La campaña electoral francesa
LA CAMPAÑA electoral acaba de iniciarse en Francia, en un ambiente bastante distinto del que existía hace unos meses, cuando los diversos partidos empezaron a movilizarse y a diseñar su estrategia para la consulta del próximo domingo. El presidente François Mitterrand ha cerrado el período preelectoral con unas declaraciones que han provocado una áspera reacción por parte de algunos de los dirigentes de la derecha; ello refleja sin duda cierta confusión en ese sector y un descenso del optimismo que caracterizaba su actitud en la segunda mitad de 1985. En realidad, las elecciones se van a desarrollar en unas condiciones completamente originales, sin precedente en la historia de Francia. Hasta hace aproximadamente dos meses, prevalecía la sensación de que las fuerzas de la oposición iban a lograr una victoria arrolladora. Sin embargo, los sondeos indican actualmente una recuperación de los votos socialistas, hasta cerca del 30%, y la gran incógnita estriba en si Agrupación Para la República (RPR) y los tres partidos que constituyen la Unión de Defensa de Francia (UDF) van a lograr una mayoría absoluta, es decir, descartando a los nacionalistas de Le Pen.Este cambio de tendencia se debe sin duda a la mejora de las expectativas económicas, pero sobre todo parece decisiva la intervención personal en la batalla preelectoral del presidente de la República. Mitterrand ha defendido de modo combativo la gestión de los socialistas en su etapa de gobierno y ha manifestado claramente su propósito de utilizar las prerrogativas que le confiere la Constitución de la V República. Esta Constitución, confeccionada por el general De Gaulle en función de su propio estilo de gobierno, es fuertemente presidencialista. Durante un período se ha especulado sobre la conducta que adoptaría Mitterrand en caso de victoria de la derecha. Ahora esas especulaciones han cesado, porque Mitterrand ha dejado claro que su permanencia en el Elíseo hasta 1988 es el único dato seguro del futuro político francés. Las dudas se refieren solamente a quiénes serán el primer ministro y los otros miembros del gobierno. La derecha no puede discutir esta actitud del presidente, tanto porque es constitucional como porque se presenta, además, como heredera de De Gaulle. Esta limitación de las repercusiones de la consulta electoral tiene importantes consecuencias, porque ya no cabe presentar el eventual triunfo electoral de la coalición centro-derecha como un cambio completo. Incluso un Gobierno de esa coalición tendrá que gobernar en ámbitos determinados, pero aceptando que las decisiones fundamentales, tales como las materias de defensa y política exterior, estén en manos de François Mitterrand. Ello dificulta los ataques excesivos contra el presidente de la República por parte de aquellos que se declaran resueltos a gobernar mañana bajo su dirección.
Esta situación, insólita, ha dado lugar a una división muy significativa en el centro-derecha. El alcalde de París, Jacques Chirac, jefe de la Agrupación Para la República (RPR), desea claramente ser primer ministro hasta 1988, para poder así preparar con el máximo de posibilidades su candidatura al Elíseo. Raymond Barre no tiene un partido organizado, pero goza hoy en cambio de la máxima popularidad personal. A partir de esta circunstancia a Barre le conviene forzar una elección presiden cial anticipada, y para ello preconiza que la derecha se niegue a gobernar con Mitterrand, hasta obligar a éste a presentar la dimisión. Es, pues, seguro que en la futura mayoría parlamentaria de centro-derecha existirá desde el principio un fermento de división entre esas dos tácticas. Mitterrand, al que le corresponde designar al primer ministro, podrá fomentar y utilizar los elementos de división en las filas de sus adversarios para elevar su propio papel, e, incluso, si la distribución de los escaños se lo permite, para propiciar fórmulas de gobierno que permitan al Partido Socialista desempeñar un papel importante, fuera o dentro del Gobierno. Otra novedad de las futuras elecciones, que es preciso tener muy en cuenta, es la aplicación de la representación proporcional, en lugar del sistema mayoritario, lo que descarta la posibilidad de que un desplazamiento limitado de votos conlleve una aplastante mayoría parlamentaría. Con ello, las fuerzas tenderán a distribuirse de modo más equilibrado. Y, en la actual coyuntura, tal método electoral eleva las posibilidades de que el presidente de la República pueda jugar con diversas fórmulas de gobierno. Francia va a entrar, pues, en una nueva etapa. Las fuerzas de centro-derecha estaban convencidas de que a ellas les correspondería decidir el destino del país, pero ahora es probable que François Mitterrand siga siendo, en cual quier eventualidad, un factor fundamental de la política francesa.
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