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Tribuna:MADRID RESUCITADO
Tribuna
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Alberto Aguilera

La calle de don Alberto Aguilera mira hacia el Parque del Oeste, munificente creación de este buen alcalde que supo convertir lo que era polvoriento paseo de Areneros en una vía modelo, amplia y hermosa. Pero la fortuna de esta calle no duró mucho: el barrio de Pozas, que limitaba con ella, fue víctima de una de las más sanguinarias masacres inmobiliarias que conoció la ciudad en sus tiempos oscuros. Unos años antes, el bulevar central había desaparecido, engullido por el tráfico, y el hospital de la Princesa, orgullo de la ciencia madrileña, ya que no de su arquitectura, es hoy bloque residencial de viviendas militares.En el hospital de la Princesa, el doctor Ustúriz, con sangre de su propio brazo, realizó la primera transfusión para. reanimar a un moribundo, y el doctor Cortezo descubrió el papel transmisor del piojo en el tifus exantemático. Como edificio, pese a su moderna concepción, fue un verdadero desastre. Inaugurado en 1857, recibió el desahucio en 1875, con una declaración total de ruina. Transferido (sic) su solar al Ejército en 1953, es hoy un lujoso fortín cubierto de espeso camuflaje vegetal.

La caída de los bulevares, que comenzaron a desaparecer por el oeste, suponía también un cambio en las maneras de vivir; una ciudad para paseantes tranquilos se transformaba en una ciudad para transeúntes apresurados Pese a su nombre francés y a sus maneras europeas, los bulevares no resistieron; luego la crecida piqueta derribó el castizo barrio de Pozas sobre el que crecería poco después la mole voraz de unos grandes almacenes.

En el recuento de bajas ha de señalarse también la desaparición de la torre y de la marquesina de la gasolinera proyectada en los años veinte por Casto Fernández Shaw, en la esquina de Vallehermoso. Una desaparición mucho más discreta pero quizá más sentida por los habitantes del barrio fue la de la pequeña chocolatería, situada en el chaflán de la calle del Conde Duque.

Entre las joyas supervivientes a la rápida degradación de la calle, una antigua fábrica de helados ofrece su modernísima decoración, propia de un filme de dibujos animados: imponentes estalactitas de nieve dan a su entrada un aire de gruta polar, su gerente reclamo y una de las escasas muestras de buen humor que se permite la arquitectura de la villa.

La fachada herreriana del antiguo Instituto Militar de Higiene cobija en su decrepitud sombrías covachas municipales. El edificio, dedicado actualmente a los insidiosos trámites de la ORA, no ha podido resistir sin acomplejarse la cercana competencia del macizo neomudéjar de Areneros, el Instituto Católico de Artes e Industrias (ICAI), erigido a expensas de los jesuitas por Enrique Fort en 1904, colegio sometido a rigurosa disciplina, según las necesidades del momento. En una meritoria evolución, el ICAI pasó de escuela de artes y oficios a fábrica de directivos dispuestos a integrarse en el plan de desarrollo más cercano.

Aunque empieza en la animada glorieta de San Bernardo y finaliza en la populosa encrucijada de Princesa, Alberto Aguilera ha perdido en gran parte su carácter de calle comercial para convertirse en vía de paso. Toda su actividad se concentra junto a los grandes almacenes antes mencionados; el pequeño comercio declina, aunque el arco iris de brillantes colores que sirve de muestra a la tintorería Los Americanos, ponga todavía su nota de optimismo.

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Dos cines, el Conde Duque, antiguo Flor, ex palacio de las pipas, y el Bulevar, concentran los restos de la animación callejera en el crepúsculo. Un veterano restaurante lleva también en su nombre recuerdos del bulevar perdido y en su decoración aromas de una época más feliz para el entorno.

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