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El experimento mental

Pocas semanas después de decretar unilateralmente el envío a Bolivia de tropas para destruir laboratorios en la selva, el enérgico presidente Reagan copa los titulares del verano con "una movilización nacional para hacer la guerra a la droga", cuyo primer paso será imponer controles antidoping en la Administración y, la empresa privada. El llamamiento obedece a cálculos recientes de organismos, oficiales norteamericanos, indicativos de que hay en Estados Unidos unos cinco millones de cocainómanos y como tres veces esa cifra de usuarios esporádicos. Según fuentes policiales, el volumen de negocio que ese consumo genera podría rondar en 1986 los 100.000 millones de dólares.A pesar de su enormidad, datos semejantes aparecen mucho en los periódicos y a no asombran a casi nadie. Quizá se sorprendería algo más el lector remontándose a 1914, cuando entró en vigor el primer control sobre drogas, que contemplaba restricciones a. la disposición de opio, morfina y cocaína. El senador Harrison defendió el proyecto de la ley que lleva su nombre apoyándose sobre informes alarmantes de un incremento en importación y consumo desde comienzos de siglo. Los datos aducidos por Harrison eran que los consumidores de estas tres drogas en Estados Unidos no bajaban de 300.000, de acuerdo con estudios hechos bajo los auspicios de: la American Medical Asociation (por los doctores Wilbert, Terry y Pellens), que confirmaron pocos años después los de Kolb y Du Mez para el Health Service. La cifra pareció aterradora en su momento.

Sin embargo, de esos 300.000 sólo correspondían a la cocaína algo menos de la mitad, y conociendo las circunstancias reinantes no sería ecuánime negarles alguna justificación. Antes de 1914 el fármaco se compraba libremente en farmacias y podía obtenerse a granel de los fabricantes usando el correo. Lo recomendaban eminencias terapéuticas como Freud, lo usaban en diversos preparados personajes como Edison, lbsen, Zola, Verne y Sara Bernardt. Era consumido en forma de licor Mariani por el príncipe de Gales y León XIII, que no tuvo inconveniente en prestar su efigie para la etiqueta de las botellas y concedió además una medalla de oro a Mariani. De hecho, el actual azote se propagandeaba tan ampliamente como la aspirina; Parke Davis y Merck primaban al comprador de paquete grande con un kit que, junto a la droga, ofrecía una jeringuilla con diferentes agujas (uso intramuscular e intravenoso) y un artístico tubito para administraciones nasales. Era cocaína con el 99% de pureza, no regalada aunque sí a un precio que permitía a cualquier oficinista adquirir varios gramos diarios.

Las cosas han cambiado desde entonces. Para empezar, los consumidores que no pueden gastarse 100 o 200 dólares al día se han desviado masivamente hacia venenos más baratos como la base y el crack. Pero en las viejas condiciones tenía Estados Unidos 150.000 cocainómanos, y ahora multiplica esa cifra por 40.

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El fenómeno es en verdad extraño, por más que tenga lo suyo de previsible. Para explicarme mejor propongo un experimento mental que no necesita laboratorio distinto del propio raciocinio.

Cierto matrimonio tiene problemas con su hija, que acaba de cumplir los 17 años. Aunque los padres le pidieron que no volviese a casa después de las 10.30, la muchacha se ha negado a obedecer; contesta sin respeto y reconoce haber pasado largos ratos a solas con cierto joven desconocido para la familia, que según la madre podría ser hasta toxicómano, "como tantos hoy en día". Tras una tormentosa discusión en la mesa y comprobar que la joven no atendía a razones, el padre no vio mejor salida que encerrarla con llave en su habitación. Esto sucedió hace tres meses. Las discusiones y la reclusión han venido renovándose periódicamente.

No creo que sea difícil imaginar el supuesto empírico en un país como el nuestro, tan dado a parejas salidas. El experimento mental consiste en pararse un momento, pensar en la joven y calcular la probabilidad de que, mientras duren los encierros, ella diga de corazón un día: "Queridos padres qué mal os entendí. Ya no será precisa la llave, porque sólo pienso salir con chicos formales. Volveré lo más tarde a las diez de la noche. Deseo casarme y tener una hija para educarla como vosotros me educasteis".

