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Tribuna
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'La Voz'

Frente a los horribles monstruos del dirigismo y el colectivismo económico consagramos la economía de mercado en la Constitución y, con los años, la transición ha consagrado por su cuenta todas las filosofías del individualismo para que nos ayuden a ser Supermán. Sin embargo, se anuncia la venida de Sinatra para dar un recital y se arma una algarabía de protestas consensuadas porque las entradas son caras y porque Sinatra tiene una vida bastante golfa.Y es que no nos sacamos el olor a berza de encima. No molestaba la legítima aplicación de la ley del mercado, sino que Sinatra se llevara un pastón, así como los urdidores de la trama. No molestaba que Sinatra fuera de la Mafia, supongo, porque si empezamos a tirar de la manta de las mafias nacionales este país va a convertirse en un inmenso culo de colores. Lo que molesta es que Sinatra sea una autoridad artística internacional, un punto de referencia para la sentimentalidad colectiva de cuatro décadas.

Las entradas eran inaceptables por el precio y Sinatra porque es un mafioso, está gordo, usa bisoñé y es bajito... ¡es bajito!... proclamó alborozada una locutora de radio al verle llegar a Barajas, como si Sinatra cantara con la estatura y el hecho de ser más alta que él le concediera, por unos instantes, el primer papel de la película. Se orquestó una campaña explícita e implícita contra la gala y el fracaso económico ha sido de final infeliz de película moralista.

Como suele ocurrir, cuando esta historia empezaba a oler a cadáver, el de Sinatra y el de los promotores, se movilizó esa piedad carroñera ibérica tan dispuesta siempre a reconciliarse con los cadáveres, incluso a adorarlos y mutilarlos para conservar un pedacito en los frigoríficos del espíritu. Por encima de tanto cocido de berza y cualquier cosa, ha quedado lo previsible: la voz de Sinatra y, si cerrabas los ojos, 50 años de sentimientos que han tenido en el cantante su portavoz hacia dentro y hacia afuera de cada uno de sus millones de consumidores. Ahora Sinatra ha vuelto con sus gánsteres y nos ha dejado a nosotros en compañía de doña Virtudes. ¡Socorro!

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