De ilusión también se vive
Dos niños leoneses trucan un boleto de la 'loto' para "dar una alegría" a sus padres, en paro
Marcos Pájaro, de ocho años, y Julián Fernández, de nueve, ya son famosos en su pueblo, Villafranca de El Bierzo (León). La efímera circunstancia se la deben a un boleto de la lotería primitiva, la loto, hábilmente falsificado por los dos niños, que contenía los seis aciertos de ley y por el que ambas familias debían cobrar más de 100 millones de pesetas. La travesura pudo costarle la salud al padre de Marcos, Manuel Pájaro, de 49 años, albañil de profesión, que se encuentra actualmente en paro. "Todos creíamos que era verdad. Nos lo dijeron tan serios", afirma.
Todo comenzó cuando Marcos y Julián decidieron dar una sorpresa a sus padres, agobiados por la falta de trabajo y la carestía de la vida. Antonia Pájaro, madre de Julián, encargó a los dos muchachos que fueran a la administración de lotería de la localidad a informarse de los números premiados. A la vuelta, y tras comprobar que la suerte no había hecho acto de presencia en sus casas, los niños compusieron "en secreto" un boleto de dos apuestas que incluía en una la combinación ganadora de la semana, colocando el sello de otro.Instantes después, Inés Soto, propietaria de la administración de lotería, que sujetaba perpleja el boleto, sugirió a los niños "guardar el papelito bien" hasta que llegaran sus padres a casa. "Incluso uno de ellos se puso pálido y creí que se iba a desmayar de la emoción", asegura. A partir de ahí el revuelo fue total en la localidad. Las visitas de los vecinos se sucedieron ininterrumpidamente, y numerosas entidades bancarias invitaron a los supuestos agraciados a depositar el boleto "y lo que fuese necesario" en las sucursales del pueblo.
Máquina de marcianos
Marcos y Julián hacían planes para el futuro, soñaban con un coche y una casa nueva para cada uno que sustituyera a la de alquiler, pero sobre todo "con una maquinita de matar marcianos". Las primeras palabras de Marcos fueron para su madre: "Ya no trabajarás nunca más". Milagros Gutiérrez tiene 41 años y tres hijos, Manuel, de 22, José, de 19, y el pequeño Marcos. Ninguno de los dos mayores trabaja, "en el pueblo no hay ocupación para ellos". Milagros trabaja como asistenta en varias casas, y durante el curso se encarga de la limpieza del colegio de su hijo y de su sobrino Julián, el centro San Lorenzo de Brindis, donde ambos niños empezarán este curso tercero y cuarto de EGB.
"Eso sí, los chavales son muy listos y sacan muy buenas notas", puntualiza con orgullo. "Esto ha sido, ya sabe usted, cosa de niños. Quiero dejar bien claro que nosotros no tuvimos nada que ver en ello, simplemente como nos ven así, con problemas económicos, quisieron darnos una alegría", insiste Milagros con cierto tono de disculpa. Julián es uno de los mayores de la pandilla del barrio, capitaneada por El Pantera. Quiere "de mayor" ser futbolista, como Butragueño, y, "del Real Madrid", mientras que las preferencias de Marcos se inclinan hacia el baloncesto. "Epi es un fenómeno", dice, aunque de profesión, reflexiona durante unos instantes, "la de mi padre: albañil". Manuel, que acaba de llegar a la casa después de darse un baño en la presa para quitarse "el calor de la huerta", dice con lágrimas en los ojos: "Nuestros hijos no tienen la culpa de que no encontremos trabajo. Las chapuzas que vaimos haciendo nos dan de comer ahora, pero si esto falla no sé qué vamos a hacer. Habitualmente jugamos todas las semanas de 100 a 200 pesetas a la loto, y cuando vino mi hijo y nos dijo que éramos millonarios no me lo podía creer. Ahora, pues qué quiere que le diga, que lo importante es tener salud, que suerte, pues ya vendrá", afirma.
Marcos, bajo la mirada. recriminatoria de su madre, asegura de reojo: "Todas las semanas sacaré algo de mis ahorros para hacer una apuesta, pero esta vez de verdad. Lo prometo".
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