y trataba de formar una amplia coalición de las fuerzas antiMarcos para consolidar su posición. El tiempo ha demostrado, sin embargo, que para Enrile la situación era parecida, pero de simetría opuesta: eran él y su facción de antiguos leales a Marcos, convertidos estratégicamente a la democracia, los que aceptando como presidenta a Corazón Aquino le agradecían los servicios prestados. Como consecuencia de todo ello, el Gabinete es un conglomerado que consta al menos de tres capas.
Los partidarios de la presidenta, que derivan su legitimidad de la acción inicialmente revolucionaria de Aquino -repudio de la Constitución de Marcos e intención de negociar con las diferentes guerrillas, y en particular la cornunista-; los hombres de Enrile, que se apoyan en el mantenimiento de una relación privilegiada con Estados Unidos, no quieren ni oír hablar de negociar con los comunistas, y cuyas credencialesdemocráticas no resisten el menor examen; y una tercera fuerza, que seguiría al vicepresidente, Salvador Laurel, formada por antiguos partidarios de Marcos que le habrían abandonado no la víspera del golpe, como Enrile, sino al menos desde el asesinato de Benigno Aquino, ocurrido en 1983, cuando éste era el reconocido líder de la oposición democrática.
Ante este panorama, Aquino actuó audazmente buscando la negociación con la guerrilla y, sobre todo, tratando de imponer su imagen en el exterior como emblema de la nueva Filipinas y única vía para reconducir un proceso de democratización sin caer en el desorden y la desintegración del Estado.
Ya en julio pasado, la rápida consolidación de la imagen de Aquino provocó una seria advertencia con el golpe, apenas frustrado, del antiguo vicepresidente de Marcos, Arturo Tolentino. En esa ocasión, la abstención de Enrile, más que el apoyo que prestara a la presidenta, impidió, con toda probabilidad, que se consumara el tolentinazo. Pero como precio a su frágil lealtad, el ministro de Defensa exigía cuando menos que se abandonara cualquier esperanza de llegar a un acuerdo con la guerrilla comunista. En los últimos días los acontecimientos se han precipitado con la disidencia abierta de Enrile y el ambiguo juego de Laurel haciendo las veces de mediador entre presidenta y ministro.
Por el momento ha sido Aquino quien ha cedido ante Enrile admitiendo lo que parece el virtual fin de los esfuerzos para reducir negociadamente la insurgencia. En 1987 se convocarán elecciones legislativas -no presidenciales, como pedían Enrile y Laurel-, y en ellas los tres jefes de fila figurarán casi con toda seguridad al frente de partidos enfrentados. Entonces tendrá la presidenta la oportunidad de recobrar la fuerza que en marzo pasado le dieron las urnas y demostrar, quizá, que tan sólo ha perdido una batalla.
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