La máquina de matar
EL ATENTADO terrorista perpetrado ayer en Madrid, que ha costado la vida a nueve personas y ha sembrado de heridas los cuerpos de 56, algunos mutilados y en estado muy grave, es una aportación más de horror a cargo de la siniestra banda de asesinos y pistoleros políticos que se ampara en el lema de la libertad de Euskadi. El llamamiento hecho por el alcalde de Madrid a guardar unos momentos de silencio, a mediodía de hoy, en memoria de las víctimas de esta repugnante matanza debe ser solidaria y activamente seguido por todos los ciudadanos de buena voluntad, en demostración de la voluntad unánime que elige caminos de paz frente a la violencia. Pero la reflexión no debe de ser únicamente la que inspire el dolor por la sangre vertida. Y el silencio no debe ahogar la palabra de la razón.Casi era posible prever matemáticamente que en este principio de semana iba a producirse un atentado coincidiendo tanto con la deportación del máximo dirigente histórico de ETA, Domingo Iturbe, como con la constitución hoy del órgano máximo de la soberanía, el Parlamento español, tras las elecciones generales. La crisis política que atraviesa el Partido Nacionalista Vasco puede haber sido un ingrediente más para que los asesinos exhibieran, en su paranoia, la execrable solidez del imperio de la muerte.
La precisión y el efecto devastador de la explosión de la plaza de la República Dominicana confirman que la banda terrorista cuenta con un aparato dispuesto para activarse en pocas horas. Presumiblemente, ETA mantiene permanentemente preparada, al menos, una acción que le permite escoger el momento del golpe. De todas maneras, llama la atención la creciente brutalidad -si es que puede hablarse de grados de violencia y horror- de los atentados que viene llevando a cabo. ETA parece haber elegido ahora el coche bomba frente al tiro en la nuca, y la ciudad poblada de civiles frente al ataque en un camino deshabitado. Los terroristas propagan así su terror más allá de lo que en su nomenclatura son objetivos militares. Globalizan la muerte y ya no hay inocentes: sólo existe la guerra, en la que ellos, de modo indefectible, y para hacer gala de su cobarde condición, siempre atacan por la espalda.
La responsabilidad que asumen los militantes y votantes de Herri Batasuna en relación con las matanzas de ETA no puede ser tranquilamente olvidada. Una organización profesionalizada, sin bases civiles, sin relación directa con las organizaciones sociales y políticas, como es ETA Militar, no seguiría capitalizando el terror y la sangre que vierte sin un brazo político que la bendijera. La legalización de Herri Batasuna obliga hoy a plantear la estrategia antiterrorista del Estado democrático en el polo opuesto al que pretenden los terroristas y sus patrocinadores políticos. Ellos desean que el Estado termine obligado a aceptar el reto de la guerra, y extreman la violencia para demostrar su fortaleza ante lo que consideran el enemigo. El Estado debe evitar por todos los medios entrar en esa lógica. Eso no excluye la acción policial, pero se trata de centrarse, más que nunca, en los aspectos políticos del problema.
Y ya que citamos la acción policial, aun reconociendo todas las dificultades del caso, merece la pena poner de relieve la ineficacia lacerante del equipo de Barrionuevo a la hora de la persecución de los terroristas del comando España. Siempre se había dicho que uno de los obstáculos en la lucha contra ETA era el apoyo de una cierta parte de la población vasca, que dificultaba la labor de investigación. Pero ese apoyo social no existe en Madrid -antes bien, al contrario- y, sin embargo, los progresos policiales son invisibles. Este atentado responde, en cuanto a sus rasgos fundamentales, a características muy parecidas al que se produjo el 25 de abril, también en Madrid, y que costó la vida a cinco guardias civiles. Las acciones madrileñas de ETA se suceden con extraordinaria impunidad, lo que permite realizar una doble deducción: que el aparato policial no actúa con eficacia y que la eficacia del terrorismo nada tiene que ver ya con la base social, sino con la profesionalidad criminal de la banda.
La existencia del comando España, tenga o no entidad delimitada como grupo identificable de terroristas, es conocida desde hace años. Varias operaciones policiales de gran efectismo han intentado dar, inútilmente, con el hilo del comando; la última de ellas, durante la campaña electoral. El propio subsecretario del Interior insinuó, al parecer sin fundamento, que iba a desarticular esa tenebrosa red. El asombro que producen las declaraciones de la policía aludiendo a que el coche bomba, aparcado durante tres días en el mismo lugar, "estaba controlado", y la indignación que provoca el hecho de que una y otra vez los itinerarios más vulnerables carezcan de vigilancia o que los terroristas se desvanezcan tras su acción, son prueba de la impericia y el desconcierto que reina en la policía. Los hechos, testarudos, hablan por sí solos de la necesidad de un cambio de política y de mandos al frente de este departamento. Veremos de todas formas si hay quienes quieren ser ellos más testarudos que los propios hechos. Mientras tanto comienzan a apreciarse síntomas de debilidad institucional -ya detectados en ocasión del entierro de los militares Vesteiro e Ynestrillas- a la hora de no consentir manipulaciones golpistas de los atentados. Los únicos aliados objetivos del terrorismo etarra son en efecto quienes gritan airados "Gobierno asesino" o reclaman el Ejército al poder.
En cuanto a los aspectos políticos, ni la crueldad de los terroristas ni la infame envergadura de sus atentados deben remover un ápice el camino de un Estado democrático en la persecución, desarticulación y represión de los terroristas. La consolidación de las instituciones, principalmente las del autogobierno vasco; la ampliación y profundización de la vía de la reinserción y la apertura a todo tipo de diálogo destinado a la pacificación, son condiciones para una eliminación de este cáncer. No es poca la responsabilidad que en todo ello tienen las fuerzas políticas vascas, notoriamente el PNV, enfrascado en una querella interna que merma su capacidad de acción. Sus desacuerdos, con todo, se saldarán -y ojalá sea pronto- mediante la vía de la discusión política. Una vía sustantivamente distinta y ajena a las formas salvajes que eligen otros, violando el nombre y la identidad de Euskadi.
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