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Tribuna:LECTURAS DE VERANO
Tribuna
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Españoles todos / y 2

Por qué llamar entonces juego de dos caras a verme por las tardes con Dioni, Carmelo y Enrique -la célula del Terol- para ponerles en regla planfletos, octavillas, frases de pintadas, revistas a ciclostil, en suma, abundante material subversivo, que dirían los de la Social? Ni Dioni ni Carmelo ni Enrique sabían cómo empezar un texto, dónde meter lo de la contradicción interna del régimen que le lleva a su descomposición, qué tono dar al hecho palpable de que las exigencias populares -estudiantes y obreros unidos jamás serán vencidos- avanzan inexorables en su lucha permanente por derrocar la oligarquía terrateniente y capitalista. Acabábamos en el mesón, desechando el bar de abajo porque estaba atestado de parroquianos vocingleros dando mandobles al dominó y olvidada la cafetería porque a Dioni le apestaba a capitalismo burgués.LA MOQUETA DE BEA

A veces les dejaba cocidos en El Paleto, ahogando en valdepeñas La Internacional susurrada. Si la noche era murriosa y yo andaba deshabitado, prefería acercarme hasta la moqueta de Bea. Los dos tumbados, sabiendo que la vida es eterna en cinco minutos, bajo el aguacero hermoso de Víctor Jara recordando a Amanda en estéreo, la calle mojada, corriendo, la sonrisa ancha, la lluvia en el pelo. Bea, callada, haciendo sentir su silencio. "¿Cómo va a ser pecado esto tan bueno?", se preguntaba, sofocada y en ese instante hermosa, mirando fijamente la lámpara del techo. De madrugada me deslizaba esquivando ladridos, desandaba las calles de charol y, otra vez en el cuartucho de Carmelo, seguíamos arreglando el mundo con los panfletos.

Cuando Bea me recomendó que me esfumara pensé que al coronel Saiz poco le hubiera costado darme un papirotazo, hacer que me cayeran por la ventana de una comisaría, aplicarme la ley de fugas, quemar mi ficha en la Dirección General o negar que yo hubiera escrito el mensaje. Todo menos un pistoletazo por minucia tal. También podía haberme sonsacado, pues ya no andaba tan receloso conmigo. De vez en vez se permitía incluso la confianza de preguntarme por Bea, de explayarse con la última película que había visto hacía 15 años o de comentarme lo suertudo que era el padre de Bea, viejo compañero del Cuerpo, porque vivía de las rentas desde que había metido todo su dinero, y no era escaso, en una empresa de apartamentos que le sacaba mucho, pero mucho provecho, el 12 y más. Sofico se llamaba.

Saiz iba más a menudo por el antro, coincidía casi siempre con Sophie, la normanda de abuela cruzada con indochino, algo taponcilla, de ojos dispares y pelo lacio y frío. Una Sophie de porcelana silenciosa a quien el coronel llamaba "mi tuertilla francesa", cuando no "experta", como a todos los principiantes. Saiz me ponía de ejemplo, con ocasión o sin ella: "Fíjate", -se acercaba zalamero a Sophie- "éste me ha vendido un eslogan para el Ministerio del Ejército que dice: 'OTAN, sí, gracias', y quiere vender otro a Información y Turismo que diga: 'OTAN, no, de nada'. ¿No es gracioso?". "Éste es capaz de vender los dos al mismo imbécil", sentenció Bea, y Saiz se daba palmaditas en el hígado, muerto de risa, y después repetía el palmoteo en la rodilla de Sophie, y más arriba, mientras la mirada de Bea le asesinaba. Ya nunca más volvió a bromearle con lo de señor Sáenz, o Sáez, o Saiz, o Sanz, y hasta señor Sza Sza Gabor.

Soy tan imbécil que durante todos estos años lo único que he recordado de la bronca que escuché agazapado ha sido la furia: los insultos feroces rebotando por la penumbra de la escalera; Bea, como un energúmeno, soltando un portazo, un "cacho cabrón" y una amenaza: "¡No vuelvas a llamarla Elviretal, ¿me oyes? ¡Y no se te ocurra ni rozarla, porque ese día te rajo!". Rato después, al entrar yo como de nuevas, la pobre Sophie seguía pálida, muda y con tiritera. Saiz murmuraba tamborileando: "Cada día está más rarita". Puse cara de palomino en trance de asistir a una revelación celestial cuando el coronel se sinceró, hablándome del padre de Bea, el pobre (un comandante de carabineros al cual expulsaron aún joven, aunque, por suerte, cuando ya un par de alijos oportunos le habían puesto chalé), como si Bea no me lo hubiera contado cien veces. "Todos nos necesitamos. ¡Lo que no habré hecho por esa familia cuando le echaron! Para bien o para mal, del carro vamos a tirar siempre los mismos. Hay que estar unidos entre nosotros".

