Las dos caras de Waldheim
DE LOS años jóvenes de Kurt Waldheim se sabía que fue oficial de la Wehrmacht en el frente ruso; brotan ahora, a un mes de las elecciones en que podría ser elegido presidente de Austria, documentos y actas que le caracterizan como parcialmente responsable de crímenes de guerra realizados en Yugoslavia y Grecia contra guerrilleros, y tal vez de deportaciones en masa de judíos de esos dos países donde prestó su servicio. En los últimos días, el ex canciller Kreisky, que en un principio salió en su defensa ante los ataques del Congreso Mundial Judío, ha tomado distancias con él y le ha acusado de falta de honestidad política y ocultación de la verdad.La posibilidad de que el hombre que ha sido secretario general de las Naciones Unidas y, por tanto, máximo celador del cumplimiento universal de la Carta que debía enterrar la vieja barbarie derrotada, haya sido uno de los protagonistas, aunque menores, de esa misma barbarie arroja un dato más para fortalecer la creciente desconfianza -y el desaliento y el desapego- sobre la construcción política de la contemporaneidad.
Waldheim ha sido un secretario general muy apreciado, e incluso al término de su mandato hubo algunas solicitudes; para que lo prorrogase. Aunque de ideología conservadora -el Partido Popular de Austria que le apoya como candidato independiente a la presidencia de la República está inscrito como democristiano y representa una derecha populista-, Waldheim defendió la democracia y la neutralidad. Uno de sus empeños -sin resultado- fue el de democratizar el Consejo de Seguridad con una reforma interna en la que se incluía el final del derecho de veto de los cinco. Y luchó para que la dirección de las Naciones Unidas mantuviese la misma estricta neutralidad que es la base de la política internacional de su país. Como dicen ahora los repentinamente irrisorios carteles de su propaganda electoral, fue el hombre en quien el mundo confió.
Si se aceptan como ciertas las acusaciones y los documentos que ahora se hacen públicos, hay que aceptar también algunos otros hechos inquietantes. Por ejemplo, las repetidas denuncias de que ha habido y hay organizaciones nazis -principalmente en Austria- que durante años han estado borrando antecedentes criminales de todos los archivos, falsificando documentos y elaborando biografías. Y la de qué, si uno de ellos ha llegado al puesto máximo de la organización internacional, puede haber millares en otros lugares de otra responsabilidad y capacidad de acción. Es lícita la pregunta de si estos documentos que salen a la luz han estado realmente ocultos o si los países y las instituciones hoy denunciantes los conocían previamente y los han estado guardando o, lo que es peor, utilizando para obtener de Waldheim posibles ventajas. Sospechas que arrojan la sombra de una eventual corrupción mayor.
Hay otros aspectos psicológicos y humanos que son, por lo menos, curiosos: como la posibilidad de una personalidad doble en alguien arrastrado por las oportunidades de la historia. Este hijo de profesor, este joven jurista de su tiempo de preguerra y diplomático de primera vocación se dejó ir con la marea nazi en un momento en que parecía incontenible y para mucha gente representaba el porvenir, hasta el punto de participar en políticas de exterminio, si es que son ciertas las denuncias; fue luego en la cresta de la otra ola nueva, la de la democracia y los derechos humanos, hasta llegar, de cargo en cargo, nada menos que a ser su representante máximo.
A los 68 años, Kurt Waldheim iba a coronar una biografía pública honrada, digna y ejemplar con la presidencia de la República de su país. Es posible que tenga que retirarse en la ignominia, por su pasado y por haber mentido sobre él. Dejaría no sólo la amargura de saber que es una persona que engañó al mundo, sino, sobre todo, un temblor de inconsistencia en el paisaje político de nuestra época.
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