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La encrucijada de Cataluña

Aseguran que Marta Ferrusola, la esposa del presidente Pujol, el pasado día 22 de junio tuvo que deshacer personalmente uno de los muchos embrollos creados por la operación reformista. Cuando se encontraba en su colegio electoral, en Barcelona, con intención de votar, se le acercó una señora mayor para denunciarle, confidencialmente, que en la mesa de las papeletas no se encontraban las del PRD. Marta Ferrusola le impartió un escueto cursillo de roquismo: "No, no. Aquí no se presenta el PRD. Aquí somos Convergència i Unió". Era el mismo día de las elecciones y la señora Pujol había tenido la oportunidad de comprobar cómo, incluso en campo propio, las cosas habían quedado menos claras de lo previsto por los estrategas.Si la operación reformista se veía como compleja/contradictoria para, sus críticos, también pasó a serlo, pocas horas más tarde, para sus partidarios.

Las distancias que marcó Miquel Roca la noche de la jornada electoral, tras el fracaso, al referirse a Convèrgencia ante toda la opinión pública como "nosotros" y considerar al PRD como ellos", hicieron crujir todos los andarnios prefabricados y las sillas de tijera alquiladas para aquella verbena con la ayuda de Rafael Termes. Y aunque luego, al filo del alba, llegaran los abrazos y solidaridades enfáticas entre Roca y Garrigues, había quedado claro que los cero diputados significaban, de golpe, la primera reforma de toda la operación reformista.

Aquella misma noche, mientras Federico Carlos anunciaba en Madrid su próxima afiliación al PRD, el pujolismo abría sus propias reflexiones. Toda Convèrgencia dejó de lado los eslóganes e inició entonces, un poco tarde, las reflexiones que antes sólo habían hecho Pujol y Roca respecto a su papel en España y sobre la actitud del conjunto de España respecto, a la operación. Con trámite ele urgencia se puso en circulación, para las bases convergentes, una doble explicación superficial del fracaso en España, en ese caso sin ocultar ya que "ellos" -el PRD- habían sido hasta la hora del recuento de los votos "nosotros", Convergència.

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El primer argumento era tan precipitado como la propia operación reformista: el mensaje de la campaña había sido muy bueno para los catalanes, pero resultaba demasiado moderno y racional para el resto de los españoles. El segundo, más lineal, consideraba que el PRD había fracasado por rechazo español al liderazgo de un catalán. Este último razonamiento es el que después se ha ido imponiendo en Convèrgencia. Y gusta, porque encierra una idea fuerte: al negar a un catalán la posibilidad de ser presidente del Gobierno, resulta que los separatistas son ellos.

Convèrgencia no ha incorporado a sus debates una tercera hipótesis: el desastre de la operación Roca se debió a que era una monumental chapuza. No era nada original: irradió un mensaje verbal reformista que reincidía en la misma idea -de cambio y regeneración social- sostenida por absolutamente todos los partidos políticos en las elecciones de 1982 y de 1986. Luego tuvo la poca fortuna de que Lorente, su experto en marketing, al buscar un eslogan cayó -se supone que sin saberlo- en una frase y una idea que ya habían utilizado los socialistas sólo cuatro años atrás.

Triunfó en el terreno de las relaciones públicas, pues eso, que sólo cuesta profesionalidad y dinero, funcionó a las mil maravillas (recordemos cómo se logró que Jordi Pujol fuera designado digitalmente Español del año, para ir allanando recelos, por la derecha menos autonomista). Pero en lo demás fue tan superficial e improvisada que únicamente sedujo, a la hora de nutrir sus cuadros, a antiguos ucedistas descolgados y dirigentes locales de corta experiencia política para sumar al puñado de amigos o conocidos personales de Antonio Garrigues y Miquel Roca. Y, encima, al intentar adquirir rápidamente por vía publicitaria el aura de respetabilidad/valor conocido que otros consiguen con tiempo y paciencia (y que el PRD ni siquiera había sembrado), y al reivindicar Roca agresivamente su condición de gran presidenciable, levantó en los ciudadanos todos los recelos que suele avivar la prepotencia.

Al hacer, su examen de conciencia, Convèrgencia puede esconder todos estos elementos debajo de la alfombra y seguir sosteniendo que el fracaso procede de que Roca sea catalán. En el fondo, hay una razón especial para seguir haciéndolo delante de la opinión pública catalana: la mala conciencia. Mala conciencia por no haber jugado en la operación reformista con el nacionalismo por delante. Miquel Roca no se atrevió a proponer a los electores españoles, de cara y a la brava, construir de una vez por todas la España plurinacional posible o un modelo inequívocamente federal, que en todo caso es lo que deseaban y desean los convergentes. Y en este sentido el programa del PRD era sensiblemente diferente, al enunciar sus prioridades, al que fue votado por más de un millón de electores de Convèrgencia. Por otro lado, la idea de que Roca encarnaba a una alternativa periférica a los dos grandes partidos estatales existentes fallaba estruendosamente por la falta de un acuerdo previo, que además fuera público y notorio como proyecto político, con el PNV. Esos dos elementos son los que hacen más difíciles las explicaciones, pues Convèrgencia ha fracasado sin haber presentado siquiera su propio modelo.

