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Un destino piadoso para el luchador

El destino fue piadoso con Urho Kaleva Kekkonen. Un luchador que había permanecido medio siglo en el centro de todas las tormentas políticas que afectaron a su país -la mitad de ese tiempo con un gran poder de decisión- no merecía esa larga agonía de casi cinco años en una soledad casi total, marcado por el signo patético de la senilidad. Quien tiene el privilegio o la desdicha de que la historia le asigne tal papel relevante difícilmente podrá evitar convertirse también en destinatario del afecto o el odio de sus contemporáneos.Kekkonen no fue una excepción y cosechó en grandes dosis lanto uno como otro. Ni su vida privada pudo salvarse de la calumnia. Es posible que poco le importara. El tenía una meta que estaba más allá de vanidades o satisfacciones personales: preservar y afianzar la independencia de su país, condiciónado por una situación geográfica clave.

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Alcanzado esto, pensaba, podían entonces dedicarse los esfuerzos a transformarlo internamente de manera que evolucionara hacia una sociedad moderna y de niveles materiales, decorosos para todos.

Kekkonen debió de tener seguramente, antes de que en su cerebro se apagara la chispa de la inteligencia, la certidumbre de que ambas metas habían sido alcanzadas, al menos hasta ahora. Ya que, como él mismo decía, "la independencia es algo a conquistar cada día".

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