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Infierno

Manuel Vicent

Desde que el hombre, en los albores de la conciencia, se vio atrapado por el sentido del deber, no ha hecho sino buscar la forma de sacudirse ese grajo que le picotea la nuca. Para ello ha creado múltiples escuelas de liberación. Se ha servido de la religión, de la filosofía, de distintos métodos de danza o de gimnasia y también de diversas sustancias extraídas de frutas, semillas y raíces. El sentido del deber engendra culpa, y ésta sólo tiene dos salidas: el castigo o la gracia. Y dos consecuencias inevitables: el infierno o el edén.En la historia de la humanidad infinitos maestros orientales han impartido doctrinas de relajación; millones de sacerdotes han prometido toda clase de cielos; ristras interminables de filósofos han tratado de encontrar alguna verdad sedante, mientras una muchedumbre de ilusos se ha pasado la vida bebiendo alcohol, chupando extrañas pipas, mascando hojas visionarias o comprando determinadas pastillas en la farmacia. El hombre ha soñado siempre con ser irresponsable sin conseguirlo nunca. Pasados los efectos de la plática, del masaje, de la esperanza o del veneno, que sólo dura cuatro horas, la conciencia del deber y de la culpa vuelve a revolotear como un grajo alrededor del cerebro y se posa otra vez en la nuca.

Hasta ahora la gente ha busca do una solución fácil al fabricarse un paraíso. Nadie ha tenido el coraje de ver en el infierno la gran escuela de liberación. Encontrar la libertad apurando la culpa hasta las últimas heces, desear el fuego eterno como una fuente de placer: he aquí la forma de salvación más moderna. Después de todo, el infierno es un lugar muy agradable si uno sabe hacerse la víctima. Pero se necesita un gran refinamiento para saborear el morbo de la expiación. Sólo entonces la duda y el ansia se diluyen en el sopor de los cartílagos y la culpa desaparece. ¿Acaso no buscábamos la iluminación interior? Pues ahí está Belcebú en llamas. A veces imagino enormes bandadas de grajos chamuscados saliendo por las ventanas del infierno. Acaban de abandonar la nuca de los condenados y éstos permanecen ya sin culpa envueltos en el gran resplandor de la hoguera, felices e inmortales.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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