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Una obcecacion y cuatro perdedores

ALFREDO RELAÑO, La obcecación de Clemente con respecto a Sarabia le ha llevado a ser fulminantemente expulsado del Athlétic. Una escalada de declaraciones cada vez más descabelladas le han hecho perder en cinco días los enormes méritos contraídos durante cinco años. La tormenta escampa y nada nos ha permitido averiguar si hay una razón aún desconocida para esa obcecación. Que a un jugador se le diga que juegue por la derecha y no haga mucho caso no parece que sea para ponerse así. Desde luego, nadie puede pensar que ése sea motivo de discrepancia entre adultos como para forzar las cosas al extremo al que las ha llevado Clemente.

Tan irracional parece el conflicto que muchos esperaban de las conferencias de prensa ofrecidas por la directiva y por Clemente alguna revelación sensacional, morbosa a ser posible. En ese sentido, ambas han sido decepcionantes, e igualmente irracionales. En la primera, a Clemente se le arrojó la grave insinuación de que quiso irse este verano al Madrid, acusación que se deslizó de forma sutil y que ayer quedó considerablemente aguada por el propio presidente del club bilbaíno. En la segunda, Clemente ha hecho un fuerte alegato en defensa de la libertad de expresión de la plantilla. Justo él, que se encendía de rabia cada vez que declaraba Sarabia algo que no le gustaba, y que incluso firmó un pacto por el que tanto él como el jugador renunciaban a ese derecho. Pacto que, por otra parte, rompió de forma flagrante el entrenador al término del partido contra el Hércules y en los días sucesivos.

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Con los datos que hay sobre la mesa, más bien da la impresión de que Clemente se ha enrabietado al ver que Sarabia le estaba robando el favor de su público. Hace dos domingos no le citó para jugar contra el Hércules, y el socio de San Mamés se pasó el partido reclamando la presencia del exquisito delantero, olvidando ingratamente la enorme tarea de su entrenador. Y éste se enfadó. Llevó el enfado muy lejos y ahora se encuentra en la calle.

La directiva, por su parte, ha pecado de exceso de buena fe. Este verano pudo prescindir de cualquiera de los dos, pero no se decidió. A Sarabia le vencía el contrato. Ya que el entrenador lo quería así, se le podía haber dejado en libertad para fichar por quien quisiera. Pero se le renovó, contra el criterio de Clemente. Éste, por su parte, pidió la baja; según él, porque habían renovado a Sarabia, y según la directiva, porque quería irse al Madrid.

Tanto da. El caso es que la directiva tuvo una gran oportunidad para bendecir el divorcio. Pero se empeñó en que siguieran juntos, hasta que la muerte les separe. La consecuencia es que a los pocos meses ha tenido que rendirse a la evidencia de que eran realmente incompatibles.

Ahora Clemente es un entrenador sin equipo, sometido al trance doloroso de discutir la indemnización de su contrato cuando no puede tener disposición de ánimo para una cosa así, y con una mancha notable en su historial. La directiva ha perdido el mejor entrenador que ha tenido el club en muchos años. La afición tardará tiempo en recuperar la alegría de las tardes de fútbol. Y Sarabia tiene que marcar ahora un gol por partido si quiere enterrar el cadáver que muchos imaginan cargado a su espalda.

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