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Pero ¿existe Europa?

ANDRÉS SOREL

Noctámbulos -lectura y música hacen de la soledad de la madrugada la mejor compañía-, la radio nos informa del bombardeo norteamericano sobre la ciudad de Trípoli. Aquella noche no hubo misiles de represalia bombardeando nuestros sueños.Otro día, por los periódicos, supimos de la catástrofe nuclear de Chemobil. Bailó la nube radiactiva no muy lejos de nuestros ríos y valles, esta vez, sí tocando países europeos.

Lejos de Proust, Thomas Mann, El ángel azul, Las reglas del juego, los bailes pintados por Toulouse-Lautrec, asistimos cada mañana a la ininterrumpida estupidez de Dinastía; prolongamos nuestra sobremesa con su equivalente vespertino, Falcon Crest; vemos cómo, de Londres a Madrid, se extiende, haciendo estragos en los más jóvenes, la cultura de la harriburguesa y la coca-cola. En la noche, de la populosa ciudad a la más perdida aldea, se congregar las gentes ante el rito de las canciones y la música yanqui.

Lo había expresado Cyril Connors: "La hora de cierre ha sonado ya en los jardines de Occidente". Y el cierre es una extinción lenta, pero indetenible, que comienza con el propio convencimiento de sus habitantes.

Y, sin embargo, un pequeño grito de rebelión, tan utópico como quizá necesario, alumbra nuestra agonía, mientras continuamos recluidos en las cárceles-viviendas de las masificadas ciudades, el de Vassili Vassilikos: "Me siento europeo porque estoy en contra de los imperios". ¿Podremos caminar por aquí, realizarnos a través de esta protesta-convicción?

Los políticos son culpables por su oportunismo conformista de la situación. Prefieren estar en las dependencias del imperio, aunque les destinen al cuarto de los criados. Los intelectuales que a la situación se adaptan, lo son mucho más, pues si el político está habituado a trabajar suciamente en las cañerías de la sociedad, en sus desagües, el intelectual debía habitar las plantas nobles, las menos contaminadas.

Y reclamar cultura de la diversidad e independencia. Recuperación de nuestra intimidad, de nuestra historia, de nuestra libertad, para elaborar un proyecto propio, de futuro, por difícil que parezca. Orgullo por sentirnos, por ser diferentes.

La lucha por la paz, no entendida de forma pasiva, sino como agresión ideológica contra la agresión ideológica de la guerra, pasa por la defensa ecológica de nuestro medio natural, el respeto a los otros pueblos del mundo, la no aceptación de la agresión salvaje que desde hace tiempo, de América a Asia, y ahora Europa, viene ejerciendo el imperio. América, para los americanos: pobres de los países supeditados al mal vecino del Norte. Pero gritemos nosotros también: Europa, para los europeos.

Implantación del ser sobre el tener. En el ser, las ciudades jardín, las familias extendidas, abiertas, no coercitadas por morales represoras, el autogobierno de los ciudadanos. Y frente a los cánceres culturales -xenofobia nacionalista o dependencia del imperio-, el reclamo de una cultura diversa, ofrecida a la interrelación con otras culturas. En Europa, también Unamuno: "Yo peleo porque cada cual, hombre o pueblo, sea él, y no otro".

Frente al superestado, el individuo. Frente a la producción de los seres humanos en serie, paia su mayor control por el imperio, la diversidad, la ruptura con la burocracia superdominante, con la masificación universal informativa, que a través de la publicidad subliminal o descarada pretende destruir nuestro núcleo vital: el de la rebelión. Hoy, al viejo Dios, a la antigua Iglesia, suceden los nuevos fetiches: la ciencia y la técnica por la ciencia y la técnica, los almacenes-iglesias. Ése es el nuevo fascismo.

"Sólo un desequilibrado piensa en el futuro", dice Cioran. Bienaventurados los desequilibrados, pues sin ellos el futuro no existe. La segunda revolución industrial -microelectrónica, termonuclear, microbiológica- puede ser la muerte del ser humano.

Mediatizada política y económicamente, colonizada culturalmente, ¿qué queda de Europa? ¿Adónde caminamos, ahítos de velocidad, aunque. ciegos de razón? Para comenzar a hablar de Europa, de nuestro plante ante el futuro que se nos propone, tomemos las palabras de un americano de la otra América, Octavio Paz: "¿Por qué no poner en entredicho los proyectos ruinosos que nos han llevado a la desolación que es el mundo moderno y diseñar otro proyecto más humilde, pero más humano y más justo?... Hay dos obstáculos que se oponen a la elaboración de una nueva idea de la sociedad. El primero es la identificación del progreso social con el desarrollo industrial, error que comparten los capitalistas, los marxistas y las tecnocracias que nos gobiernan... La extinción de cada sociedad marginal y de cada diferencia étnica y cultural significa la extinción de una posibilidad de supervivencia de la especie entera".

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