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El éxito de los invocadores de la lluvia

Los más de 400 actos programados se desarrollaron con normalidad, a excepción de los del 25 de julio. Ese día todos los actos quedaron suspendidds a mitad de representación. Una fuerte tormenta sorprendió a los veraniegos e inundó la ciudad en pocos minutos. Un grupo se atribuyó el éxito.En una ciudad donde las tertulias crecen y se multiplican en verano, pronto se divulgó jocosamente que 15 minutos antes de la tormenta actuaba un grupo de Guinea, pertenecientes a la casta griots del meandro del río Níger. El grupo pertenecía al Imperio Peul, y allí son apreciados como invocadores de lluvia. Una vez suspendido los conciertos de todo Madrid, ellos siguieron tocando en los camerinos. Les pareció de lo más natural que hubiera empezado a llover.

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Cae el telón para el ocio al aire libre

Desalojar los siete recintos al aire libre fue menos problemático de lo que la propia organización pensó en un principio. Su único pro biema fue la evacuación de 30 inválidos y 20 ancianos que ese día acudieron al espectáculo de Antonio Gades, Carmen. La evacuación se realizó con la ayuda de familiares y espontáneos, con imágenes dignas de las películas catástróficas.

Las responsabilidades económicas de la suspensión recaían exclusivamente sobre el Ayuntamiento; pero Antonio Gades anunció, empapado sobre el escenario, que al día siguiente haría una función extraordinaria gratuitamente, tal y como ocurrió.

También estaba fuera de programa que al Patio de la Almudena acudieran una quincena de ciegos, entre ellos cinco de color, a ver el concierto de música africana. Protegidos bajo el escenario, los ciegos se cansaron de golpear sus bastones mientras el granizo amortiguaba los gritos de socorro. Finalmente fueron localizados y evacuados.

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Una noche de verano

En los Jardines de Cecilio Rodríguez, Enrique Melchorpasó de lluvia y continuó el concierto sin micros, resguardado con el público en un pabellón. También en el Retiro, pero en el recinto de la Chopera, esa noche se programaban tres películas especialmente atractivas: Corazonada de Coppola, Chooseme de Alan Rudolph y Comedia sexual de una noche de verano de Woody Allen.

El agua formó tal barrizal que nunca una cabina de proyecciones se pareció más al camarote de barco que los hermanos Marx mostraron en Una noche en la ópera. Cientos de personas huían despavoridas entre la lluvia, el granizo y el barro, mientras que la oscuridad y el silencio del Retiro dificultaban aún más los movimientos.

Las quejas no llegaron al cielo, sino a la organización. Algunos espectadores del Templo de Debod recriminaron la falta de paraguas y autobuses que les llevaran hasta sus domicilios. Pero la irresponsabilidad era exclusivamente del grupo Griots.

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