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La suerte cambiante del cristianismo

En los años sesenta, algunos teólogos creyeron vislumbrar el fin de la religión convencional y adelantaron que la suerte del cristianismo era la de la diáspora en la ciudad moderna. Recientemente, el teólogo norteamericano Harvey Cox se ha mostrado sorprendido por la actual eclosión de lo religioso. El autor de este artículo analiza esta situación cambiante del cristianismo, en la que aparecen fenómenos tan característicos del presente como la utilización neoconservadora de la religión o la teología de la liberación.

Hace más de 20 años que el teólogo norteamericano Harvey Cox publicó un best seller, La ciudad secular. Era el mejor reflejo del optimismo secularista de la época. Su tesis -la ciudad secular ha cobrado conciencia de su autosuficiencia- se ha liberado de la presencia avasalladora y subordinante de la religión, ha declarado ilegítima su tutela y la ha hecho innecesaria. Todo ello le merecía una valoración teológica positiva.Como consecuencia, había que repensar la función social de la religión. En el futuro debían ser otros los espacios sociales de su presencia en la sociedad que los ocupados hasta entonces. Teólogos y sociólogos hablaban en aquella época del fin de la religión convencional, de que la suerte del cristianismo era la de la diáspora en la ciudad moderna, y analizaban la nueva religión invisible -sustitución de la institucionalizada-, definida por la búsqueda individual del sentido de la propia existencia.

Recientemente, aquel mismo teólogo norteamericano, con instinto y sensibilidad siempre alerta, ha escrito un libro sobre la religión en la ciudad secular. Aunque no sea rectificación global de sus antiguas posiciones, sí significa una reacción sorprendida frente a una eclosión social de lo religioso, lo que le obliga a revisar sus anteriores conclusiones sobre una ciudad que ya no parece mostrarse tan inequívocamente secular.

Rearme moral

Nuevos y dispares fenómenos describen la nueva sintomatología: recepciones multitudinarias y enfervorecidas a Juan Pablo II en sus espectaculares viajes por todos los continentes, el presidente más popular de la historia norteamericana busca difuminar las fronteras entre lo civil y lo religioso. Pretende realizar el rearme moral conservador de la sociedad norteamericana en el reencuentro de esta sociedad con la imagen conservadora del Dios cristiano. Introduce en la escuela los símbolos religiosos preseculares de la oración y el crucifijo; su moralismo de predicador ambulante no le impide a la vez su desprecio por el derecho e instituciones internacionales.

En la parte sur del continente, la teología de la liberación, sustentada en millones de cristianos de comunidades de base, representa el movimiento de mayor importancia supranacional de oposición y rebeldía ante los poderes causantes de la miseria y explotación en el área latinoamericana. El maldito -por marxista y ateo- Gobierno de Nicaragua cuenta, paradójicamente, con tres importantes ministros que son sacerdotes, y su apoyo fundamental en el interior lo significan las comunidades de base cristiana.

Pero, además, en la sociedad norteamericana adquieren definición propia y protagonismo público movimientos religiosos con millones de afectos, como la Mayoría Moral, SA, liderado por el pastor Jerry Falwell, con un sentido moderno de la utilización de los medios de comunicación, que coloca su relevancia y su espectacularidad a favor de un influjo conservador en la política de su país. En el Este, hay que recordar que las actividades del sindicato Solidaridad en Polonia, donde sus líderes utilizaban indiscriminadarnente la acción política y los gestos religiosos. Junto a ello, fenómenos nuevos de menor dimensión surgen en los países desarrollados, rompiendo la rutina de la vida cotidiana: florecimiento de sectas inverosímiles, la búsqueda juvenil de la mística oriental, la sorprendente y amplia propagación de la creencia en la reencarnación.

