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François Baschet

Creador de molinos que silban y cristales que apaciguan los nervios

François Baschet es un escultor francés que al terminar una vuelta al mundo de siete años de duración, tras la II Guerra Mundial, con una guitarra -el mejor pasaje- cuya caja de resonancia era un globo de plástico hinchable, comprendió que lo suyo era la invención de instrumentos. Junto con su hermano Bernard, no ha parado de crear desde entonces molinos que silban, tambores con tornillos y carámbanos de cristal que, acariciados, apaciguan los nervios con melodías sin letra. Expone cuatro instrumentos, con los que juegan los niños, en la muestra Procesos, en el Centro Cultural Reina Sofía.

A sus 66 años, Baschet busca la manera de ejecutar en España su más importante invención, la que impedirá que su ciencia se pierda: una fundación a la que se pueda acudir para realizar sin coste el sueño del instrumento a la medida.No sabe leer música, aunque tiene oído. Al taller de los Baschet, en París, acuden actores en busca de escenarios sonoros, bailarines que quieren subir por escaleras musicales, intérpretes que buscan y compositores con fiebre. Baschet colabora con ellos, realiza sus ideas y se niega a juzgarles o a dar consejo. Es su manera de mantener la independencia. "Yo hago el ladrillo, el músico es el que hace la casa", dice en su idioma de metáforas.

También acuden, y no son los menos, maestros tras la utopía de encontrar la forma de enseñar música sin ser un latazo. Porque los Baschet han desarrollado un sistema para descubrir la música a los niños y sobre todo para hacerles comprender que pueden crear, componer, que no es brujería. Unos cuantos fieles se han encargado de llevar la idea a varios países, incluida España, y poco a poco, venciendo prejuicios de siglos, la idea se abre camino. Basta ver a un niño jugar con los instrumentos, en Procesos, para comprender que por lo menos es divertida.

No es preciso ser músico m ingeniero para quedar meditabundo con las posibilidades de los aparatos. Muy sencillo: los tambores son una suerte de barras de aluminio terminadas en conos. Según se ejecute la percusión, con palos de goma, los conos emiten sonidos capaces de encaprichar a más de un baterista. O los cristales: unas barritas transparentes que, acariciadas por el índice y el pulgar de una mano mojada, causan una vibración que repercute en una plancha metálica y crea una melodía suave y pacífica.

Basta ver a François Baschet para comprender que ésa es la única regla: "Sólo sonidos que calman los nervios". Baschet tiene ojos azules, una sonrisa abierta y largas patillas blancas de cuentista holandés. Sólo le falta una pipa de cerámica. No se ha casado. "¿Qué mujer aguantaría el tipo de vida que llevo?". Porque no para: cinco meses en París y el resto explicando sus exposiciones o ejecutando encargos campanarios de iglesia sin campanas o un salón de juegos en Osaka (Japón), donde miles de niños se lo pasaron de cine interpretando en una gigantesca orquesta a su medida. Las esculturas cantantes de los Baschet han sido expuestas en el Barbican Centre de Londres o el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Baschet quiere crear su fundación en España porque opina que aquí se da el espíritu que hubo en Europa tras la guerra: un aire de novedad que permite proyectos. "Ahora, en Francia, todo el mundo lo sabe todo, nadie se sorprende de nada". En España, dice existe la movida, algo renovador. Y cuando se le dice que hay quien lo niega, abre los brazos y pide: "Déjeme mis ilusiones. Vivo de ellas".

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