La disolución de la asamblea norirlandesa muestra que Londres ha perdido la esperanza
Cuando, el pasado jueves, el secretario de Estado para Irlanda del Norte, Tom King, anunció en la Cámara de los Comunes la disolución en otoño de la asamblea de la provincia, tras cuatro años de inútil existencia, el Gobierno británico estaba admitiendo públicamente que la situación en la provincia se encuentra en un absoluto punto muerto. Y lo que resulta más descorazonador es que, por el momento, el Gobierno piensa, sin decirlo, que es mejor que las cosas sigan como están hasta el otoño. Que sería peligroso meneallo.
La asamblea, fue creada en el otoño de 1982 por el anterior responsable de los asuntos de la provincia en el Gabinete Thatcher, el wet o moderado James Prior, en un intento de crear un foro que posibilitara el diálogo entre las distintas facciones, de Irlanda del Norte, los seis condados irlandeses que quedaron en manos británicas tras la partición arbitraria de la isla por Londres en 1921.En realidad, la asamblea nació muerta por la decisión del Partido Socialdemócrata y Laborista (Social Democratic and Labour Party), que mayoritariamente representa a los católicos de la provincia, de presentarse a las elecciones para medir su grado, de apoyo en el electorado, pero no posesionarse luego de los 13 escaños conseguidos.
Tras la firma del acuerdo anglo-irlandés del pasado noviembre entre los primeros ministros de Londres, Margaret Thatcher, y de Dublín, doctor Garret Fitz-Gerald, los dos partidos protestantes, los unionistas oficiales de James Molyneaux y los democráticos del reverendo Ian Paisley, dejaron de ocuparse de los pequeños asuntos locales para los que la asamblea fue creada y convirtieron al organismo en una caja de resonancia para atacar al Gobierno central. Su actitud provocó el abandono de la asamblea de los pocos diputados de la Alianza, una formación no sectaria compuesta por católicos y protestantes sin ninguna relación con la coalición del mismo nombre existente en Gran Bretaña.
El acuerdo de Hillsborough, localidad donde fue suscrito por los dos jefes del Ejecutivo, asigna por primera vez a Dublín un papel administrativo en los asuntos de la provincia y en la protección de la minoría católica a cambio del reconocimiento por el Gobierno irlandés de que la unión del Norte con la república sólo se llevará a cabo cuando una mayoría esté de acuerdo.
Esta pequeña concesión hecha al Gobierno de Dublín ha provocado la situación más seria desde hace décadas en Irlanda del Norte, con una mayoría que se niega sistemáticamente a dialogar con las autoridades británicas, "el régimen de Westminster" (sede del Parlamento británico), como despectivamente califica al Gobierno el vitriólico reverendo Paisley. El líder protestante utiliza un lenguaje difícil de creer en un contexto europeo de finales del siglo XX en todos sus mítines, que prodiga todos los fines de semana en las localidades más pequeñas de lo que los británicos denominan el Ulster -cuando Irlanda era una entidad administrativa y política bajo el imperio, el Ulster tenía nueve condados que, para la nomenclatura oficial británica, tras la independencia del Estado libre de Irlanda en 1922, quedaron reducidos a los seis que forman la provincia norteña.
"Conjura católica"
Paisley se empeña una y otra vez en demostrar a sus oyentes que el acuerdo anglo-irlandés constituye "una conjura católica inspirada por el Vaticano contra la corona británica para conseguir la ruptura de la unión entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte y la anexión del Ulster por parte de Dublín". Lo grave es que una parte de sus oyentes están dispuestos a creerle.El Gobierno ha dejado morir a una asamblea que estaba muerta y parece decidido a mantener un discreto silencio durante este verano, en el entendimiento de que sería peligroso poner sobre el tapete nuevas propuestas mientras se celebran las marchas de las logias de Orange, que conmemoran la derrota de los católicos de Jaime II a manos de los protestantes de Guillermo de Orange en la batalla del Boyne.
La actitud de los unionistas protestantes encuentra cada vez más resistencia en la isla mayor. La pasada semana, el diputado conservador Tony Baldry reflejaba un poco el sentimiento de sus conciudadanos británicos y del resto de los diputados -laboristas, liberales y socialdemócratas apoyan al Gobierno en el mantenimiento del acuerdo anglo-irlandés- cuando manifestaba que "se nos están acabando las iniciativas y también la paciencia con Irlanda del Norte, cuyos habitantes parecen decididos a sabotear todo cuanto intentamos".
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