Por otra parte, entre los nuevos mitos de la nueva sensibilidad, del nuevo romanticismo, de carácter arreligioso, junto al énfasis en la simbólica sadomasoquista se celebra como contrapunto la virginidad y la castidad, de referentes religiosos innegables. Godard, con su película sobre la Virgen, es un transmisor de la recreación de la mitología de estos círculos. La última novedad es la primera plana que se concede a teólogos como Hans Küng y Leonardo Boff, de quienes la opinión pública se interesa a raíz de sus conflictos con la burocracia vaticana.

No es fácil explicar estos fenómenos diversos, de distinta entidad, si uno no se satisface con un simple encogirráento de hombros. Lógicamente, no son fácilmente asimilables por una mentalidad secularista. ¿Significa todo ello un renacimiento de lo religioso en una sociedad que se siente defraudada de sus utopías sociales y de sus mitos científico-técnicos?

Es cierto que el hombre de Occidente ha percibido bruscamente los límites de los proyectos seculares, de sus utopías y de la unidimensionalidad de la racionalidad instrumental. Los profetas y pronosticadores de paraísos en la tierra, pero también los de la sociedad del bienestar, de las satisfacciones de la realidad científica, han retrocedido a sus cuarteles de invierno. Los propulsores de los grandes proyectos de los cambios estructurales, de los nuevos sistemas sociales, del hombre nuevo y la nueva humanidad, se han transformado en los, defensores de la sobriedad del realismo, de la responsabilidad pragmática, y nos recuerdan los límites del crecimiento, los recursos limitados, las órbitas internacionales de influencia. Se extiende la resignación, limitada a proteger al menos malo delos sistemas, ya que no es posible la acción en favor del mejor deseado.

Utopías seculares

La quiebra de las utopías sociales igualitarias y solidarias da lugar a la crisis de los ambiciosos proyectos nacidos en la modernidad, fabrica el escepticismo frente a ellos y favorece la irrupción de una sensibilidad distinta, socialmente desmotivada y crítica frente a lo que habían sido las propuestas y las promesas de la modernidad. Se limitan o desaparecen las propuestas globales, las ofertas se hacen fragmentarias, posibilistas, se olvida la autosatisfacción del optímismo secularista, el horizonte se aproxima y se impone el día a día.

Los campos abandonados y las banderas arriadas parecen dar paso a la búsqueda de la experiencia sensible de la subjetividad, a la crítica al desencantamiento precipitado del mundo -fruto de la racionalidad científico-técnica-, al reencantamiento de la esfera privada y del entorno, arrasado como consecuencia de la instrumentalización de la naturaleza. Hay quien habla de la venganza de lo sagrado largamente reprimido.

Podemos detectar claramente un tipo de respuesta religiosa de carácter regresivo. Ante la dureza de la realidad implacable, la religión o prácticas similares pueden propiciar -siempre lo han hecho- respuestas de carácter evasivo, el anhelo de refugio en lo esotérico: las sectas, la astrología, cierta parapsicología, la esperanza reencarnatoria son signos de una huida adolescente, que busca el consuelo de la aspereza y de la decepción que proporciona la realidad desencantada. La religión como alucinógeno, una forma de droga; opio, había dicho Marx.

Pero esta variedad de estímulos y respuestas no implica una mayor relevancia ni un más cualificado influjo social de la religión institucionalizada en las grandes iglesias tradicionales, católica y protestante; no crece su repercusión ni en las actitudes de los creyentes ni en los ciudadanos que carecen de adscripción confesional. Se mantiene la tendencia que la sociología de la secularización había pronosticado de una decreciente presencia y efectividad social de las iglesias. Cierto que mientras la mayoría de los europeos afirmen su identidad religiosa en la adscripción a alguna de las grandes confesiones, la religión no podrá ser una mera cuestión privada. La institucionalización de creencias con tan numerosos adeptos, por una elemental ley sociológica, más allá de las voluntades particulares, mantendrá vigente un ineludible influjo social y político.