Si la probabilidad de semejante reacción se aproxima a cero y la de otras reacciones -como escaparse de casa o mentir- es incomparablemente mayor ¿con qué fundamento cabe suponer que soluciones análogas funcionarán en el caso de las drogas?

Quizá alguien tenga la bondad de aclarármelo. Entre tanto, para comprender la pervivencia de tratamientos que agravan la enfermedad y finalmente reconocen no saber curarla, parece indicado atender a dos cosas. La primera es el valor simbólico de unidad que tiene para un grupo en sí desunido poder disponer de algún enemigo común o absoluto, de acuerdo con un mecanismo tan viejo como las hachas de sílex; a ese enemigo, quintaesencia del mal, se atribuyen incontables crímenes, y su exterminio proporciona al grupo una sensación de pureza recobrada. La segunda cosa a la que conviene atender son esos 100.000 millones de dólares, o los que efectivamente fueren. El presidente Reagan parece creer que pasan íntegramente al bolsillo de unos cuantos malignos suramericanos.

Temo que mientras a escala oficial intenta reconvocarse como nueva una cruzada tan senecta en esencia como la de Ricardo Corazón de León, docenas de miles de personas mueren al año envenenadas por las condiciones del mercado vigente y muchos millones más arriesgan otro tanto cada día. Temo que los narcotraficantes están felices con la prohibición, fuente vital de su realidad, y que desde 1914 las victorias de los prohibicionistas -incluyendo la ley Seca- hacen palidecer a las de Pirro. Para ser exactos, sugiero que el chaíntaje de la posición vigente es plantear como única alternativa al actual engaño y corrupción una inmediata disponibilidad de todas las drogas, promovido el opio por Marlboro y la cocaína por IBM. Sin embargo, la legalización es un engendro tan insostenible como su opuesto. ¿Por qué no legalizamos el aluminio, los libros, el onanismo, los zapatos de gamuza o el tabaco? No necesitamos legalización, sino secularización del asunto. Cualquiera en sus cabales sabe que deshacer el embrollo mítico-ritual disparado por el episcopaliano arzobispo Charles Brent en 1909, cuando convocó desde su sede en Manila la "cruzada moderna", puede muy bien tomar bastantes años, y que hasta poner las cosas en su sitio sería peligroso prescindir de controles.

La cuestión es saber si el Gobierno norteamericano, instigador del enfermizo remedio, ensayado, quiere o no empezar a poner las cosas en su sitio. Quienes ahora llevan las riendas de la cruzada deberían saber que pelean con la química y el sistema nervioso tanto como peleaban los teólogos jesuíticos con el telescopio galileano y las revoluciones del orbe terrestre. Por consiguiente, la opción no es seguir como estamos o desatar un pandemonium de imprevistos. La opción es poner gradualmente las cosas en su terrenal lugar -escuchando el señor Reagan a sus sociólogos, médicos y fármacólogos en verdad competentes, cuya opinión es prácticamente unánime y se desoye hace 70 años-, o bien extremarse en una empresa seudocientífica que no sólo promete inducir crecientes al irocidades sino ahondar el ya escandaloso desprecio a la ley.

Tengamos presente que poner tras de sí el diluvio -bajo la forma de "o mi postura o todas las drogas regaladas a tu hijo en el colegio"- no sólo es radicalrriente absurdo sino una cómoda estratagema para perpetuar la hegemonía de un criterio que hacia 1910 prometía acabar por completo con la droga en pocos años. Pues bien, no hay nada en todo el ancho mundo que corresponda a la droga, y el simplismo -en uno u otro sentido- nos está saliendo muy caro.

Para el hombre contemporáneo el desario radica en canalizar el tesoro de conocimientos y recursos terapéuticos que representan los psicofármacos descubiertos y por descubrir. Es un patrimonio de la humanidad que diversas facciones han tratado de monopolizar con estrechas miras; esa sinrazón pudo ser poco visible al comienzo, pero ha ido creciendo en las sucesivas consecuencias hasta desembocar en el absoluto disparate, como ahora acontece. Si ha de producirse un cambio favorable será porque la planificación del problema ha dejado de pertenecer a fanáticos, aprovechados e ignorantes. Mientras esa sustitución no se inicie y tenga por norte -en primer lugar- el libre y detenido examen de las cosas, que llo nos hable el presidente norteamericano de nuevos planes.

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