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Sulayman, Soliman, entre el negro y el rojo

Las normas sobre extranjeros agravan las condiciones de marginación de los trabajadores africanos en España

Sus cuerpos rozan, agachados sobre la tierra, las plantaciones de claveles, en la comarca del Maresme. Otras veces se mueven de noche entre las basuras del Baix Llobregat. Más allá de la economía sumergida, el trabajo de los africanos en España se desarrolla allí donde nadie puede entender, ni siquiera los desempleados, que una hora laboriosa bajo el sol valga incluso menos de 160 modestas pesetas.

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Los gambianos, los marroquíes y otros muchos inmigrantes del Tercer Mundo que han acudido a España en los últimos 10 años no se consideran responsables del paro en nuestro país. Desean la igualdad laboral, pero también se muestran decepcionados por lo que entienden como un brote de xenofobia a la española: la ley de Extranjería, contra la que el Defensor del Pueblo presentó recurso de inconstitucionalidad.Sulayman Sanyang, de 37 años, nacido en Gambia, está considerado como uno de los principales impulsores de la lucha protagonizada en los últimos años por los más de 5.000 trabajadores agrícolas africanos del Maresme (Barcelona) en favor de su legalización y de la mejora, de las condiciones seudoesclavistas en las que se desarrolla su vida. Este hombre, a cuyos labios asoma, blanca, una sonrisa, desde el rostro oscuro y aniñado, y al que algunos llaman "el negro rojo", es, junto a Soliman Elmorabet, -Ismael, de nombre de guerra-, marroquí de 36 años, uno de los fundadores del Centro de Información para Trabajadores Extranjeros (CITE).

La organización, pionera en su género, está ubicada en la sede de la Comisión Obrera Nacional de Cataluña. Pretende luchar por la legalización de millares de extranjeros que realizan desde hace años trabajos en condiciones muy penosas. La promulgación de la ley de Extranjería ha causado en estos colectivos una profunda inquietud, por carecer la mayoría de ellos de permiso de residenc¡a y ser sus contratos laborales clandestinos en la mayoría de los casos.

El círculo vicioso en el que se mueve el llamado trabajo negro obliga a los africanos a aceptar largas jornadas, bajos sueldos, residencia en guetos y mala alimentación. Cuando reclaman ante los tribunales, éstos reconocen la ilegalidad de su situación, pero consideran nulos los contratos por estar viciados de la falta de requisito del permiso de trabajo. El fantasma de la expulsión se incluye en el conflicto. Contra estas dificultades Sulayman ha luchado en los últimos años, hasta conseguir la legalización de una parte importante de los trabajadores africanos del Maresme. Una solución similar se acaba de adoptar en el Baix Llobregat para los numerosos marroquíes de la zona.

"Mi nombre es como un fantasma para los patronos del campo", dice. "Pero ahora la cosa empieza a cambiar porque a veces son ellos mismos los que vienen a buscarme, mientras que antes tenía que ir yo hasta el trozo de campo para arreglar el problema que surgía con algún compañero". Su país, Gambia, no es sólo un recuerdo, aunque reside en Mataró desde 1971, está casado con una española, con la que tiene tres hijos, y ha trabajado varios años en una empresa metalúrgica.

Sorprende Sulayman cuando rehúsa cualquier alimento ("No puedo tomar café, ni siquier comer. El Ramadán me lo prohíbe durante el día por esta época. Y conste que no soy un fanático, pero es sano para el cuerpo y toda la vida lo hemos hecho así").

Como él, el 80% de los gambianos afincados en el Maresme son musulmanes. En esta comarca residen actualmente unos 3.500 jornaleros agrícolas procedentes de Gambia y de otros países vecinos. En 1982, según un censo elaborado por el Gobierno Civil de Barcelona, los trabajadores africanos de esta comarca eran unos 2.500. Sin embargo, Sulayman piensa que una parte quedó sin inscribirse en aquel censo por temor a la expulsión y que en aquellos momentos las personas afectadas por las condiciones de seudoesclavitud, entonces todavía más duras, no eran menos de 5.000.

"Todo nuestro movimiento puede entenderse a partir del simple examen de las condiciones de vida y trabajo que mis compañeros padecen. Aunque ahora se han mitigado, no podemos olvidar que mucha gente aún está durmiendo en chabolas. Sólo como ejemplo, puedo recordar que cuatro jóvenes negros murieron asfixiados por un brasero de carbón en una barraca de Sant Pol de Mar. Hemos tenido bastantes fallecimientos por causas distintas, pero todas sucedieron a personas agotadas, tristes y mal alimentadas".

Por debajo del convenio

La mayoría de los agricultores de Gambia que trabajan en el Maresme percibe en la actualidad sueldos de unas 160 pesetas a la hora, aunque el convenio marca 237 pesetas. Conviven de manera gregaria. Se alimentan, de acuerdo con sus tradiciones, con productos de escaso coste -arroz africano, cacahuetes y salsas- Son pacíficos y ahorradores por lo que, cuando pueden, envían a sus familias dinero.En 1978, Sulayman era ya conocido por los empresarios agrícolas de la zona del Maresme como un dirigente sindical de CC OO del campo. "Amo la tierra, por eso estaba allí, cuando negociábamos los primeros convenios del campo y nos dimos cuenta de que era necesaria una organización para dar cuerpo a este movimiento de defensa de los derechos de los negros". Para este corredor de fondo, la solidaridad es algo natural. ("Pienso que si yo estoy legal y mis compañeros son ilegales, yo también soy ilegal y trabajo para arreglarlo y poder descansar algún día".)

Su plácido discurso adquiere más fuerza cuando afirma: "Nosotros queremos estar a la misma altura que el resto de los trabajadores porque los extranjeros no somos culpables del paro en España y este tipo de argumentos conduce a brotes de xenofobia".

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