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Pier Luigi Marchesi

General de la orden de San Juan de Dios, se siente enfermero antes que fraile

Este milanés de 57 años ha empleado 40 de ellos en una actividad unidimensional, aparentemente monótona. El grueso de su vida ha discurrido por 200 hospitales. Testigo de todas las perversiones biológicas de la naturaleza, Pier Luigi Marchesi se considera enfermero antes que cura. Responsable de una orden sin peso intelectual en la Iglesia, confiesa sentir cierta inferioridad al conversar con los encumbrados teólogos vaticanos. Hasta que les pregunta: "Pero ¿habéis puesto alguna vez la mano en un cuerpo herido?".

Tenía 11 años cuando entró en el seminario de San Juan de Dios de su ciudad, Milán, para hacerse enfermero. Era el comienzo de los años cuarenta, en plenos prolegómenos de la II Guerra Mundial. Un marco idóneo para que un niño procedente de una familia de la clase obrera se dejara conmover por el dolor ajeno."Se dice que la vocación es cosa de Dios, pero yo no he sentido que fuera Dios quien me llamara, sino los heridos de guerra". Marchesi, que estudiaba para enfermero, no tuvo más remedio que acelerar su formación al ritmo de la guerra. El colegio donde estudiaba fue bombardeado durante dos días con un saldo de 160 muertos. No tuvo problemas de prácticas: a los 14 años ayudaba en el quirófano y los cadáveres se le morían en los brazos.

"No somos sacerdotes, sino enfermeros", recalca el general de los Hermanos de San Juan de Dios. Pier Luigi Marchesi, tras finalizar sus estudios de enfermería, se especializó en psiquiatría, un campo en el que es experto.

"Participé de las principales ideas de la antipsiquiatría, especialmente las de Basagria. Lo que sucede es que la ley Basagria, que en teoría era perfecta, se aplicó mal en Italia, al no existir infraestructura suficiente".

Cree que la psiquiatría sufre un enorme retraso en todo el mundo y que los manicomios deben reservarse para los enfermos crónicos. "Rechazo que la enfermedad sea institucionalizada, porque eso acentúa su gravedad, dificulta su curación. Es algo que está ocurriendo con los drogadictos, segregarlos les da carta de naturaleza, les convierte en enfermos de por vida". En su opinión, el psiquiátrico de Ciempozuelos, de Madrid, que visita estos días, ha dado un vuelco "milagroso".

Su principal empeño es la humanización de la medicina. "El progreso técnico es algo excelente, pero si falla la atención humana puede ocurrir que un enfermo ingresado en urgencias llegue a morir de miedo antes que de su propio mal". Reconoce que una orden hospitalaria como la suya puede resultar un tanto anacrónica en la Europa tecnificada. "Pero es precisamente la deshumanización de las sociedades posindustriales laque nos hace necesarios".

Es inútil preguntarle por aficiones, por distracciones secundarias. En su ordenador personal tiene una lista de piezas de música que desea escuchar y de libros que quisiera leer, pero la realidad es que su vida actual se reparte entre los hospitales y los aeropuertos.

"Cuando deje el cargo de general deseo volver al trabajo cotidiano con los enfermos psiquiátricos. Nada puede compensarme más en este mundo que ver sonreír a un oligofrénico. Comprendo que esta frase resulte un poco masoquista, pero es que hay que ser un poco masoquista para dedicarse a esto. Estos enfermos son los que menos gratifican".

Es la suya una vocación célibe que no tiene las compensaciones de poder de un Ratzinger ni la languidez espiritual de un trapense. "No hay problemas para entender la teología de la liberación porque nosotros hacemos teología de la curación".

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