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BALONCESTO

Un 'junior' resuelve el primer asalto del término de la Liga

Luis Gómez

Un elemento extraño aparece de pronto en la cancha y siembra la confusión. Molesta, perturba, mueve al desconcierto. Rivales y compañeros le miran. Solozábal, que lo tiene cerca, no sabe a qué atenerse. Iturriaga le pide la pelota. Aito grita y Sainz se pone las manos en la cabeza. El elemento extraño bota y bota la pelota y deja que el partido tenga en él su última causa. Sigue ahí, bota que bota, con ambos equipos absortos. Y, mira por dónde, actúa, rebasa fácilmente a Solozábal, penetra hasta la zona y pasa a un Martín desmarcado que logra los dos últimos puntos de su equipo. Carbonell, el júnior, los tuvo bien puestos. El Madrid y el Barça temblaron ante él.

Pero no es ilógico que una circunstancia aleatoria resuelva un partido de este tipo y quién sabe si un título. Ayer se advertía en los últimos minutos una impotencia general, para, resolver, lo que produjo tina engañosa sensación de igualdad: lo cierto es que dos minutos era mucho para un equipo (Real Madrid), pero poco para otro (Barcelona). En ese equilibrio tan inestable cualquier alteración tema que ser fatal. Y Carbonell lo fue por efecto de una sorprenelente voluntad propia.

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Al final, Madrid-Barça

El Barcelona desaprovechó demasiadas ventajas: habría sido necesario que le regalaran cinco minutos más de tiempo para que ganara el partido, razón absurda. Pero es que a los azulgrana les bastaba con mirar el banquillo madridista para tener la constancia de que era su ocasión: sólo Robinson y Rullán, ningún base u hombre bajo. Contra pronóstico, el partido se decantó hacia la necesidad del hombre pequeño. El Madrid lo necesitaba hasta que encontró a Carbonell.

Y, curiosamente, ambos equipos, sabedores de que su juego de conjunto no está en el mejor momento, decidieron resolver el partido en el mismo frente, preferentemente entre los hombres altos. Coincidieron en hacer del rebote y la defensa la principal zona de conflicto. Ante esa tesitura, el ataque se fue resolviendo con acciones individuales, usando cada jugador de sus fundamentos, disponiéndose los sistemas para permitir el uno contra uno que más conviniera. Así fue cómo un regate de Sibilio, un cruce de Iturriaga, una penetración hasta el aro de Biriukov o un tiro de Solozábal fueron resolviendo la obligación de anotar canastas. Había que esperar a ver cómo transcurría la lucha defensiva o la del rebote, que son guerras largas que necesitan su tiempo para imponer un desequilibrio. Lo consiguió el Real Madrid gracias a su mejor movilidad, su mayor garra. Arriba, Romay volvió a demostrar que Trumbo es un pívot que se le da especialmente bien. En el descanso el desnivel era un hecho: 46-36.

Pero, ante una acción de desgaste, el Real Madrid no estaba bien pertrechado en el banquillo. Fracasó cuando se lo jugó a la carta de ponerse en amplia ventaja (55-42) por varios ataques perdidos y, entonces, a falta de casi 16 minutos, ambos técnicos se dieron cuenta de que el encuentro tomaba una sóla dirección: ¿cuánto tiempo aguantaría el Real Madrid con un equipo solvente en la cancha? Para el Barcelona, la cuestión era más sencilla, bien fácil: esperar y presionar. Estaba cantado, hasta que entró el elemento extraño.

El Real Madrid aguantó su tragedia con valor, amparado en el dúo Martín-Romay, que se convirtió en absoluto dominador del rebote. En ellos descansó el equipo, que pudo incluso ampliar en momentos muy difíciles su ventaja. El Barcelona siempre fue una amenaza latente, pero no la ejerció debidamente.

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