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Reportaje:

El país de Gaddafi, entre el consumismo occidental y la moral islámica

Si no existiera el Estadode Israel, ¿dónde estaría Libia, con Estados Unidos o con la Unión Soviética? Nadie en este país norteafricano se atreve a responder a esta pregunta con una mínima dosis de lógica, tal vez porque es algo que sólo el líder de la revolución verde, el coronel Muammar el Gaddafi, sería capaz de definir. No obstante, hay un hecho evidente, y es que este país mediterráneo, que Ronald Reagan ha elevado en el protagonismo mundial con su odio visceral a Gaddafi -el enemigo número uno de Estados Unidos, según su presidente-, es caprichoso, se vuelca por lo occidental y no puede dejar de vivir, aunque le pese, del consumismo capitalista, a pesar de la contradicción que ello le supone.

"Ningún pueblo podrá ser verdaderamente libre mientras su comida dependa del exterior", dice el Libro Verde, credo ideológico y método moral y político de los habitantes de la Yamahiria. Los supermercados libios son unos edificios monstruosos similares a los grandes almacenes españoles, con escaleras mecánicas y situados en los puntos estratégicos de Trípoli. En ellos se expone, pese a la actual carencia de alimentos básicos y artículos de primera necesidad (estos días es difícil encontrar carne de vaca, pero en cambio abunda el pollo), toda una variada gama de productos occidentales, eso sí, a modo de género único y sin opción a elegir. La pasta de dientes es danesa; los espaguetis, italianos; los televisores, fabricados en la República Federal de Alemania; el queso que se sirve en el hotel Bab el Bahar, el segundo de la capital, es de origen holandés, y las latas de tomate frito o de fruta en almíbar, son turcas o griegas.El libio es caprichoso. Le gusta lavarse los dientes con un dentífrico danés, usa para el baño jabones fabricados en Italia y prefiere fumar cigarrillos británicos o norteamericanos -si los encuentra o si sus amigos se los traen del extranjero- antes que los nacionales como el Sport, tabaco rubio de -Virginia de primera calidad, pero empaquetado en el país.

Nadie ha podido aún sustraer al pueblo libio de sus gustos sobre los refrescos norteamericanos, y, a pesar de que hoy día la Pepsi-Cola no tiene nada que hacer en el país y sus viejas instalaciones son explotadas por el Estado, ni el sistema ni los propios libios han podido cambiar la forma de la botella, aunque se le ha introducido en el etiquetado el color verde, y el consumista, sigue llamando mirinda a las gaseosas de naranja o limón y seven up a la limonada.

En los cenáculos de Trípoli, se habla de que se ha cerrado la entrada de vehículos de importación debido a la crisis económica y a que el país empieza a apretarse el cinturón y a darse cuenta de que no siempre, pese al reducido número de habitantes (3,5 millones), se puede vivir del petróleo. Pero el parque de vehículos Peugeout 205 o Fiat Uno, actualmente de moda en el mercado europeo, son cada vez más numerosos en las calles de las principales ciudades del país. Como son también cada vez más las mujeres al volante, con la cabeza pubierta o sin cubrir por el chador, un detalle que no preocupa. Todo libio tiene derecho a un coche para desplazarse y una casa para vivir... Pero aquí los coches no son los de los países del Este, sino los mejores del mercado occidental, y los nuevos edificios que están construyéndose tienen pisos semejantes a los que hoy cuestan ya en Madrid 20 millones de pesetas.

Ni en Argelia ni en Marruecos

En Argelia, el otro monstruo petrolífero del norte de África, no hay siquiera un refresco nacional que los nativos puedan llamar con el nombre de una marca norteamericana ni un hotel comparable al Al Kabir, al Bab el Bajar o. al Bab el Medina de Trípoli, al menos en cuanto a comodidades y servicio al cliente. Y en Marruecos, donde hay casi de todo, es difícil encontrar casas como las que están construyéndose en Trípoli o en Bengasi, o un simple trazado de autopista, a excepción de algunos sectores de la ruta que une Rabat con Casablanca, tan perfecta y tan bien señalizada como la que hace dos semanas terminó de construir en los alrededo res de la capital libia una empresa alemana occidental.

Todo esto se encuadra en la predilección por el capricho. Los libios, recién inaugurada esta autopista de menos de 20 kilómetros, acuden a ella a divertirse dando vueltas y vueltas, y poniendo a prueba el velocímetro por los pasos elevados, como lo hacen también por la plaza Verde, el centro neurálgico de la capital, sin marcar destino ni hora; sólo ríen, y les gusta correr como si se tratara de un juego o de una pista de autos de choque.

Un capricho y un juego

En Libia, casi todo es un capricho y un juego, como lo es el dé la guerra, que practican los estudiantes desde los 12 a los 22 años. Los líbios querían una segunda cadena de televisión en lengua extranjera y, pese a la arabización total en que está inmerso el país, se creó una en francés e inglés.

Es una segunda cadena cuyos Aelediarios presenta un joven vestido a la última moda italiana, que tiene una programación infantil basada en dibujos animados de la productora norteamericana Hanna & Barbera, y que sorprende, ya en la programación de noche, con seriales de la República Federal de Alemania que ofrecen primeros planos de bebedores de inmensas jarras de cerveza o de locales y tabernas en las que se sirve todo tipo de licores.

El libio se divierte viendo todo esto, y, a pesar de que sabe las tentaciones que contra su moral islámica representa el consumismo occidental, y especialmente las secuencias de bebedores de alcohol, ríe y ríe..., pero en la contradicción más aparente y el capricho. Un aspecto del centro de la ciudad de Trípoli.

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