COMO A UN HIJO

Me habló como a un hijo: "¿A los de arriba qué les importan nuestros desvelos? Lo único que les preocupa es tener el discurso a tiempo, las palabras adecuadas, cómo no decir lo que no quieren decir pero como si lo estuvieran diciendo. ¿Y todo eso para qué? Muy sencillo, hijo: primero, para mandar, y segundo y principal, para seguir mandando siempre. Nosotros sí que tenemos que ayudarnos los unos a los otros", me dijo muy padrazo, a punto de añadir: "Como Cristo nos enseña". Porque si bien había abandonado la costumbre de ir a misa todas las mañanas, era porque iba todas las tardes y así podía tener una excusa en casa para revolotear por donde anduviera Sophie a esa hora.

Tan cegato soy que tampoco me extrañó entonces lo melosa que anduvo Bea cuando se enteró de que Saiz me había encargado el mensaje. Al menos podía haberme maliciado que el coronel era un estorbo, incluso que la vengativa y alocada Bea quisiera eliminarle, pero ni el más calenturiento adivinaría que la pistola era un papel que Bea puso en mis manos para el balazo certero, sin retroceso, limpio, a distancia y con silenciador, infalible.

Me arrepiento de haberlo descubierto ahora, agazapado en ese malhadado mensaíje del 71. Han tenido que pasar 14 años y que a mi vuelta me encargara este periódico un ensayo (para ese tiovivo desenfrenado de recuerdos del extinto y de la guerra incivil, al cumplirse el cincuentenario) para que haya saltado la chispa y la certeza del asesinato, para que ahora me pase las noches en blanco. De haber elegido el tema de Diez años sin él todo seguiría igual. Yo habría contado cómo encontré el país al regresar de Venezuela, llenos los bolsillos de papeles y vacía la cartera. (Persona non grata porque me falló mi Centro de Encuestas y Mercadeo cuando descubrieron que me inventaba los sondeos y los porcentajes después de calcular a ojo las conclusiones posibles, con mucho suflé de contextos empíricos enmarcados por, una cristalización actitudinal paradójica con, o la dicotomía salvadora del no sabe o no contesta.) Debí escribir una crónica a lo Rosa Montero para hablar de Dioni, que se. hace llamar don Dionisio en el estadio alfombrado que tiene por despacho en la Junta Autonómica: se ríe mucho y bien aprendido cuando le digo que yo siempre escribo primero el texto y después saco un guión. Con sus encargos también.

Al principio aún nos veíamos con Carmelo, que sigue dudando entre si irse con los legales o los carrillistas o los moscovitas o hacer la revolución pendiente por su cuenta. Enrique teje mantas de lana virgen en Tomillejo de la Sierra. Cuando subí a verle le encontré desinflado -"ahora es que se ríe mucho menos la gente, ¿no lo has notado?", se excusó-, añorando los panfletos, quizá porque entonces éramos jóvenes. "No, macho", me cortó; "es porque entonces soñábamos con que algún día estrenaríamos. Eso es ya imposible, pero aun así y todo te digo una cosa: virgencita, que me quede como estoy".

LA REPETICIÓN

Debí escribir Diez años sin él y no dejarme embaucar por Españoles todos, la verdadera historia de los 750 discursos, arengas, alocuciones y mensajes que he ido destripando entre demonios familiares, que si a nosotros nos honra a ellos les envilece. De cómo por la gracia de Dios el Generalísimo, salvador de la patria, anduvo emperrado en estar con nosotros mientras Él le diese vida, sirviéndonos hasta el último aliento, mi pulso no temblará trabajando por la patria mientras Dios quiera, emplearé lo que me quede de vida en vuestro servicio. Incluso encontré su minuto de filosofía cuando dijo: "El mundo es como es y no como quisiéramos que fuera", y además no le pesaba haber perdido su libertad para que la tuviéramos nosotros. Monaguillo con roquete de cordero aquí, mesías tronante allá, saliendo al paso de las maliciosas especulaciones de quienes dudan de la continuidad eterna de nuestro glorioso Movimiento, haciendo enemigos suyos a los. enemigos conjurados de la patria, reconociendo yo mi musiquilla al leer -mensaje de 1971- que los recalcitrantes de la vieja política liberal se extinguen progresivamente -sin pena ni gloria, y aquella frase emocionada para quienes estáis forjando el futuro.

