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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿De quién es el taxi?

LOS TAXIS, en nuestras ciudades, suelen ser propiedad de una sola persona. El empresario y trabajador de sí mismo suele tener un sentido mucho más aguzado de la propiedad que el grande. Ha llegado a ello con un trabajo esforzado, metido muchas vetes en letras y empeños de todas clases; ha ascendido de clase, trata generalmente de rubricar ese ascenso con los datos necesarios, y el retrato de sus hijos que aparece muchas veces enmarcado -en el salpicadero le recuerda a quién se debe y cómo quiere darles carrera para que no pasen su calvario. Dentro de este retrato hay a veces un rasgo psicológico que le hace olvidar que su propiedad tiene límites.El taxista obliga a su cliente a ciertas condiciones. Puede rechazarle si su aspecto no le gusta o si la dirección que le da no le conviene. Puede llevar un perro de guarda que a veces asusta al cliente; puede, en cambio, rechazar al perro ajeno. Puede no aceptar bultos que no le gusten, prohibir el cigarrillo, exigir moneda suelta. Es un propietario y se comporta como tal. Sin embargo, a partir del momento en que el ciudadano acepta las condiciones de este pacto el propietario es quien usa el taxi. Puede teóricamente exigir que el taxista no fume; pedirle que apague la radio desde la que.un desaforado grita la transinisión de un partido de fútbol; exigir un itinerario; pedir que la conducción sea más lenta. Puede pedir que no le indoctrine con sus ideas políticas. Puede pedir todo eso con la seguridad de que en pocas ocasiones se verá atendido. El taxista es generalmente amable, pero muchas veces está obnubilado porel sentido de un derecho absoluto que no posee.

Todo esto parece que requiere una nueva redacción de ordenanzas en la que entren algunos rudimentos de derecho, nociones de servicio público. Unas ordenanzas no ya dictadas por los ayuntamientos, sino negociadas entre taxistas, autoridades y usuarios, y cuyo cumplimiento podamos vigilar todos. El cliente no es un inerme saco bamboleante en el fondo del automóvil disparado por la ciudad, sino el t!tular de unos derechos que hay que respetar. Unas nuevas ordenanzas en las que se tuviera en cuenta el respeto de esos derechos harían, indudablemente, que nuestras ciudades fueran más habitables.

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