En España el reconocimiento y la distinción de ámbitos propios de la modernidad queda retrasado por la confesionalidad del Estado de la dictadura. La Iglesia debió, por tanto, realizar un aprendizaje práctico acelerado para resituarse en otro contexto con la pérdida subsiguiente de poder y privilegios. Pero existe también una razón interna que explica este decreciente influjo. En concreto, la Iglesia católica, estructurada jerárquicamente, se muestra incapaz de imponer desde arriba en su interior las doctrinas proclamadas oficiales y vigentes. En primer lugar, son mayoría los católicos que se declaran poco o nada practicantes sin que lleguen a negar su pertenencia; en las iglesias proliferan los heterodoxos y disidentes, sólo parcialmente ídentificados con sus credos. Las encuestas ponen de manifiesto que doginas considerados como centrales no son aceptados por altos coeficientes de adeptos; tesis secundarias como la realidad del infierno o la personificación del demonio sólo son mantenidas por minorías. Los sociólogos hablan de articulación individualizada de las creencias con técnicas particulares de bricolage, de manera que cada cual compone su propio credo según la plausibilidad que confiere a los doginas.

Análogo es lo que acontece en el ámbito de las convicciones y práctícas morales. Aunque la utilización de anticonceptivos sigue siendo confirmada como doctrina católica, apenas existen difere en la utilización de los mismos en comparación con áreas en que predominan otras confesiones más permisivas o grupos no definidos confesionalmente.

Tampoco hay indicios de que la práctica del aborto sea exclusiva de personas sin credo ni confesión. El teólogo norteamericano Charles Curran, que se ha encontrado en el punto de mira da la Curia vaticana, había puesto en cuestión de forma moderada la doctrina oficial sobre la moral sexual, sobre la homosexualidad, reflejando inquisitivamente una disidencia moral de la juventud.

Menor crédito social

Esta situación de las iglesias, de pérdida de homogeneidad interior, obviamente inocultable en la transparencia informativa de nuestra era, determina hacia el exterior una menor capacidad persuasiva de las propuestas que oficialmente hace la Iglesia a la sociedad, su crédito social tiende a la baja. En cuestiones de opciones políticas y sociales está de tal manera a la vista el espectro casi dislocado del pluralismo de los creyentes que cuando la Iglesia, más allá de los principios generales, se define en ese terreno, es dificil saber a quién representa. Por todo ello se puede deducir que los conflictos de teólogos individuales con el Vaticano no son mera anécdota, sino uno de los puntos calientes de las consecuencias de haberse asumido por ciertos sectores teológicos la confrontación competente con la filosofía de la modernidad y con las corrientes sociales emancipatorias que tienen hoy sus movilizaciones más activas en el Tercer Mundo. El resultado ha sido un pluralismo teológico y de opciones sociales que casa dificilmente con las tendencias involutivas y los deseos de control doctrinal de ciertas figuras y órganos del Vaticano.

Pero, a pesar de ello, son sobre todo los políticos neoconservadores, en razón de una larga tradición de afinidades y convergencias con las iglesias clásicas, los que en épocas de crisis de credibilidad política buscan su legitimidad y refortalecimiento en valores y símbolos religiosos. Cierto que la legitinúdad a la que se aspira es más sutil, sus relaciones más indirectas, sus supuestos más implícitos que en las épocas pasadas de cristiandad y sucedáneos.

Pero su instinto político y -por qué no- sus convicciones les hacen ver que el reconocimiento de la religión como garante de la moral pública, la defensa de los valores tradicionales de la familia y la moral privada les puede permitir rentabilizar parte del crédito social que todavía tiene la religión en sus formas institucionalizadas.

En el otro extremo aparece la novedad indicada de una teología latinoamericana que considera que al menos hoy no es verosímil hablar de Dios sin denunciar la situación de multitudes desheredadas, empobrecidas, explotadas. El compromiso por la libertad y la justicia de esos pueblos es el espacio de su lenguaje religioso.

es doctor en filosofía y licenciado en teología.

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