Retrocedí un año y de repente (¡no es posible!, mensaje de 1970, no hay duda) estaba allí: era el arma invisible de la muy ladina. Recuerdo a Bea, de pie a mi lado -noviembre de 1971- ayudándome con frases hueras, rellenos lacios, ideas nulas, farfolla, palabrería mocha, cansinos renglones, papelitos, chuletas: "Mete todo este párrafo al final, fijate, broche de oro". "Es una pijada, Bea". "A Saiz le chiflará, créeme". "Bea, denuedo resulta cursi, mejor labor, y si le hago decir a Su Excelencia que se le ha ocurrido un pensamiento no se lo cree ni Carrero. Tampoco pondría lo defraguando el futuro; suena a herrería barata. Es más fino forjar". Estaba allí, coma a coma. Bea lo había fusilado tal cual del mensaje del año 1970: "A vosotros, los que trabajáis en los apartados rincones de la geografia española o del extranjero, a los que creéis que vuestro denuedo es ignorado, quiero llegue hoy, con mi pensamiento de aliento y de esperanza para el año próximo, mi reconocimiento emocionado por la manera abnegada y tenaz con que estáis fraguando el futuro". Al cabo de un año, yo lo había copiado sin saberlo y yo había obligado a Franco a repetirse al pie de la letra.

Ahora es cuando revivo una y otra vez hasta la nitidez obsesiva la llamada de Bea telefoneánodome a buen resguardo en Francia, feliz por aquel tiempo maravilloso de niebla y lluvia, paseando descalza por la playa de arenas blancas, jamás vi chalada igual, sentadajunto al faro, arropada en el cafetucho por el arorna dulzón de la sidra. A su lado Sophie, libre del asedio militar y de cualquier disimulo; una Sophie capaz de ser en ese momento, ella y únicamente ella, quien encontrara el resorte mágico que siempre acababa por abrir el paraguas plegable de Bea, la mujer más alérgica a las malditas vallas metálicas.

Y días después, aquella mañana del 2 de enero de 1972, el telefoneado sería Saiz. Me desazona pensar que el coronel se destapó los sesos convencido de que fui yo, como haría creer la arpía mentirosa de Bea. El coronel sabía que el almirante y toda la camarilla no se lo hubieran perdonado; por más que don Luis era un buenazo, sus cejas de ogro engañaban.

ATADO Y BIEN ATADO

Saiz me había contado con qué cariño le encargó un día recoger la montonera de papeles de su mesa de Presidencia: "Usted, que es hijo de cordelero, déjemelo todo atado y bien atado, Saiz", creía que le dijo. Y ahora -tuvo que pensar el estúpido coronel- traición semejante, palpable. ¡Qué deshonor! Y nada menos que al primer soldado de la nación, a la lucecita de Occidente, al caudillo por la gracia de Dios -Saiz me aseguró que se le ocurrió a él esa frase; yo nunca me lo creí-. Todo por culpa de un grandísimo, que era yo. Antes de que algún rata de hemeroteca descubriera tamaña vergüenza y la deshonra cayera sobre él, ensuciando su hoja de servicios inmaculada hasta dar con sus huesos en un castillo o quién sabe si delante de un pelotón, el coronel prefirió desenfundar su Astra calibre 9 milímetros y puso punto final.

El pistoletazo trajo la paz y el alivio para todos. Recuerdo la voz sosegada de la viuda recién estrenada: "Soy Elvireta. Gracias por su pésame y por todo cuanto ha hecho". Nunca escribiré Españoles todos. Mañana salgo para Concarneau, tras la pista de Sophie. Esta tarde quizá me acerque a llevar un ramo de violetas con tallo de alambre a la muy zorra de Bea, en la calle 7, cuartel 14, nicho 98. Por cierto: no se llamaba Beatriz, como ella decía, sino Melibea.

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