Al no atreverse a proponer abiertamente una suma de nacionalismos periféricos más el españolismo que no fuera centralista, Roca fue el primero en falsear sus propias posibilidades. Encima, al estar necesitado de brazos recurrió a los sucedáneos. No incorporó a los nacionalistas vascos, pero sumó fuerzas localistas, como por ejemplo la minúscula Unió Mallorquina. Ahora, después del fracaso del PRD, los mallorquines -que han perdido la mitad de su electorado por presentarse con las siglas reformistas- no ocultan su desinterés de fondo por la gobernación del Estado: "En realidad nosotros estamos para defender nuestras cosas", dicen. Así era, con la grandeza de su sencillez pero sin ninguna otra mira, una buena parte de la escasa gente movilizada en el resto de España por Roca. Y, evidentemente, "la unión de muchos particularismos así -ni siquiera si hubiera sido la de todos los particularismos de España- no constituía ninguna unidad ni tampoco ofrecía el menor interés para los electores de unas legislativas.

Pero hay algo más. Al hacer ahora su reflexión, los catalanes que se pregunten por sus relaciones con el resto de España tampoco deben ignorar la falta de credibilidad que, desgraciadamente, merece Convèrgencia cuando no se lanza a participar, sino que quiere dirigir, una operación España. Cataluña ha tenido un papel muy importante, como avanzadilla primero y como peso asentador después, en la transición política y la normalización democrática, y eso le supone un activo. Pero cuando ahora Jordi Pujol y Miquel Roca valoran la derrota del PRD como "un rechazo al catalanismo" vuelven a incurrir en la simplificación que ha conducido a que Cataluña lleve 11 años en una continua guerra psicológica civil. Porque, digan lo que digan Pujol y Roca, ellos no son el "catalanismo y punto final". Hay otros catalanismos auténticos y legítimos fuera de Convèrgencia. A su derecha y a su izquierda. Más radicales y menos. Y fue la suma de todos ellos lo que se prestigió durante la transición,, y no sólo la opción concreta de los pujolistas.

En realidad, el problema de Roca no era ser catalán o catalanista. En todo caso, lo que parece que no resultó creíble en el resto de España, al menos para liderar un proyecto español, es el tipo de catalanismo con el que hasta ahora se han identificado los hombres públicos de Convèrgencia. No hay que olvidar... O mejor, hay que olvidar todos los sambenitos que se han colgado en nombre de este tipo de catalanismo a todos los proyectos que, siendo catalanes, y en algunos casos catalanistas, han asumido también la prioridad o el realismo de defender cierto sentido del Estado.

Es muy posible que en esta ocasión, ante las urnas, hayan eludido cuidadosamente al PRD todos los votantes españoles que, consciente o subliminalmente, se habían considerado castigados cada vez que cierto catalanismo equiparaba con sorna el calificativo español con anticatalán, o quienes habían observado hasta qué punto, en la práctica, se había utilizado un guiño cómplice antiespañolista como arma arrojadiza con fines partidistas.

Del desenlace de la actual encrucijada catalana se podrá deducir, con todo, si el intento de Convèrgencia de participar en el Gobierno central respondía a una aspiración sincera de contribuir a una situación mejor y más justa para todo el Estado, con Cataluña incluida, o si únicamente pretendía sumarse a la cruzada antisocialista para, en caso de victoria, mejorar la tajada propia. Si era lo primero, constituía una rectificación que no debería desandarse por el fracaso a que esta vez le ha llevado la precipitación y su falta de credibilidad para dirigirla. Por lo que respecta a esta credibilidad, la empezará a ganar si tiene la humildad de seguir apostando por conseguirla, tanto en Madrid como dentro de las cuatro paredes de Cataluña. Porque, si en la práctica -palabras aparte- la respuesta ole Convèrgencia al fracaso del PRD es, por el contrario, encerrarse dentro de Cataluña y renunciar a participar en los proyectos del Estado, además ole hacerle un flaco favor a la paz civil demostraría que la operación reformista no era en absoluto lo que decía ser, una verdadera operación española, sino una mera estrategia partidista de unos catalanes determinados.

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