La aventura diaria
A las 7.30, con un bono-bus en una mano y una gran dosis de paciencia, llego a la parada de autobús más cercana a m¡ casa. Tengo 40 minutos para llegar a clase, matemáticamente suficientes para recorrer en autobús tres kilómetros.Espero 15 minutos y empiezo a preguntarme si habrán variado la ruta del autobús. Cinco minutos después, viendo que el autobús no llega y el reloj avanza sin esperarle, decido echar una carrera hasta la Castellana, carrera que me ayudará a desentumecer los músculos.
Tras esperar unos minutos, llega por fin un autobús. Consigo encaramarme a él y, empqiando entre carpetas y bolsas, pasando por encima de algunos sufridos usuarios y por debajo de otros, llego hasta el artilugio que indica que ya se ha pagado con un monótono clinc. Ahora soy Tarzán, y de argolla en argolla consigo llegar a un lugar lo suficientemente seguro como para no acabar por los suelos.
Parece que voy a llegar a tiempo, porque el conductor parece tener prisa. Mientras, los viajeros hacemos vuelo sin motor dentro de esa lata voladora. Se acerca la deseada parada y, tras batir el récord de los tres metros obstáculos, consigo salir. Tengo seis horas para descansar antes de repetir la hazaña en sentido contrario.
Sin embargo, hay algo que me consuela: para que se nos haga más llevadera la espera, nos han fabricado unas paradas de lo más coquetas y aparentes. Y, por si fuera poco, van a instalar en los autobuses hilo musical para que empecemos el día moviendo el esqueleto.-
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