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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

América, pesadilla italiana

Tras algunos buenos ejemplos del singular tinte irónico con que Mankiewicz barniza sus dramas, como El mundo de George Apley o esa fabulosa Carta a tres esposas, hoy se acentúa el sabor melodramático del cineasta. Odio entre hermanos es melodrama sin concesiones: la historia de un magnate de la banca -ahí se confunden la banca con la mafia en un todo homogéneo que, indirectamente, ha enviado a su hijo a la cárcel. Las causas son estudiadas a través de muy elaborados flash-backs y sus posteriores efectos. Mankiewicz ayudado, y cómo, por un impecable guión -y un guión, ojo, no son sólo los diálogos, sino también las cadencias narrativas in ternas, los puntos invisibles que guían las escenas y las atan en una progresión coherente y su sentido de unidad- de Philip Yordan, habitual colaborado de Nicholas Ray, ensancha su campo visual y lo que, en principio, aparece como trama individual de un grupo reducido de gente se convierte en una despiadada disección, quizá una de las más duras que en cine se hayan visto, del emigrante italiano en Estados Unidos.Sin añagazas ni falsos planteamientos, Mankiewicz toca fondo: sus italianos forman parte de América a la vez que, con el poder en sus manos, la van construyendo poco a poco. Gente arrebatada, calculadora, ansiosa de éxito y dinero. Como en Eva al desnudo, que veremos la próxima semana, donde el mundo teatral tan corrupto y ruin es sólo un espejo que refleja todos los mundos, en Odio entre hermanos es la propia raza humana la que queda retratada.

Buena sería sin duda Odio ente hermanos con actores de peso pluma, pero los pesos pesados que aquí muestran sus rostros, desnudan sus almas y arrastran sus intensidades hasta los límites del saber, convierten a la obra en un dechado de perfecciones. Al frente de todos ellos, ese ser de formas peculiares, puro nervio y puro en boca, que se llamó Edward G. Robinson. Robinson, qué duda cabe, comparte con Cagney y Bogart el podio de los mejores gánsteres del cine. Una difícilmente analizable sabiduría artística hizo de él la perfecta conjunción entre un rostro y unas maneras cien por cien cinematográficas y un humanismo profundo en todas y cada una de sus interpretaciones. Su humanismo pasa por la dislexia metafórica y mental del padre que se debate entre la dedicación a sus hijos y la dedicación a sus negocios.

Resultado: el caos humano, perfectamente creíble, tenso y alucinado. Un personaje auténtico, resumen de contradicciones y complejidades. Richard Conte, que siempre se ha movido como pez en el agua en los asuntos mafiosos, es, de alguna manera, el valor positivo de la historia, el hijo pródigo, el modelo. Una visión atenta a la jugada nos descubrirá que también él es un hallazgo de imperfecciones. Como lo es el personaje de Susan Hayward, fastuoso pavo real que ha de imponer azúcar en un contexto amargo.

Esta lúcida reflexión social, tan bien empaquetada en papel cine, tuvo dos remakes posteriores y a todas luces inferiores.

Odio entre hermanos se emite a las 22.05 por TVE-2.

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