_
_
_
_

La casa-museo de González Haba

El insólito artista decora su domicilio con materiales de los basureros

Los devotos que, en ordenadas y parsimoniosas filas, hacen turno para postrarse a los pies del milagroso Cristo de Medinaceli no han visitado nunca otra capilla situada hasta hace unos días en la acera opuesta de la calle de Jesús. Reducida capilla sixtina de la marginalidad donde Antonio González Haba, con paciencia de ermitaño, ha ido recopilando durante siete años los más variados exvotos arrojados a la vía pública.

En un piso bajo, interior y sin apenas ventilación, este insólito artista, desconectado del mundo y de sus pompas, fue fraguando su alternativa personal y rabiosa, rehaciendo un mundo quimérico, un vertiginoso microcosmos en el que los fragmentos, detritus sin nombre, esquirlas del mundo exterior se recomponían y formaban un todo ordenado que se multiplicaba sobre los espejos, espejos rotos incrustados en la pared, lunas que descendieron al arroyo para ser salvadas en su postrera instancia.Antonio González Haba califica su ingente obra como una "protesta general", un acto violento de rebeldía unipersonal, un testimonio de radical desacuerdo, advertencia lúcida y alucinada de un artista que reivindica su "desconexión inmediata de toda la sociedad", la ruptura de todos los vínculos.

Una problemática biografía personal sobre la que no le gusta dar detalles fue jalonando su alejamiento de un mundo al que algunos irreductibles optimistas siguen llamando mundo real.

Un orden premeditado

Hombre de amplia cultura y arrebatada palabra, González Haba se resiste a hablar sobre su obra, a definirla o a entroncarla con los movimientos del arte actual.González Haba ha tenido que desmontar pieza a pieza su construcción y trasladarse a un pueblo cercano, a una casa, reconstruida también con sus manos, donde sigue trabajando con estos materiales impuros.

González Haba utiliza el hormigón para amalgamar en historiados retablos su crónica de destrucción. El basto hormigón se retuerce en inesperados arabescos y filigranas, arcos y huecos que recogen estatuillas rotas, frisos incompletos, muñecos mutilados, cadenas, cuentas de vidrio, fragmentos de metal en los que todavía se reconoce su primitiva apariencia de utensilios cotidianos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Durante siete años, Antonio González Haba ha buceado en los contenedores de basura, vaciándolos sistemáticamente y rellenándolos después tras haber extraído sus joyas.

A lo largo de su periplo por las calles del barrio de las Huertas, Antonio González Haba ha encontrado auténticas obras de arte, una tabla del siglo XVII, tallas religiosas, muebles de mérito, espejos, cornucopias, trajes de torero o encajes de bailarina, lámparas, jarrones, que él considera como ingredientes simples de su creación interminable, al margen del beneficio.

Antonio abandonó por fin el inmueble cuando su desvencijado camastro quedó completamente rodeado por los tentáculos de su engendro, que amenazaban su integridad física; de cuando en cuando, un espejo se estrellaba contra el suelo, o una figura caía de su hornacina; era imposible atravesar el laberinto sin rozarse con las aguzadas aristas, sin poner en peligro la estabilidad de una extravagante composición.

Una pequeña Venus de escayola ha sustituido su cabeza por un ojo insomne de muñeca, pequeñas siluetas de metal arrancadas de una decorativa consola trepan por las paredes persiguiendo a vírgenes imprudentes, cabezas cortadas, objetos domésticos que adoptan cataduras extrañas, fotos de boda con dedicatorias olvidadas, carnés rotos apresuradamente.

Antonio González Haba sigue componiendo en las sombras este monumento a la entropía. Creación iluminada desde el polvo y la ceniza.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_