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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La vieja historia de la calidad de la enseñanza

EL MINISTRO de Educación y Ciencia, José María Maravall, ha saludado el comienzo del nuevo curso académico con la proclamación de la calidad de la enseñanza como el gran reto de la nueva legislatura. Con esa perspectiva se ha anunciado la preparación de un libro blanco que servirá de punto de partida para una futura ley de ordenación del sistema educativo.La calidad de la enseñanza no es un mal propósito, pero su presentación como objetivo político inmediato no sólo no constituye una novedad, sino que empieza a ser ya una vieja historia. Hace bastantes años que los responsables de las sucesivas administraciones educativas vienen presentando la mejora de la calidad como el gran objetivo a alcanzar "una vez superados (sic) los grandes problemas cuantitativos del sistema", lo que no deja de ser una suposición excesivamente optimista. A este respecto, baste señalar que aún está lejos de hallarse escolarizada al ciento por ciento la población de los niños de cuatro y cinco años, que es la etapa correspondiente al nivel preescolar y a la que algunos expertos conceden una importancia casi decisiva en el resultado final de la etapa de formación básica. Según estimaciones oficiales, la escolarización es casi absoluta en el tramo de cinco años (el 99,43%), pero en el de cuatro sólo alcanza al 73,55%. Por otra parte, sigue siendo bastante grave el déficit de la oferta pública en el nivel de enseñanzas medias, donde la explosión de la demanda iniciada en los años sesenta se mantiene aún en progresión casi geométrica, ya que la inflexión demográfica del final de la década de los setenta ha empezado a advertirse en los primeros cursos de la EGB hace tan sólo dos años.

Cierto que se puede argumentar que la enseñanza media es un nivel no obligatorio, pero también lo es que nadie ha aclarado suficientemente hasta ahora con qué criterios se ha planificado la oferta pública en este nivel para poder entender la absoluta falta de equidad social que resulta de su actual distribución. Así, frente a barrios urbanos y localidades en las que una renta familiar menos que moderada se convierte en una dificultad insalvable para obtener un puesto escolar en un instituto público, en otros, la oferta de puestos gratuitos es disfrutada casi exclusivamente por familias de niveles económicos muy altos.

Y puesto que del período obligatorio de la enseñaza hablamos, conviene recordar que su ampliación hasta la edad de 16 años ha venido constituyendo un objetivo electoral de todos los partidos políticos desde que comenzó la transición democrática. Es de suponer que el Gobierno socialista habrá meditado suficientemente el alcance de su propio compromiso para la legislatura que acaba de empezar.

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Por lo que a la EGB respecta, no es desdeñable la importancia de algunos desajustes que se han producido en determinados barrios de grandes capitales como consecuencia de la aplicación de las previsiones de la LODE en materia de conciertos con la enseñanza privada. Es inobjetable el cierre de todos aquellos colegios que no reunían las condiciones mínimas para garantizar una enseñanza digna; pero es dudoso que en todos los casos estuviesen previstas las soluciones de repuesto. De ser así, no hubiera sido preciso el recurso a la improvisación de soluciones de urgencia y de parcheo características de los comienzos de curso de hace ya muchos años y que parecían olvidadas.

De todos modos, y a propósito de la calidad de la enseñanza, sería preciso definir, de una vez por todas, cuáles son los parámetros que la determinan. Porque algunas veces parece como si se intentase convencernos de que la calidad es un objetivo casi utópico, como de lujo, del sistema educativo y, desde luego, correspondiente a un estadio muy secundario de la conquista social de la escolarización. Cuando se habla de calidad de la enseñanza básica, por ejemplo, se suele recurrir a las ya tópicas ausencias de la educación física, la expresión plástica, la música y los idiomas extranjeros, sobre todo en la escuela pública, aunque no sólo en ella. Ahora bien, hay una considerable dosis de cinismo en la lamentación de estas lagunas del sistema educativo en una sociedad que no ha asumido en profundidad la importancia de estas áreas de la cultura. No está lejana la ocasión en que un ministro de Educación minimizaba la importancia de una huelga de profesores en los conservatorios de música con el argumento de que ésta constituye un adorno del sistema educativo. El ministro en cuestión aseguraba que él sólo empezaba a preocuparse cuando se ponían en huelga los profesores de matemáticas. La lentitud con que se enfrentan desde hace muchos años estas tradicionales lagunas de nuestro sistema educativo puede ser un indicio de hasta qué punto es necesaria una clarificación del concepto de la calidad de la enseñanza.

Sin la pretensión de agotar una cuestión de tanta trascendencia, pueden apuntarse algunos rasgos que bien pudieran servir para definir, aunque sea por negación, la calidad de la enseñanza. Desde luego no es de calidad una enseñanza que descansa casi exclusivamente en el libro de texto, en la memorización (o, alternativamente, según imperativos de modas rigurosas, en un abandono absoluto de la memoria). Tampoco puede ser de calidad una enseñanza que pretende periódicamente reformas de contenidos (muy pocas veces de métodos) que si alguna vez se incorporan a los programas de formación del profesorado es cuando ya una nueva reforma ha dejado obsoleta a la anterior. No es de calidad la enseñanza de una escuela que descansa sobre un profesorado que no ha asumido la obligatoriedad de la actualización, permanente, hasta el extremo de que algunos de sus sindicatos defienden todavía con cierto ardor la peregrina pretensión de que el reciclaje del profesor ha de ser voluntario y planteado exclusivamente como un medio para la acumulación de méritos. No es de calidad una escuela que todavía no cuenta con una mínima infraestructura administrativa, o en la que el profesorado huye de los cargos directivos como del diablo porque (al menos mientras no se promulgue su controvertido y prometido estatuto) no encuentra compensaciones de ninguna índole en ellos. Tampoco es de calidad una enseñanza básica que, entre otros frutos palpables, está produciendo los alarmantes niveles actuales de degradación de la expresión oral y escrita de una población supuestamente educada y escolarizada. No parece, en fin, que pueda reputarse de calidad un sistema educativo que sigue dando mayor importancia a la selección que a la educación y mucha más a la evaluación del alumno que a la del profesor y a la del propio sistema.

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